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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Catalán: 30 años más de vitalidad

La inmersión será revisada para incorporar el inglés

Albert Branchadell

En los últimos 30 años el catalán ha alcanzado un grado de institucionalización que envidian todas las demás lenguas regionales o minoritarias y también ha consolidado su base demográfica, gracias a un poder de atracción en virtud del cual muchas personas de lengua materna castellana se identifican actualmente con el catalán y lo usan habitualmente. ¿Qué pasará en los próximos 30 años?

En 1990 dos conocidos intelectuales vaticinaron que el proceso de extinción del catalán estaría “sentenciado” hacía el año 2040, “quan l’última generació que haurà tingut el català com a llengua materna l’abandoni per adreçar-se als seus fills”. La verdad es que ninguna encuesta hecha en Cataluña permite detectar una posible tendencia de las personas de lengua catalana a abandonarla para dirigirse a sus hijos. La realidad sigue siendo al revés de como previeron August Rafanell y Albert Rossich. La Encuesta de Usos Lingüísticos de la Población de 2008 es inapelable: como dice el sociolingüista Joaquim Torres, “no hi ha pràcticament defecció lingüística entre els parlants de català” y, en cambio, hay un número significativo de personas de lengua materna castellana que sí abandonan el castellano para pasarse al catalán.

En todo caso, la incógnita que se plantea es si el catalán seguirá ejerciendo su poder de atracción no sobre los hijos y nietos de la inmigración interna de los años sesenta, sino sobre la descendencia de la población extranjera llegada a Cataluña en los últimos lustros. De momento, solo 6 de cada 100 personas que tienen una lengua extranjera como lengua materna dicen que su lengua actual es el catalán. Habrá que ver qué piensan los hijos y los nietos de todas estas personas.

Por lo que respecta a la institucionalización del catalán, no se esperan grandes cambios. A pesar de todas las sentencias, en Cataluña existe un consenso político suficientemente sólido para que el catalán siga siendo de facto la lengua “preferente” de las Administraciones públicas y de los medios de comunicación públicos. En el caso de la educación, el modelo de inmersión que ahora la Generalitat defiende tan teatralmente acabará siendo revisado, pero no tanto para reintroducir la vehicularidad del castellano, que no responde a una demanda real, sino para incorporar la del inglés y también para dar más juego a segundas lenguas extranjeras, en línea con las recomendaciones de la Unión Europea.

Todas estas consideraciones son independientes de la posible independencia de Cataluña, un escenario que antes no se planteaba y ahora está en todas las quinielas políticas. Hay quienes creen firmemente que de la noche al día la independencia de Cataluña producirá un país donde todo el mundo hablará catalán habitualmente y el catalán será la única lengua oficial. Pero no es necesaria demasiada política comparada para darse cuenta de que las cosas no irían así. Cataluña no es como Eslovenia, donde el antiguo serbocroata se ha evaporado literalmente, sino más bien como Ucrania, donde 20 años de independencia no han supuesto ninguna merma en la implantación del ruso y donde la oficialidad de esta lengua va a tener por fin una sanción legal con la controvertida ley de lenguas aprobada este verano

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