Insidia y triunfo de la doblez
Racionalismo frente a fanatismo, en la fidedigna pero sintética versión de 'Doña Perfecta' que Ernesto Caballero ha escrito y dirigido
Orbajosa (léase Orbe de los Ajos). “¿Quién puede poner en duda su existencia?”, se preguntaba Max Aub en su prólogo a una edición mexicana de Doña Perfecta. Ese poblachón al que Pepe Rey, su protagonista, llega con ímpetu transformador, es un irónico resumen de la España caciquil. Galdós escribió la novela con urgencia (en tres meses), tras la supresión de la libertad de cátedra y la expulsión de la universidad de Giner de los Ríos, Gumersindo de Azcárate y Nicolás Salmerón por no adecuar sus enseñanzas al dogma católico y no negarse a difundir doctrinas contrarias a la monarquía, recién restaurada.
En la novela y en esta fidedigna, aunque sintética y divulgativa, adaptación teatral de Ernesto Caballero, se enfrentan en combate singular racionalismo y fanatismo, progreso y tradición, aperturismo y nacionalismo, encarnados por Doña Perfecta, sibilina oligarca de Orbajosa, y por Pepe Rey, su sobrino, a quien ella mira con el mismo cariño que Bernarda Alba a Pepe el Romano. En la versión teatral echamos de menos el iluminador relato que el teniente coronel Pinzón hace de cómo a los partidarios se les colocaba ya entonces en fielatos, ayuntamientos y demás destinos privilegiados, y quedan comprimidos, en beneficio de la economía dramática, los sucesos que siguen a la ocupación de la villa facciosa por las fuerzas gubernamentales.
Doña Perfecta
Autor: Benito Pérez Galdós.
Versión y dirección: Ernesto Caballero.
Teatro María Guerrero. Hasta el 30 de diciembre.
A quien no conozca la novela ni ciertos pormenores de nuestra historia, el espectáculo le aportará luz. Israel Elejalde es un Pepe Rey desenvuelto, decidido y feliz en su juvenil insolencia, que no da muestra alguna del dolor que dice sentir cuando hiere a sus interlocutores: su franqueza impertérrita lo asemeja al ibseniano protagonista de El pato silvestre. La beatitud y la doblez de Doña Perfecta encuentran en Lola Casamayor elocuente expresión, pero al dibujo del personaje le falta esa punta pérfida suya tan astutamente disimulada. Entre ambos personajes debiera de haber mayor contraste de edades al primer golpe de vista. Karina Garantivá realiza un trabajo esforzado donde la naturalidad sería la solución mejor, pero hace buena pareja con Elejalde: los colegiales que llenaban el María Guerrero celebraron su beso con un franco suspiro colectivo.
Alberto Jiménez traza un retrato convincente del melifluo clérigo Don Inocencio, y José Luis Alcobendas, del alunado erudito Don Cayetano, dentro de una interpretación general un tanto marcada hacia afuera. Gallarda, la composición que Toni Márquez hace del Caballuco. Sendos aciertos, la conversión de las hijas del brigadier Troya en un bien interpretado coro brechtiano que suple al narrador omnisciente de la novela; y la escenografía sugeridora de José Luis Raymond.