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Extraña y mítica pareja

Serrat y Sabina se entregan durante tres horas en su reaparición conjunta en Madrid

Jesús Ruiz Mantilla
Joan Manuel Serrat y Joaquín Sabina, durante el concierto anoche en el Palacio de los Deportes de Madrid.
Joan Manuel Serrat y Joaquín Sabina, durante el concierto anoche en el Palacio de los Deportes de Madrid. CLAUDIO ÁLVAREZ

A ratos como Walter Matthau y Jack Lemmon, otras como Zipi y Zape, como riéndose de su sombra, aparecían Serrat y Sabina, esa nada extraña pareja, esos mitos entregados a la autoparodia en su regreso conjunto a los escenarios. Conscientes de su suerte activa, con más respeto que nunca a las malas pasadas, saben que Madrid no es cualquier cosa. Aunque la ciudad es tan de uno como del otro, en la capital suman ambos quizás más actuaciones que en cualquier otro lugar del planeta. Y les impone…

La pequeña patria de barrio donde Sabina vive y Serrat tiene ya casa les recibió con los brazos abiertos en su lleno del Palacio de los Deportes, pero también con cierta frialdad inicial, que se desvaneció cuando Sabina puso en pie al respetable con su adorada y agujereada por los picos, Princesa. De eso quizás tuvo la culpa una escrupulosa puntualidad que no dejó acomodar a parte del público.

Pasados solo siete minutos de las 9.30 saltaron al escenario envueltos en su iconografía de bodega del Titanic y precedidos por esos dos pájaros dibujados que nadie va a cargarse de un tiro ni de dos. Entre el monólogo bien trabado y los diálogos ocurrentes, estos dos artistas brillaron en sus dotes teatrales, en su gracia para la pulla y el perfumado veneno de su ironía, entremezclada con medida de chef tres estrellas Michelin con sus mejores éxitos.

Entre monólogos y diálogos recurrentes brillaron con sus dotes teatrales

Ocupen su localidad mezclado con Hoy puede ser un gran día abría el espectáculo entre luces de music hall y mesas de cabaret con los excelentes músicos liderados por el maestro Ricard Miralles, Pancho Varona y Antonio García de Diego situados escalonadamente junto a sus compañeros. La orquesta del Titanic ofreció aires sugerentes y renovados al repertorio y a las canciones del disco que ambos se han decidido a grabar producidos por ese mago de los estudios que es Javier Limón.

Sus temas del naufragio presente se mezclaban naturalmente con glorias pasadas. Y así zurcían novedades como Cuenta conmigo con las eternidades de sus baúles inmortales, de Sin embargo a Mediterráneo, de Esos locos bajitos a 19 días y 500 noches, de El bulevar de los sueños rotos a Tu nombre me sabe a hierba, cabía toda su esencia.

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Reconocidos y agradecidos por el esfuerzo de quienes se habían gastado los cuartos para verlos en mitad de “esta puta crisis”, que dijo Sabina, la pareja se despachó y disfrutó de una noche en la que se les notó emocionados y midiendo fuerzas después de una gira, Dos pájaros contraatacan, que les tiene dando tumbos entre España y América desde el mes de marzo.

Pero en casa estaban anoche, en casa y bien a resguardo. Sin cargar las tintas, homenajeando a sus clásicos, de José Tomás a Chavela Vargas y acordándose lo justo de Rajoy para no amargar demasiado la fiesta; elegantes, dispuestos, generosos y conscientes de su suerte tras décadas de carrera sin fin, sin descanso y sin tregua. “Ni en mis más locos, melodramáticos y etílicos sueños, pensé que iba a regresar a este escenario con el maestro Serrat”, comentó Sabina.

Homenajearon a sus clásicos, José Tomás y Chavela Vargas

Pero lo hizo. En forma, muy en forma, echándose un baile de claqué y rumbero como casi siempre, con sombrero ambos y un cambio de vestuario que no les despojaba de su personalidad ni cuando se colocaban la pajarita o se plantaba Sabina su querida camiseta de gondolero.

“La vida le ha tratado mal… Aunque él a la vida…”, soltaba Serrat cuando su amigo desaparecía del escenario. La gente se retorcía con los ataques y las réplicas: “Me duele un poco que le rían las gracias, en Barcelona, lo acepto, pero aquí…”, se medio quejaba Sabina. “Una cosa nos separa: mi envidia y su talento”.

Y así, en ese plan, de hermanos bien avenidos dieron una patada al malestar y a la desgana y al desánimo entre los acordes de la canción del Pirata, de esos amores imposibles que resuenan tras Contigo, adaptando más a la crisis que al pacifismo Algo personal, con la pelota de Esos locos bajitos, entre los Cantares machadianos y la necesaria memoria de Miguel Hernández cuando Para la libertad es tan necesaria ahora como en los negros tiempos del pasado.

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Sobre la firma

Jesús Ruiz Mantilla
Entró en EL PAÍS en 1992. Ha pasado por la Edición Internacional, El Espectador, Cultura y El País Semanal. Publica periódicamente entrevistas, reportajes, perfiles y análisis en las dos últimas secciones y en otras como Babelia, Televisión, Gente y Madrid. En su carrera literaria ha publicado ocho novelas, aparte de ensayos, teatro y poesía.

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