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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La desfiguración del PSOE

Realizar una oposición diferenciada, que vincule y cohesione a la ciudadanía, resulta imposible si uno ha sido la mano derecha de Zapatero

Desde hace años, el PSOE viene sufriendo vaivenes emocionales en función de los resultados electorales. Pero nunca hay ocasión para analizar con profundidad qué está pasando, pues los “tiempos” (que son importantísimos) no los está marcando el PSOE sino que su agenda la marcan los acontecimientos políticos. Permítanme una reflexión (¡otra más!) en la que repetiré muchos pensamientos que ya he escrito en otras ocasiones.

¿Es un problema de liderazgo, de programa, de organización, de empatía? Un poco de todo, mezclado y agitado, pero a medida que el factor “tiempo” pasa, se acumulan nuevos problemas que antes no existían. Estamos en una sociedad cambiante con nuevos miedos e inquietudes; con un modelo productivo diferente al que hemos conocido en las últimas décadas; con una Europa empequeñecida a los ojos del mundo; con la inestabilidad de la clase media. Y el PSOE ha quedado ensimismado sin capacidad de reacción. Hoy aparece un problema nuevo: el espacio.

1) ¿Cuál es el espacio del PSOE? ¿Es un partido europeísta, españolista, autonomista?

La grave crisis económica arrastra consigo un haz de crisis entrelazadas: política, moral, social, pero también territorial. Europa ya no es un referente moral de acogida al que caminar; existe un rechazo cada vez mayor a las políticas que impone Bruselas, Alemania, Merkel o quien quiera que venga de aquellas gélidas instituciones. Ese rechazo a Europa es una interiorización buscando nuestros propios espacios donde sentirnos protegidos, y, en cierto modo, defendiendo un “sálvese quien pueda”, lo que hace surgir los nacionalismos y las señas de identidad.

Cuando volvemos nuestra mirada al interior de España, encontramos que una consecuencia más de la crisis (y de la demagogia política de la derecha), ha sido “igualar” las diferentes autonomías como gobiernos derrochadores, inútiles, excesivos, mastodónticos. Da igual cómo se haya gobernado en cada autonomía, en esta crisis, se han perdido las peculiaridades y las singularidades, contribuyendo a una visión negativa de las autonomías. Ahora dice la derecha que los problemas de la Comunidad Valenciana no son fruto de la mala gestión y la corrupción sino de la crisis, o Artur Mas se impone en Cataluña con un discurso independentista mientras aplica los mismos recortes que el PP en España.

Así pues, el espacio del PSOE ha quedado desdibujado. No es posible una defensa de “Europa” cuando ya no la reconocemos y resulta muy complicado defender otra Europa, porque no lo hicimos desde el principio. Y doblemente complejo resulta defender autonomías cuando no hemos dado pasos hacia un Estado federal, más allá del nombre de las ejecutivas, y aún nos cuesta explicar si somos más nacionalistas de periferia o nacionalistas españoles.

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Nuestro discurso “europeísta” y “federal” está en crisis si no sabemos definirlos con contundencia y llenarlos de contenido. ¿Qué queremos decir cuando hablamos de Europa y de España federal?

Ese “espacio” no es sólo una referencia de identidad territorial sino también de identidad de clase. Durante los años de progreso, el crecimiento de la clase media (gracias a las políticas sociales y al Estado del bienestar) “moderaba” el discurso socialista, buscando satisfacer a una mayoría media, pero ¿dónde se ubica ahora la mayoría social? ¿quiénes están sufriendo las consecuencias de la crisis? ¿dónde se encuentra ahora “el centro” de atención política?

Por eso, surgen partidos a la izquierda del PSOE con carácter nacionalista o regionalista que cubren el espacio local (comunitarista) sin necesidad de mirar hacia Europa, pues empiezan y termina en la misma demarcación territorial, y recogen a ciudadanos progresistas que se sienten desamparados y desprotegidos ante los azotes de la gestión de la crisis. La única excepción es Andalucía, porque el PSOE sí ejerce allí el sentimiento “nacionalista” del andaluz.

