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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Victimismo falaz

Alberto Fabra ha demostrado ante todos su irrelevancia política

“El PP va a seguir defendiendo lo que es justo para la Comunidad Valenciana de forma firme y contundente”, decía el secretario regional, Serafín Castellano cuando su jefe de filas y presidente de la Generalitat, Alberto Fabra, acababa de comerse todas y cada una de las enmiendas a los Presupuestos Generales del Estado que había anunciado en sede parlamentaria que presentarían los diputados populares en el Congreso para corregir en 144 millones la discriminación inversora de las cuentas del Gobierno de Mariano Rajoy. ¿Firme? ¿Contundente? La falta de sentido del ridículo no puede inducir a la compasión, en este caso, porque Castellano añadía que ya se sabía que la maniobra iba a ser muy complicada y que “la reivindicación no está reñida con la lealtad y la solidaridad”. “No es momento de electoralismo y populismo, sino de seriedad, de responsabilidad y de dar soluciones”, concluía.

Todavía no ha pasado un año de la llegada de Rajoy a la presidencia del Gobierno y el victimismo de la derecha valenciana se ha encogido hacia una versión tan doméstica y tan patética de la reivindicación, la firmeza y la contundencia que las reclamaciones se limitan a gestos para la galería local y se convierten al cabo de nada en humillantes bofetadas ante la opinión general. Era de esperar, aunque tal vez no fuese imaginable el grado de humillación con el que se ha llegado a producir el fenómeno. Fabra, que preside un Consell arruinado, de cuyos ejercicios de austeridad recelan sus propios correligionarios en los ministerios de Madrid hasta el extremo de racionar las dosis del rescate porque no se fían de que lo que dice que hace sea verdad, ha demostrado ante todos su irrelevancia política. Rajoy lo puso para relevar al descarriado Francisco Camps y Rajoy lo ningunea sin que se le mueva un pelo de la barba ni le tiemble la mano.

¡Qué lejos quedan, aunque estén tan cerca, aquellos tiempos de férrea elocuencia en las exigencias al Gobierno central! ¡En qué se ha convertido aquel victimismo aguerrido y brutal! Busco un antónimo para “la tendencia a considerarse víctima o hacerse pasar por tal” y no lo encuentro. Tal vez pueda servir “entreguismo”, ese “apocamiento del ánimo que induce a darse por vencido antes de que la derrota sea cierta”. Pero no. Ni Serafín Castellano ni Alberto Fabra parecen haberse dado por vencidos. Se limitan a figurar que aquí no ha pasado nada y que el fracaso es, en realidad, un éxito. “Hay otras fórmulas, las vamos a trabajar y no vamos a parar ni un minuto en seguir consiguiendo algo que, después de siete años en los que el Gobierno del PSOE no nos ha dado nada, el Gobierno de Rajoy lo va a hacer y va a reconocer a la Comunidad”, insistía el secretario regional del PP, ebrio de un autoengaño que llama la atención.

A ver. Con José Luis Rodríguez Zapatero, los valencianos éramos víctimas, pero no con Mariano Rajoy, según el peculiar razonamiento del PP. El antónimo de “víctima” es “verdugo”; los de “queja” son “excusa”, “complacencia” o “aprobación”. Lo contrario de la mentira es la verdad y de la hipocresía, la franqueza, la decencia y la lealtad. Dice el diccionario que la demagogia es “una degeneración de la democracia consistente en que los políticos, mediante concesiones y halagos a los sentimientos elementales de los ciudadanos, tratan de conseguir o mantener el poder”. Y alguien o algo resulta “falaz” porque es “embustero”, “impostor”, “cínico” o “embaucador”.

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