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gastronomía

De las rejas a los fogones

Un proyecto a nivel nacional permite itinerarios de reinserción a 14 internos de la cárcel de Martutene. Participan en un curso de 400 horas para aprender a cocinar

El interno Mounir Mourabeti, en primer plano, muestra algunos de los 'pintxos' que ha aprendido a cocinar en un curso.
El interno Mounir Mourabeti, en primer plano, muestra algunos de los 'pintxos' que ha aprendido a cocinar en un curso.JESÚS URIARTE

Mounir Mourabeti ha aprendido a cocinar pudin de manzana y lentejas, entre otros platos, pero destaca estos dos. A sus 21 años, este marroquí de Tánger, que con 16 años dejó su casa para buscar un futuro mejor, ha pasado un año y nueve meses en las cárceles de Martutene y Zaragoza por un asunto de drogas. “Cuando estás encerrado te da tiempo a pensar mucho y ver lo que has hecho mal. Primero refrescas la memoria, me desintoxiqué del hachís, las pastillas y el alcohol y empecé a intentar ver las cosas de otra manera”, se sincera este joven que la mayor parte de la condena la pasó sin que sus padres lo supieran. “Solo mi madre al final se enteró. Llamaba desde la cárcel cuando podía y le decía; ‘todo bien, todo bien”, cuenta.

Junto con otros trece internos de Martutene, algunos como él acogidos al tercer grado, otros con la condena a punto de cumplir, Mourabeti acaba de recoger el diploma que le acredita como cocinero con conocimientos básicos de cocina tras 400 horas de curso. Se le ve contento, satisfecho de haber probado algo diferente. “Llevaba todo este tiempo sin hacer nada en la cárcel y me venía bien todo”, explica minutos después de recoger el título.

El programa Reincorpora de la Obra Social La Caixa en colaboración con la Asociación Erroak-Sartu ha permitido que este chico forme parte de un proyecto que combina la formación y el servicio solidario, en este caso en comedores sociales. Un planteamiento que funciona en muchas cárceles y que suma intencionalidad pedagógica y utilidad social. Este año se desarrollarán en colaboración con el Ministerio del Interior 88 acciones de este tipo en prisiones de toda España. “Una forma de que aprendan un oficio [este año ha sido cocina, pero el año pasado reparaban bicicletas], y que revierta en la sociedad porque acaban teniendo contacto con varias instituciones sociales”, explica la educadora social Ana Irisarri.

Mourabeti empezó el curso en abril y lo finalizó en julio. La monitora Mati Irulegi les ha enseñado a “cocinar lo básico”, pero además el programa incluía una serie de prácticas durante el verano y colaboraciones en organismos sociales. La primera fase del proyecto ha concluido y ahora empieza la segunda parte con la reinserción laboral como frente de batalla. El coordinador de Instituciones Penitenciarias de Gipuzkoa, Carlos Lanza, destaca la importancia de que trascienda en la sociedad otra imagen de la vida en el interior de las cárceles. “Es un reto ambicioso, enriquecedor y difícil pero es importante que estas personas puedan cambiar de vida e integrarse en la sociedad donde no se les estigmatice”, opina.

Mourabeti cumple el tercer grado, duerme en Loiola-Etxea, una asociación para la integración social en San Sebastián y cada dos semanas tiene que fichar en la cárcel. Este joven musulmán llevó a cabo sus prácticas como cocinero de un grupo de estudiantes de 16 y 17 años durante una etapa del Camino de Santiago. “Fue una experiencia muy buena y nueva para mí. Durante diez días cocinaba para ellos. Me levantaba pronto les preparaba el desayuno y cogía la furgoneta para cuando llegasen al siguiente punto estuviera la comida preparada”, recuerda.

De momento, Mourabeti disfruta de sus dos diplomas; el de peregrino y el de cocinero. No sabe cuál será su futuro pero quiere estudiar. “Los siete meses que pasé en la cárcel de Zaragoza fueron cuando más claro lo vi. Aquello fue duro, una prisión mucho más grande que la de Martutene y donde me sentí más desamparado. Tenía que tomar otro camino en mi vida porque estaba perdiendo mi juventud en la cárcel sin trabajo y sin novia”, dice.

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El tiempo entre rejas le ha permitido darse cuenta que aún hay posibilidades de cambio. “Puedo estudiar, hacer otras cosas, incluso superar a la gente que me acompañaba en la calle”, señala el menor de cuatro hermanos que no quiere regresar a su país.

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