2) Un antes y un después de mayo del 2010:

El PSOE gana cuando despierta la ilusión del votante progresista y socialdemócrata, capaz de volver a confiar en la política y considerar al PSOE un instrumento útil (recordemos las elecciones del 2004 y la expectativa e ilusión en torno al socialismo); y pierde cuando sus votantes se sienten defraudados, engañados o no entienden la incoherencia de los mensajes.

Nos empeñamos en buscar el voto “caliente” de la zona centro, como el único posible de desempatar entre uno y otro partido, sin darnos cuenta que ello nos sitúa en la franja de indefinición, ambigüedad, y poca nitidez de las propuestas. Es cierto que el centro hace decantar el resultado, siempre y cuando el suelo de nuestros votantes, capaces de defender y contagiar entusiasmo, esté consolidado.

El PSOE vivió dos momentos de falta de sintonía con su electorado: cuando el Gobierno de Felipe no admitió los problemas de corrupción, hablando con sinceridad, tomando medidas ejemplares y pidiendo perdón; y, cuando Zapatero se negó a asumir la crisis que venía y tomó un cambio de 360º en su orientación de gobierno sin explicarlo ni someterlo a referéndum o votación. La falta de sinceridad con su electorado generó desconfianza.

El PSOE no ha asumido todavía la traición que supuso aquel mayo del 2010, que ha condenado al conjunto del partido al aislacionismo social. Las consignas que comparan al PP y al PSOE hacen un daño terrible; pero denuncian el hecho de que la ciudadanía piensa que no hay políticas diferentes entre los dos grandes partidos para salir de esta situación.

Remontarse al pasado no sirve de nada, salvo para obtener reflexiones y no cometer los mismos errores: si Zapatero hubiera convocado elecciones explicando las razones y presiones a su cambio de Gobierno, probablemente hubiera perdido (aunque nunca se sabe), pero hoy el PSOE sería una alternativa al PP.

3) ¿Qué proyecto?

Durante los últimos años, el PSOE ha sabido desarrollar con acierto una cultura de derechos individuales y de mayor libertad, (derechos que están ahora seriamente amenazados por un PP retrógrado, ultraconservador y oportunista). Pero no ha sabido orquestar un discurso alternativo a la “riqueza falaz” en la que estábamos viviendo. Como ha dicho algún exministro recientemente, “¿a ver quién se atrevía a apagar la música cuando la fiesta estaba en marcha?”. Pero terminada la fiesta, uno no puede devolver los canapés. Dentro de la locura de la burbuja inmobiliaria, los grandes fastos, los aeropuertos fantasmas, los cacharros inútiles, el despilfarro, que muchos hemos criticado de la nefasta (y a veces corrupta) gestión del PP, también nos emerge la vergüenza cuando gobiernos socialistas se implicaron en “la fiesta”.

¿Qué decir ahora? ¿Cómo reconstruir lo destruido?

4) Un problema de liderazgo:

Sí, el PSOE tiene un problema de liderazgo, no sólo en la persona de Rubalcaba, sino en muchas de sus organizaciones territoriales.

Rubalcaba hizo un papel esencial cuando Zapatero convocó elecciones en un corto periodo de tiempo. En mi opinión, la solución no eran unas primarias rápidas; se necesitaba “tiempo” para reflexionar, no tener prisas, no dejarse llevar por la precipitación, pero el partido está tan metido en la maquinaria que no sabe modificar ni sus plazos ni sus prioridades. El congreso llegó con la imperiosa necesidad de cerrar heridas sin haberlas curado.

Ya escribí en noviembre del 2011 lo siguiente: “Es un error los tiempos que está marcando el PSOE. Marcar el congreso en febrero para que olvidemos cuanto antes esta pesadilla es un error, porque si algo debería sobrarle en estos momentos al PSOE es justamente tiempo. Hemos perdido todo el poder institucional, no un poquito, todo, y la preocupación actual es salvar los muebles en Andalucía (que no es objetivo desdeñable pero no puede convertirse en la obsesión); en mi opinión, los árboles nos impiden ver el bosque. El proceso no es la solución, pero en el proceso sí está la solución que el PSOE necesita. El PSOE tiene tiempo pero no tiene credibilidad.

