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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

En la basura

"El negocio de los capos peligra y de ahí la necesidad de multar con cincuenta euros a los que apenas se sacan seis con la venta diaria de sus míseros hallazgos"

Parece que para empezar el curso como dios manda, y entre otras medidas de mucho futuro ornamental, los buceadores en los contenedores de basura serán multados con cincuenta euros mientras que los escolares deberán acudir a las aulas con la tartera lista para la comida. ¿Y qué relación hay entre una cosa y otra? Pues la de siempre, el marcapasos de dudoso origen que el Gobierno impone a la inmensa mayoría de sus súbditos, resuelto como está a convertir la mayoría absoluta en absoluta miseria. Pero también, hay que decirlo, los restos de comida infantil de los tupper domésticos tendrán que ir a parar a algún sitio, seguramente a los contenedores de basura, por lo cual se hace cómplices en cierta manera a las criaturas escolarizadas, y a sus padres, de las multas que se impongan a los desdichados, que ya son multitud, especializados en rebuscar en las basuras por ver de tener algo que llevarse a la boca, o que llevarle al trapero que valora a la baja sus necesidades. Estupendo.

En casi todas las calles, plazas y avenidas, salvo quizás en las más céntricas, de esta ciudad pululan desde la mañana a la noche una multitud de desgraciados que se desplaza en bicicletas muy agraviadas a las que sujetan carromatos prácticamente inservibles y ejemplarmente livianos a fin de ir depositando en ellos lo poco que consiguen hurgando con un gancho metálico como de posguerra en los contenedores de basura (en esta ciudad casi todos los contenedores de cualquier cosa lo son, dicho sea de paso, culturales o no), un botín menguado y muy perfumado de esa podredumbre reposada que tanto atrae a las moscas de mayor enjundia en el que figuran desde barbies hace tiempo desahuciadas hasta medio metro de tubería de plomo obturada, además de camisas inservibles, camisetas agujereadas por el tiempo como si hubieran sido baleadas, zapatos cojos, restos de televisores destrozados y algún que otro colchón completamente meado junto a rastros de pañales, preservativos usados, y alguna que otra delicadeza alimentaria, como una morcilla mordida a medias y arropada por vómitos amarillentos. La estrella de estos hallazgos es el papel, y el cartón, que los traperos compran por la mitad de un euro el kilo. El negocio de los capos basureros peligra, y de ahí la necesidad de multar con cincuenta euros a los que apenas se sacan seis con la venta diaria de sus míseros hallazgos, después de trabajar —sí, trabajar, sin descanso y sin derechos— durante toda la jornada y dando pedales sin reposo.

Y si le parece al lector que es exagerada esta amable descripción, le ruego que considere lo que va a ocurrir con los inmigrantes tildados de ilegales en su asistencia sanitaria, o mejor en dicha asistencia en general. Un ahorro pintoresco a corto plazo que va a resultar mucho más costoso en el medio plazo, pues se trata de una medida en la que el remedio, y nunca mejor dicho, es peor que la enfermedad. Nunca tantos hundieron en tan poco tiempo lo que queda de nuestro bienestar.

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