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Francisco Letamendia, ‘Ortzi’ | Profesor de Ciencias Políticas de la UPV

“Cualquier alianza de gobierno va a exigir presencia nacionalista”

“El regreso de la izquierda ‘abertzale’ a la Cámara es un gran paso en la normalización”, afirma el docente y exdiputado de HB

Letamendia, en una de las bibliotecas de la UPV.
Letamendia, en una de las bibliotecas de la UPV.FERNANDO DOMINGO-ALDAMA

Muchos años antes de protagonizar, puño en alto, quizás las más sonoras dimisiones de la historia de las Cortes Generales, Francisco Letamendia, nacido en una acomodada y conservadora familia donostiarra, ya había hecho sus “pinitos” en Madrid con ocasión de su primer viaje a casa de los abuelos maternos. A su abuelo Román —padre de Pilar Belzunce, más tarde esposa de Eduardo Chillida—, quien vivía en la calle de Hermosilla, en el barrio de Salamanca, le entró el pánico el día en que Paco, con apenas seis años, desapareció de su casa para perderse por el barrio. “Lo pasé fenomenal, pero mis abuelos estaban horrorizados. Recuerdo la bronca que recibí por escaparme solo y perderme por esas calles”, rememora hoy, con sonrisa pícara, esos primeros pasos por Madrid.

Las visitas a sus abuelos se repiten durante algunos años, hasta que el joven Letamendia se inscribe en 1963 en un curso de Derecho. “Fue un año de lo más curioso, porque a mí el Derecho no me gustaba, pero no quería separarme de ello”. Hasta entonces, había sido un estudiante de buenas notas, pero aquello fue un desastre y suspendió la mayoría de las asignaturas.

En Madrid empezó a hacer de todo, a meterse en todos los sitios donde podía acudir un joven de 18 años… menos en Derecho. Venía de pasar un año en Navarra estudiando la misma carrera, y como aquello le parecía un horror decide “pirarse”. Entonces, se hospedó en casa de su tío Javier Belzunce, futuro director de Deportes del Gobierno de Adolfo Suárez. “En esa época conocí un Madrid que luego he vuelto a ver en películas, por ejemplo en El pisito”, narra.

Perfil

Francisco Letamendia, Ortzi (San Sebastián, 1944), es licenciado en Derecho por la Universidad de Barcelona, doctor en Historia Social por la Universidad de París-VIII, y profesor titular de Ciencias Políticas en la UPV. En las elecciones de 1977 fue elegido diputado de Euskadiko Ezkerra por Guipuzkoa y ocupó su escaño hasta el año siguiente. Reelegido parlamentario en 1979, esta vez por HB, no llegó a tomar posesión de su acta de diputado. Sus campos de investigación son la historia y los nacionalismos comparados, la violencia política y los movimientos sociales, entre otros. Es autor de numerosas obras, como El proceso de Euskadi en Burgos (1971), Derechos humanos y revolución francesa (1991), Cocinas en el mundo: la política en la mesa (2000), Historia del nacionalismo vasco y de ETA (1994). Recientemente ha publicado una novela negra: La mujer en la cueva.

Era ese Madrid de pensiones “con familias como venidas a menos”, añorantes de sus viejas glorias. “Un Madrid en donde todavía la clase marcaba a los ciudadanos, que vestían y hablaban de una manera u otra muy distinta. Un Madrid que todavía era castizo, porque el Rastro funcionaba, las corralas, que después he visto en el cine. Y eso me enganchaba”, apunta con cierta de nostalgia.

La dictadura no la vive con esos 18 años, y solo se conciencia cuando se traslada poco después a Barcelona. Para entonces era el hijo de un gerente y, de hecho, estuvo trabajando en la delegación madrileña de Letaman, una fábrica donostiarra de caucho. “Iba allí como hijo de un gerente, sacaba unas perritas y me dedicaba más a zascandilear. Fue un año absolutamente desastroso en cuanto a estudios”, incide. “Iba al Museo del Prado, que me encantaba, y me quedaba fascinado, lo recuerdo como si fuese hoy, con El Bosco. Iba allá a mirar esos contrastes, esos suplicios, esos infiernos. El Bosco me impresionaba”, añade.