Ése es nuestro problema actual, de una envergadura y gravedad sin precedentes. Nuestro programa, nuestros líderes y la organización están en cuestionamiento porque no tenemos credibilidad ante la ciudadanía socialista. No se trata únicamente de qué digamos ni quién lo diga (que ya en sí son dos núcleos esenciales), sino cómo lo digamos para que volvamos a ser creíbles. No es un “cómo” de imagen sino de fondo: coherencia, sinceridad y seguridad en las propuestas… El congreso no va a permitir que salgan todas las opciones a la luz; se elegirá con limitaciones tanto en los nombres que se presenten como por quienes decidan”.

Ahora bien, y también lo dije entonces, era un error que Rubalcaba se presentara a la secretaría general. Su plazo había concluido con la pérdida electoral, cuando aún mantenía intacta su credibilidad y prestigio. Continuar al frente suponía un desgaste innecesario e inservible. La dificultad de realizar una oposición diferenciada, empáticamente emocionante, que vincule y cohesione a la ciudadanía, resulta una misión imposible si uno ha sido la mano derecha de Zapatero.

El problema es a quién poner y qué decir. El PSOE está dificultando que surjan voces y liderazgos nuevos para unos tiempos nuevos.

No obstante, el problema mayor reside en qué decir. Cambiar la persona es condición necesaria pero no suficiente ni primera, porque sólo servirá para quemar carteles electorales. Pero, como una pescadilla que se muerde la cola, tampoco se puede construir algo nuevo sobre un rostro viejo.

5) Organización y siglas

El problema real reside en una organización que ha perdido pulso social. Su militancia se debate en congresos internos, mientras que abandona el tejido ciudadano, y mira con estupor cómo crecen movimientos juveniles ante los que no sabe cómo comportarse.

Las cuestiones congresuales o de liderazgo sólo han servido para que se reproduzcan movimientos internos territoriales. Apoyar o no una opción de liderazgo se realiza normalmente en función de qué compañeros de viaje acompañan en el territorio; primero se tejen las alianzas, y luego se realizan los apoyos. Suele ser extraño que se produzcan apoyos sinceros y desinteresados, más bien responde a las luchas de poder internas. La cultura de partido, en el sentido orgánico y férreo del concepto, ha funcionado como un anestesiante.

Una organización que resulta poco atractiva para el ciudadano progresista y comprometido, que la ve mastodóntica, poco ágil, poco permeable, poco dinámica, y “demasiado institucionalizada”, que no institucional, sino “habituada al perverso juego político de la escenografía”.

Es cierto que, ni todas las autonomías o ayuntamientos han sido gestionados de la misma forma, ni toda la militancia actúa bajo la misma disciplina, pero la utilización de las siglas, para lo bueno y lo malo, ha acabado “uniformando” también su interior y a sus componentes. De la misma forma que, durante los años buenos, el PSOE era una “marca de prestigio”, hoy funciona en sentido inverso.

6) Reforma electoral

La ciudadanía de izquierdas demanda “otra forma de hacer política”: mayor corresponsabilidad con el votante, mayor sentimiento de justicia, mayor compromiso político, mayor democracia y transparencia, …

De la misma forma que el PSOE está paralizado ante la crisis, también se ha paralizado frente a la necesidad de modificar las estructuras políticas: la reforma electoral. No sólo es una demanda, sino que respondería a una situación que se está repitiendo de forma injusta.

El PP no gana por el número de sus votos, sino porque es un partido “compacto”, mientras que la pluralidad de la izquierda (factor mucho más democrático) se convierte en un castigo electoral. Se vio en las últimas elecciones generales, donde la mayoría absoluta del PP no fue el aumento de votos, sino el aumento de la abstención y el castigo electoral del PSOE. Pero se vuelve a repetir ahora con las elecciones gallegas: el PP ha aumentado el número de escaños cuando en realidad ha perdido 135.000 votantes, exactamente un 20% de sus votos. ¿Un éxito o una injusta representación del parlamento gallego?

No es un asunto fácil, tiene aristas, hay que ver que se desequilibra al equilibrar otros factores, pero que hoy nuestro Parlamento no refleja fielmente lo que han dicho los votantes es una verdad y eso genera todavía mucha más decepción.

Lo único cierto que claman las elecciones es la desfiguración del PSOE.

Ana Noguera es miembro del Consell Valenciá de Cultura.

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