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Fascista intelectual no tiene imperio

Una biografía analiza el legado del historiador ferrolano Santiago Montero Díaz

“Los dos grandes cánceres de nuestro tiempo son la falta de fe en los altos destinos nacionales y la esclavitud de las masas por el capitalismo”. Esto escribía con 21 años el historiador ferrolano Santiago Montero Díaz, 10 de diciembre de 1932, culminando su decepción con la causa de la autonomía de Galicia. En el verano de ese año, el joven bibliotecario, todavía de orientación comunista, había sido designado para formar parte de la comisión redactora del anteproyecto de Estatuto.

Una semana después, como “delegado técnico” de la comisión redactora que habría de sancionar el anteproyecto, en la Facultad de Medicina de Santiago, respondió primero en gallego a las cuestiones jurídicas (eso hizo creer a más de uno que Montero hablaba por el Partido Galeguista, según relató Carvalho Calero). Después, en castellano, expuso su teoría sobre el supuesto “bilingüismo natural” de los gallegos, con una única lengua como idioma oficial. Por el PG, Víctor Casas criticó los “argumentos capciosos, los sofismas y las contradicciones del señor Montero Díaz”, que sin embargo le merecía respeto “por su forma de hacer y su capacidad intelectual”.

Pero la réplica en aquel debate se la dio Alexandre Bóveda, asesinado, como Casas, por los fascistas poco después de que Montero Díaz se convirtiese —primavera de 1936— en uno de los catedráticos más jóvenes de España. Entonces se impuso el parecer de Bóveda y Montero decidió abandonar la asamblea “por una cuestión de principios y no de transigencia política”. La guerra lo encuentra en Madrid. Sobrevive como refugiado en una legación y después como quintacolumnista en la CNT. Nunca habló mucho de aquello, ni lo utilizó para ganar favores.

En La sombra del César. Santiago Montero Díaz, una biografía entre la nación y la revolución (Granada, Comares), del catedrático de la USC —y pronto de la Universidad de Múnich— Xosé Manoel Núñez Seixas, este capítulo —Un autonomismo incomprendido y el camino al fascismo— ocupa apenas veinte páginas de un trabajo por el que Núñez Seixas comenzó a interesarse hace veinte años, “fruto de una cierta fascinación por un personaje singular”. Por una parte, un reto biográfico: un intelectual próximo, primero, a algunos postulados del galleguismo cultural (fruto de su amistad de tiempos estudiantiles compostelanos con Seoane o Cunqueiro). Y después socialista republicano, comunista del PCE antes de que el partido (a partir de enero de 1936) se empezase a nutrir de jóvenes burgueses, agnóstico desde 1928, jonsista sin una pasión práctica por la violencia, opositor al franquismo…

Del fascismo antiestático de Montero Díaz, autor de un mussoliniano Alejandro Magno (1944) o de Cervantes, compañero eterno (1957), a Núñez Seixas le interesó toda la encarnadura. Un pliegue extraño en España, no tanto en los fascismos francés, alemán o italiano: “En el ámbito español, Montero evoluciona hacia el fascismo siguiendo dos ejes: izquierda-derecha y galleguismo-españolismo. Pero también es de los pocos que va y vuelve, sin pasar además por el catolicismo. No hay muchos como él”. Un nacionalista español a la búsqueda de un ideal “que combine el realce de la nación, a partir de una fuerte afirmación “regional” gallega, con el ardor revolucionario”. Eso lo conduce a la izquierda y al PCE, para después hallar en el fascismo, según argumenta Núñez, “la síntesis perfecta de los opuestos aparentes, nacionalismo y marxismo”. La nación como sujeto de la revolución y el concepto de imperio, “fuese este español, universal o gallego, con todos los matices que se quieran”, como objeto de devoción.

Su evolución durante el franquismo, que podría haberle emparentado con Dionisio Ridruejo u otros falangistas conversos, no llegó a tanto: “Primero fue un fascista radical desencantado con la evolución del régimen; luego, a través de su prédica de la reconciliación nacional con los vencidos, a acercarse a la oposición antifranquista, y a seguir simpatizando con los oprimidos en sentido amplio”. Catedrático de Historia Antigua en Madrid desde 1941, pregonó hasta el final la apuesta por el Eje, lo que le valió un confinamiento temporal. En 1944, ante la vieja guardia falangista, los animó a manchar las camisas azules con su propia sangre. Después de 1945, sin embargo, ya no era peligroso.

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“No podía conspirar más con los servicios secretos alemanes, no tenía facción en Falange ni clientelas… Como político siempre fue poco habilidoso”. A partir de entonces se dedica a invocar al Duce inexistente, aunque escribiese sobre Alejandro o Trajano. En 1965 es apartado de su cargo durante dos años, tras los incidentes en la Universidad de Madrid, donde sí contaba con una cohorte de admiradores jóvenes. Tampoco optó por el consenso en 1977. “Jamás da el paso hacia la conversión a la democracia… Era un elitista intelectual profundo: creía que las grandes personalidades deciden el destino de los pueblos y las naciones”. No se convenció de ello en Alemania durante los cinco meses que pasó en ella en 1933, en los que vio el incendio del Reichstag, las piras de libros y las primeras medidas antisemitas. Sus “esencias” revolucionarias habían cuajado antes vía las JONS de Ledesma Ramos, y siguió rechazando la fusión con Falange Española.

En el actual contexto de revuelta identitaria a la española, el libro de Núñez Seixas sirve también para preguntarse, a la luz del ejemplo del biografiado, “si las complejidades de la cuestión nacional en España permiten igualmente alumbrar un modelo de deriva fascista particular, en el que la ambigüedad entre la nación y las naciones, la apelación al patriotismo y a la regeneración nacional frente a los adversarios exteriores, pero sobre todo internos, cobraron una importancia fundamental”. El momentum en el que habría que situar la pregunta no apela ya a Santiago Montero Díaz: “No creo que podamos hablar seriamente hoy de un resurgir de un fascismo español como el de los años 30 ó 40, los ingredientes ideológicos no están presentes”. Otra cosa, continúa Seixas, es si al amparo del enfrentamiento dialéctico entre nacionalismo español y nacionalismos subestatales, “en el contexto de crisis actual, se abona el terreno para un discurso neopopulista, antieuropeísta y antiinmigración, retroalimentado con la oposición a los nacionalismos catalán y vasco”. Pero eso, afirma, “no sería necesariamente fascismo”. “Sería otra cosa”.

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