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Cuatro años más tarde, y una vez terminada la carrera de Derecho en Barcelona, donde se encontró con un desbordante movimiento estudiantil —“aquello me hizo de izquierdas”—, Letamendia se suma a un bufete bilbaíno de abogados, abierto en la calle de Máximo Aguirre, junto a Pedro Ibarra, Juan Luis Ibarra, o García Lacunza, entre otros, que defienden a militantes antifranquistas.

Corren los finales sesenta y antes de participar en el histórico juicio de Burgos, recién cumplidos 26 años, se desplaza varias veces a Madrid al Tribunal de Orden Público para ejercer de abogado defensor. A aquellos juicios se suman algunos consejos de guerra en Burgos o en Santander. “Yo era un crío, porque la primera vez que me voy a Francia, a raíz del juicio de Burgos, solo tengo 28 años. Eso me impresionó de tal modo que pedí entrar en ETA. Y es cuando José Antonio Etxebarrieta, que era un zorro, en vez de relacionarme con ETA V, me manda a los minos [escisión de la segunda parte de la sexta asamblea de ETA de 1973]. José era una buena persona y lo hizo porque yo era todavía un pipiolo bastante inconsciente”, narra.

Conocí un Madrid que luego he vuelto a ver en películas”

Fue también cuando conoció a personas como Gregorio Peces Barba, con quien la relación que mantuvo más tarde en Madrid sería correcta, por supuesto, pero “un tanto fría”. Mantuvo más relación con Josep Solé i Barberà, también abogado en el juicio de Burgos, y posteriormente diputado del PSUC. “Yo no era un gran abogado, y esa carrera no me iba demasiado. Era mejor politólogo, pero había que combatir y ahí me tocó”, puntualiza.

Con ya más de 30 años, Letamendia vuelve a Madrid y esta vez al Congreso. Se hospeda en casa de otro primo, Gonzalo Letamendia, dueño de una tienda de artículos de informática en Sol. “No compartía mis puntos de vista, pero era una persona formidable. Su mujer me dijo un día: ‘No te podemos tener más aquí’, porque, de hecho, estaban ya teniendo llamadas de amenaza”, recuerda todavía con cariño hacia su familia.

Puño en alto, Letamendia anunció el 8 de noviembe de 1978 desde la tribuna del Congreso que dimitía como diputado de Euskadiko Ezkerra.
Puño en alto, Letamendia anunció el 8 de noviembe de 1978 desde la tribuna del Congreso que dimitía como diputado de Euskadiko Ezkerra.MARISA FLOREZ

Su llegada al Parlamento se había producido meses antes, en junio de 1977, como representante de Euskadiko Ezkerra (EE). Llega totalmente “despistado”, pero para mucha gente es el diputado de ETA. Existe enorme curiosidad por verle. “Muchos pensaban que iba a llegar allí como un basajaun”. Sin embargo, le abordan muchas personas, como algunos diputados de AP que le hablan de una forma “simpatiquísima”. Manuel Fraga “por supuesto que no, pero sí López Rodo, o Antonio Carro, que lo hacen en plan paternal. Pujol también”, destaca.

Gente mayor que se dirige a él como quien habla a un hijo descarriado. “A mí se me cogió manía después, pero al principio en el Congreso hasta se hacían bromas como las de Tip y Coll: ‘Hoy hay sol, pero Letamendia dice que no”. Y cosas por el estilo.

Muchos se le acercan, excepto quienes tienen ya un peso simbólico. Con bastantes de ellos se lleva bien y les llega a apreciar después, como a Santiago Carrillo, quien no quería que le vieran con él, pero ya sabía en qué tesitura se encontraba el PCE.

Iba al Prado, que me encantaba, y me quedaba fascinado con El Bosco”

Salvo con Gerardo Bujanda y Román Sodupe, con el PNV no mantiene buena relación. “Ahí el que mandaba era Arzalluz y en el Congreso no quería ni verme”. Con la “derecha española” su trato es mejor y los representantes de UCD, con algunos de los cuales coincide en viajes en tren, se encuentran encantados de hablar con él. “Chus Viana era una persona encantadora, por ejemplo, un tío con el que se podía ir a tomar potes, además de ser un político nato y muy trabajador”, subraya.

