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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Solidaridad y políticas públicas

Las políticas sociales no pueden ser mero asistencialismo

En el centro de una profunda crisis económica multidimensional que está generando una situación angustiosa para miles de personas y familias, acabamos de elegir a 75 parlamentarios para que dirijan esta comunidad hacia el bienestar, hacia el bienestar individual y hacia la cohesión social. Esa es la gran tarea que hemos encomendado a esos convecinos nuestros, pero que no debe suponer dejación de nuestras responsabilidades ciudadanas, porque éstas no deben admitir delegación o dejación.

El panorama social es sin duda desolador e inaceptable —paro, pobreza, exclusión social, desahucios, fracaso escolar, recortes, xenofobia...— y la respuesta tiene que ser ciudadana y política, y en todo caso con el instrumento fundamental de la solidaridad. La solidaridad es la virtud cívica que nos conduce al valor superior de la igualdad (N. Bilbeny) en el que se apoya, junto a la libertad, el valor supremo de la dignidad humana.

TOMÁS ONDARRA

Nuestra respuesta personal solidaria supone reconocer, aceptar y sentir al “otro”, a “todo otro” en el respeto a su identidad y con exclusión siempre de la violencia. Ser solidario es luchar contra la discriminación en cualquiera de sus formas, es esforzarnos por una redistribución equitativa de bienes y afectos, es estar junto a los que sufren , no solo para acompañarles y aliviar su situación, sino para acabar con su sufrimiento y para establecer unas estructuras más justas que les permitan una vida digna y un lugar autónomo en la sociedad.

La respuesta política, la que encomendamos a nuestros representantes políticos, supone colocar decididamente la solidaridad en el corazón de las políticas públicas. Ante una continua fragilización del Estado social es preciso establecer unas prioridades políticas, unas prioridades sociales que universalicen de verdad todos los derechos sociales sin discriminaciones por razón de género, procedencia, edad, cultura o identidad. La solidaridad demanda luchar por una igualdad real y efectiva de todos, aquí y en cualquier parte del mundo.

Todos tenemos derecho a la salud, a la educación, al trabajo y/o a recursos económicos, a la vivienda, a la protección social, a la cultura,... es decir, a los bienes prioritarios (J. Rawls), a las capacidades humanas básicas (M. C. Nussbaum) para alcanzar el bienestar, el bienestar que es el objetivo esencial y la razón de ser de la política.

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Las políticas sociales no pueden ser mero asistencialismo, sino un auténtico compromiso con la igualdad. Las medidas de cohesión social no benefician solamente a los más débiles, sino al conjunto de la sociedad. La solidaridad transformada en políticas sociales no es simplemente un gasto, sino muy especialmente es una inversión esencial para la cohesión social en una sociedad en la que todos los ciudadanos tenemos derecho a una vida digna con sentido de pertenencia e inclusión, participando activamente en los asuntos públicos, con respeto a las diferencias.

La solidaridad en el centro de las políticas públicas debe plantearnos cómo y en qué se gasta el dinero público, quién y cómo se gestiona, y otras muchas cuestiones que no puedo abordar en esos apuntes elementales.

Ser solidario es asumir con generosidad un compromiso de apoyo mutuo en una comunidad de personas libres e iguales que persiguen metas comunes por medios democráticos. Es, sencillamente, transformar las fronteras que nos separan en caminos por los que avanzar juntos.

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