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“Seguimos desobedeciendo”

A los 10 años de la liberación del último insumiso, el gran movimiento de la desobediencia civil adquiere vigencia en un contexto de crisis y protestas

Activistas ante la chimenea en la que un grupo de militantes escribió en los noventa la palabra “Insumisión”.
Activistas ante la chimenea en la que un grupo de militantes escribió en los noventa la palabra “Insumisión”.CRISTÓBAL MANUEL

El 25 de mayo de 2002 abandonaron la prisión militar de Alcalá de Henares los últimos insumisos condenados a la cárcel. Miguel Felipe no estaba en el grupo porque salió unos meses antes, después de haber sido condenado a dos años y cuatro meses por la deserción de un servicio militar que ya no existía. “Una situación que ponía de manifiesto lo absurdo del sistema militar”, cuenta hoy.

Miguel se reunió el viernes a petición de este diario con otros tres veteranos del Movimiento de Objeción de Conciencia (MOC) para recordar el fin de la conscripción. El punto de encuentro es la chimenea del parque del Gasoducto de Madrid, por la que en 1989 y 1993 treparon activistas para pintar de arriba abajo la palabra “Insumisión” en una de sus acciones más emblemáticas. “Pero hicimos muchas más”, recuerda Mar Rodríguez. Colorearon ministerios de rosa, hicieron estriptis a la puerta de cuarteles, ayunos, teatro de calle, y se encadenaron frente al Congreso de los diputados. Protestas no violentas que hoy suenan menos lejanas que nunca. “Actuábamos así porque los medios nos ignoraban y queríamos denunciar la pervivencia de esquemas violentos y patriarcales de la dictadura”, cuenta Josemi Lorenzo. Para hacer más evidente los nexos entre las protestas ayer y hoy, Jaime Sánchez, cuarto de la reunión, llega tarde por las huelgas de metro.

El grupo mira la chimenea y bromea. “Qué patético: vamos a parecer los Obús 30 años después”. Juegan a deducir cuánto mide el tronco de la fábrica de gas: “¿35 metros?”, “¿48?”. No se les pasa por alto que le han arrancado los peldaños para subir por ella. Después de la guerra que dieron los pacifistas en los noventa, se tomaron medidas para evitar fotos incómodas.

Cartel de protesta.
Cartel de protesta.

El antimilitarismo se hizo fuerte como movimiento autogestionado que reunía los mimbres pacifistas presentes en los estertores del franquismo. La amnistía de 1977 dejó libre a los 220 objetores encarcelados, pero los siguientes fueron a prisión demostrando que el Ejército no estaba por que se le subieran a las barbas. Más de 1.200 jóvenes pasaron por la cárcel hasta la suspensión del servicio en 2002. “La insumisión contribuyó a la pérdida de crédito de la institución, pero seguimos luchando para que no conserve el peso que tiene”, dice Josemi.

La conversación con el grupo se hace itinerante. Hay que seguirles porque deben impartir una charla sobre desobediencia civil en Lavapiés. Por el camino desgranan hitos de la causa. En 1989 los pacifistas se unieron en torno a la insumisión con una fuerza inaudita para un movimiento de desobediencia civil. Las inhabilitaciones y las penas de prisión les valieron una ola de simpatía. Colectivos de familiares, feministas y defensores de las libertades en general les respaldaron. “Nosotros éramos del MOC, pero había muchos, como MiliKK, y otros que se hicieron insumisos sin pertenecer a grupos”, apunta Jaime.

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La prestación social sustitutoria creada para que los que no quisieran empuñar armas no fue un remedio. A cada intento del Ejército de dulcificar su imagen, el movimiento respondía con fuerza: no lo aplacó la transferencia de los juicios de la justicia militar a la civil, y cuando los jueces empezaron a fallar penas demasiado bajas para entrar en prisión, algunos, como Miguel, optaron por acudir al cuartel y desertar. “En el primer permiso, entrábamos en busca y captura y nos entregábamos en momentos de especial impacto”, cuenta. Él pasó por un consejo de guerra, ocho meses en segundo grado, un año más en tercero…

Otro cartel reivindicativo.
Otro cartel reivindicativo.

“Seguimos desobedeciendo”, sonríe Jaime. Una vez ganada la batalla de la insumisión, la militancia cayó, pero el pacifismo continúa con iniciativas como la objeción fiscal (no pagar los impuestos correspondientes al gasto militar). Para homenajear la vigencia de sus ideas y estrategias, la casa de la juventud de Rivas alojó la semana pasada unas jornadas. “Esto significó la formación política de una generación”, cuenta Mar: “Ahora aplicamos nuestra experiencia a más causas”. La pregunta sobre la relación con las protestas por la crisis se impone. “La forma de hacer política que defendemos ha explotado con el 15-M”, aseguran: “Se ha interiorizado que puedes desobedecer lo injusto, con movimientos horizontales, pacíficos y creativos”. Admiten que no se esperaban la eclosión mayista. “Yo estuve desde el principio en Sol y no me podía creer tanta coherencia, y la forma en que ha evolucionado a las asambleas de barrio”, explica maravillado Jaime. El éxito de la estrategia ha significado que los talleres de desobediencia que han seguido impartiendo todos estos años hayan pasado de un puñado de participantes a captar la atención de cientos. Por eso se despiden y entran a su conferencia. La insumisión no descansa.

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