En cuanto al PSOE, de vez en cuando se le acercaba Felipe González diciéndole: “Tranquilo Letamendia, tranquilo”. También se lo comentaba en un plan paternal. Una persona que le abordaba con mucho cariño y con la que siguió manteniendo una buena relación, hasta que ETA le asesinó en 2000, fue Ernest Lluch. “Cuando le mataron me llevé un gran disgusto y lo denuncié. Lluch conocía muy bien esto y muchas veces me comentaba: ‘Sabes que lo que estás diciendo no lo entiende la mayoría de la gente”.

De la misma forma fueron muy buenas sus relaciones con ERC, y, por supuesto, con Heribert Barrera. “Allá yo no tenía un perfil agresivo y, de hecho, nunca he sido una persona agresiva”, enfatiza. Cuando, por ejemplo, se debatían mociones de denuncia de ETA, en el hemiciclo había, como en los teatros, una parte oscura en la que se refugiaba. Aunque no se ocultaba, era un sitio sin mucha luz y más tranquilo, donde pudo escuchar conversaciones variopintas entre grupos políticos en las que se escenificaba “el cristo” que iban a tener inmediatamente después. “No voy a decir quiénes eran, pero me acuerdo muy bien”.

Muchos pensaban que iba a llegar al Congreso como un ‘basajaun”

Considerado un raro y presentado por la prensa como una persona estrambótica, se le tilda, en cambio, de buen comensal. En un restaurante alemán sito entonces enfrente de las Cortes, a veces parlamentarios del PSOE se acercaban a preguntarle dónde se comía bien en Madrid. “Hombre, os puedo hablar de Donostia o Bilbao, pero convertirme en referencia culinaria en Madrid es un poco exagerado”, les contestaba.

Hace memoria igualmente con afecto de Enrique Tierno Galván, “una persona formidable”. La única de sus enmiendas que llegó a prosperar en el Congreso, en defensa del ejercicio de la sexualidad de los presos, tuvo el apoyo el Viejo Profesor. “En la prensa de derechas dio lugar a muchas cuchufletas y bromas de mal gusto. Tierno, entonces en el PSP, le dio la forma, me ayudó a redactarla y se aprobó”, reconoce.

En octubre de 1977 se plantea la ley de Amnistía. Ortzi se abstiene, porque “no supone un reconocimiento de la lucha que había llevado el País Vasco”. Luego llegarán las enmiendas a la Constitución, trabajo de un grupo del que forma parte con Juan María Bandrés y que se preparan a conciencia. Vota en contra del texto constitucional, pero con una postura “responsable”, ya que presentan muchas enmiendas para intentar modificarlo. “Era distinto a pasar del tema, postura que mantenían algunos del PNV o dentro de HB”, indica. Y detalla que muchos dirigentes del PNV, como Juan Ajuriaguerra o Julio Jáuregui, estaban entonces a favor de votar la Constitución, que abrirá el camino al Estatuto vasco. “Eso hay que recordarlo”.

En el PNV mandaba Arzalluz y en el Congreso no quería ni verme”

Trabaja mucho en casa de su primo y sale muy poco, convirtiéndose en uno de los diputados que más enmiendas presenta en la Comisión Constitucional.

Surge en la conversación la anécdota de una charla con el hermano de Rodolfo Martín Villa, quien se le acerca con ocasión de los graves incidentes de los sanfermines de 1978:

— “Oye estamos acojonados. ¿Tú qué crees que tendríamos que hacer?”

— “Vosotros sabréis”, le dice.

La conclusión que saca es que la cuestión se les había escapado de las manos. “En ese momento, él me dijo: ‘Si quieres, te damos protección policial’. ‘Mejor no’, contesté. Ellos sabían que ya estaba recibiendo amenazas de muerte, algunas en casa. De todas maneras, era bastante inconsciente. En esa época andaba mucho solo y volvía al Prado en mis ratos libres”, abunda.

Cuatro meses antes de que finalizara la legislatura, el 8 de noviembre de 1978, llega “la bronca final”. Ya se encontraba en una posición “falsa” y rechazaba la vía de EE de apoyar el Estatuto. Letamendia explica aquel momento: “Era una decisión, perfectamente discutible, que tomé y que mucha gente discutió con pleno derecho. Pensaba, y no me equivoqué, que eso iba a conducir a medio plazo a la desaparición práctica de EE. Yo optaba por reagrupar a las fuerza abertzales de izquierda. De hecho, ya estaba yendo a mítines de HB, pero era una posición insostenible en el Grupo Mixto”.

