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CRÍTICA
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

La hormigonera rock del extrarradio

Los conciertos de Extremoduro comparten esa sensación de rocosidad previsible, de puntillosa profesionalidad en abierto menoscabo de la frescura añeja

La vuelta de Extremoduro a los escenarios se mantiene en un digno término medio: no delega de forma exclusiva, ni mucho menos, en el pasado que les convirtió en una de las bandas más populares de nuestro país a mediados de los noventa; ni tampoco deja con un palmo de narices a la legión de fans que, ávidos de rememorar su cénit creativo, están agotando el papel con semanas de antelación en cada uno de sus conciertos. Y eso que en algunas ciudades, como Valencia, repiten dos noches seguidas. Aunque sus conciertos sí que comparten esa sensación de rocosidad previsible, de puntillosa profesionalidad en abierto menoscabo de la frescura añeja, que comparten con prácticamente todos los coetáneos que deciden volver a la carretera (caso de Los Enemigos), aunque en su caso la ausencia haya sido menor.

Extremoduro

Robe Iniesta: voz y guitarra; Iñaki Antón: guitarra y teclados; Miguel Colino: bajo; José Ignacio Cantera: batería. Velódromo Luis Puig. Valencia, 14 de septiembre de 2012.

Su extenuante concierto (más de tres horas) se articuló en tres bloques, diferenciados por recesos de más de 20 minutos, que a buen seguro el veterano Robe Iniesta y los suyos debieron agradecer (y la caja recaudadora de las barras debió aprovechar, dado el sempiterno botellón que la parroquia de los extremeños se gasta desde un par de horas antes en las inmediaciones del recinto). El primero de ellos, amortiguado por el apacible sesgo melódico de Material Defectuoso, su álbum del año pasado (el blues de Otra inútil canción para la paz lo podría firmar Robert Cray, mientras Mi espíritu imperecedero es lo más cercano al clásico sonido FM que han facturado en años), hasta que las añejas Pedrá o Ábreme el pecho y registra (soberbia) activaron brevemente la maquinaria de riffs paquidérmicos y febriles cambios de ritmo. El segundo, dedicado íntegramente al conceptual La ley innata (2008), suerte de suite de casi media hora que concretiza su madurez asumiendo sin ambages el legado rock urbano y progresivo de fines de los 70. Y la tercera, ya con un sonido más que decente y la hormigonera rítmica a pleno funcionamiento, desgranando ese romanticismo suburbial y descarnado que tiene en rotundidades como Bri Bri Bli Bli o So Payaso y en la zafia Me estoy quitando sus dos polos opuestos. Del puntual arrebato de genio a ese desgarro emocional de garrafón que otros (Estopa, Melendi) han desvirtuado hasta convertir en vulgar lugar común.

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