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El pastor de grullas

La directora de la revista rusa más antigua se negó en septiembre a enviar a un reportero a Siberia para cubrir la nueva hazaña de Putin

Putin durante su vuelo en ala delta para enseñar grullas en cautividad.
Putin durante su vuelo en ala delta para enseñar grullas en cautividad. ria novosti (reuters)

Masha Gessen, directora de Vokrug Sveta, la revista rusa más antigua, se negó en septiembre pasado a enviar a un reportero a Siberia para cubrir la nueva hazaña de Putin: volar en ala delta para enseñar a unas grullas criadas en cautividad el camino a seguir en la migración al sur de Uzbekistán. A Gessen, le parecía una maniobra publicitaria típica de Putin. Por negarse a cubrir la gansada, el dueño de la revista la destituyó. Se organiza un cierto escándalo, y de pronto Gessen recibe llamada del Kremlin. Es Putin: “Soy Putin, Vladimir Vladimirovich. Me han dicho que la han despedido y que yo soy involuntariamente la razón para ello. Si no tiene objeciones, le propongo que nos encontremos para hablar de ello”.

Gessen cuenta (en el Herald Tribune) que va al Kremlin y Putin le explica que sus “shows” con tigres, guepardos y grullas son eso, shows, pero no para lucirse él, como ella parece creer, sino para crear conciencia ecológica en la gente; y luego, volviéndose al propietario de Vokrug Sveta, el zar le dice que se ha pasado y que Gessen debe ser inmediatamente readmitida.

“Pero ahora sería la enchufada del Kremlin”, cuenta Gessen, “así que he declinado la nueva oferta”.

Lo que me llama más la atención de esta anécdota, reveladora en tantos extremos (significativo el vuelo mismo, significativa la negativa a cubrirlo, significativo el despido, significativa la llamada personal del Kremlin, y las instrucciones para readmitir a la réproba, y la negativa de esta a aceptar tal merced) es que Gessen es la autora de la demoledora, pavorosa biografía de Putin titulada The man without a face (El hombre sin rostro), cuya lectura me ha hecho arder el pelo, y que se ha publicado en todo el mundo (supongo que pronto tendremos también una edición española). En Rusia es un libro prohibido.

No son escépticos ni tibios en nada. Más bien parecen indomables y llenos de energía

Putin, ha podido comprobar Gessen, no sabía nada de su autoría de ese libro. Él solo se informa a través de los canales de televisión que él controla.

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Con esta anécdota en mente, les he preguntado a Zakhar Prilepin y Sergey Shargunov, dos literatos rusos, jóvenes y combativos, que han estado 48 horas en Barcelona invitados a un coloquio en torno a la exposición de arte contemporáneo ruso En un desorden absoluto, en el Arts Santa Mònica, cuál es la eficiencia de los libros y de sus autores en la transformación o mejora de la sociedad.

“Claro que la voz de los intelectuales influye y claro que vale la pena alzarla”, me ha contestado Prilepin. Y Shargunov me ha dicho: “A mí en cualquier caso no me parece correcto quedarme detrás de la barrera murmurando que las cosas no se hacen como es debido”. No son escépticos ni tibios en nada. Más bien parecen indomables y llenos de energía. Ambos escritores han ganado en su país algunos premios considerables y se han distinguido en la denuncia de los abusos del régimen y en la vertebración de una oposición pública que empieza a manifestarse. Ambos están inéditos en lengua española, aunque la editorial Sajalin publicará en breve la primera novela de Prilepin, titulada Las patologías y centrada en sus experiencias en las guerras de Chechenia, donde estuvo dos veces, en los años 96 y 99. Shargunov también estuvo en Chechenia, como agente de la policía —en Rusia se puede hacer el servicio militar en la policía—, e incluso se reenganchó, no por espíritu marcial, sino para seguir allí, ver y dar testimonio.

Naturalmente en el coloquio que han sostenido en Arts Santa Mònica se les ha preguntado sobre el caso, verdaderamente sangrante, de las Pussy Riot, las activistas punquis condenadas a varios años de cárcel por cantar en una iglesia una canción que decía “Virgen María, líbranos de Putin”. Se da la circunstancia de que Shargunov es hijo de un pope ortodoxo muy conocido y dogmático para quien las Pussy Riot no deberían haber ingresado en la cárcel, sino directamente en el cementerio, y el escándalo ha roto la familia: padre e hijo no se hablan.

Curiosamente, a Shargunov y a Prilepin no les interesaba hablar mucho del caso de las chicas presas, porque el factor religioso divide a la oposición, ya de por sí débil. Prilepin estaba incluso molesto: “Hay cientos de prisioneros políticos en Rusia, de los que nadie habla”. Y eso es todo por hoy, amigos. Solo queda informar de que acaba de cerrar la exposición En un desorden absoluto. Pero pueden ustedes seguir viéndolo en la realidad.

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