Felipe González se me acercaba y me decía: ‘Tranquilo Letamendia”

Y prosigue: “Como mis interpelaciones y mis protestas seguían funcionando, la UCD decidió enviar a dos diputados al Grupo Mixto para que hubiera un quórum suficiente y se me impidiera hablar. En aquel momento ya no tenía nada que hacer, pero una vez más Fraga, que me había tildado de ‘jabalí del terrorismo’, me sacó las castañas del fuego. No sabía qué hacer y de hecho fui con una armónica dispuesto a tocar en el pleno el himno de San Fermín. Entonces, Fraga se metió conmigo y eso me permitió, por el derecho de réplica, intervenir. Se vio que no estaba improvisado, porque presenté una hoja escrita, y es cuando grité ‘Gora Euskadi askatuta, Gora Euskadi socialista’. Bajé de la tribuna y entregué mi dimisión”.

Reelegido diputado en 1979, esta vez por HB, no pisa el Congreso, porque la formación abertzale decide no acudir a las Cortes. En 1982 se retira de la política, se marcha “al exilio” a París para evitar varios procesos judiciales abiertos, y allí, donde lo pasa “bastante mal”, se produce su distanciamiento de HB, que termina por abandonar. Desde su regreso, en 1985, se dedica a la docencia como profesor de Ciencias Políticas en la UPV.

Cuando ETA mató a Lluch me llevé un gran disgusto y lo denuncié”

— Han pasado 27 años, y tras numerosas muertes, atentados y sufrimientos, con el anuncio del cese de la violencia por parte de ETA algo parece estar cambiando en Euskadi. Después del 21-O, la izquierda abertzale volverá al Parlamento vasco. ¿Qué supondrá este regreso?

— “Es un gran paso adelante en la vía de la normalización democrática de este país. Va a tener consecuencias internas indudables: no hay que olvidar que un Parlamento no es solo una institución representativa, sino un lugar donde conviven personas durante largos períodos de tiempo, lo que, por distintas que sean las posturas mantenidas, obliga a un trato cotidiano y hasta a una cooperación de contrarios en multitud de temas por los que no pasan los conflictos primordiales”, responde.

Y añade: “Esto es importante: la estrategia recíproca de la transformación del adversario en enemigo tiene siempre como presupuesto la ausencia del adversario y la falta absoluta de contactos. Es muy difícil ver a Lucifer en una persona con la que te codeas todos los días”.

— Nadie obtendrá en las urnas mayoría absoluta. ¿Qué tipo de alianzas se pueden dar?

— “Teniendo en cuenta que, como indican todos los sondeos, va a ser impensable un Gobierno monopartidista de mayoría absoluta, emerge para todas las fuerzas, y también para EH Bildu, la lógica de la política de alianzas en sus dos dimensiones: la numérica y la ideológica. Desde el punto de vista numérico, siempre según los sondeos, hay dos evidencias: primera, la única alianza descartable para la formación de Gobierno sería la de la repetición de la fórmula PP-PSE. Segunda, dado que el PNV y la izquierda abertzale vienen en cabeza, toda alianza de gobierno va a exigir la presencia en ella de una formación nacionalista vasca”, considera.

En su opinión, “el PNV ha manifestado a través de su candidato Urkullu que no descarta ninguna fórmula. Lo mismo ha dicho la candidata de EH Bildu, Laura Mintegi. Teniendo en cuenta lo surrealista de una coalición izquierda abertzale-PP —no olvidemos, sin embargo, en un futurible aún lejano el referente de la coalición norirlandesa unionistas de Paisley-republicanos del Sinn Féin—, Bildu podría optar por una alianza nacionalista con el PNV o por otra de izquierdas con el PSE. Pero este partido, sin duda por presiones de Madrid, ha descartado tal fórmula por el momento”.

Y concluye: “La decisión queda pues en manos del partido bisagra PNV: o con el PP, con los riesgos enormes que ello acarrearía para su electorado; o con el PSE, lo cual sería visto por este como más de lo mismo; o con la izquierda abertzale, opción preferida por sus electores, pero no por los poderes fácticos/económicos vascos. Hay que añadir a estas fórmulas la de un Gobierno en minoría del partido más votado apoyado desde fuera, posibilidad abierta para el PNV, pero no, por las razones expuestas, para EH Bildu, salvo que el PNV decidiera apoyarla”.

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