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UN SEMESTRE CONVULSO

El ‘Códice’, de la desaparición al secuestro

El hallazgo del ‘Códice’ destapó un sainete, con un electricista despedido de la catedral de Santiago como estrella del reparto, y dejó al descubierto los increíbles fallos de seguridad en torno a una joya artística y literaria

El presidente del Gobierno, Mariano Rajoy (derecha), con el arzobispo Julián Barrio.
El presidente del Gobierno, Mariano Rajoy (derecha), con el arzobispo Julián Barrio.ANXO IGLESIAS

Seguramente la noticia sobre Galicia de la que más se ha hablado fuera de nuestras fronteras en el último año sea la recuperación del famoso Códice Calixtino. Más allá de que todo lo que rodea al suceso ya reunía suficientes elementos atractivos para el público, la actuación de la Iglesia y de los poderes públicos acabó por darle al caso un tono de comedia jacobea. En realidad, después de un año de polémicas estériles tras el robo nos encontramos de nuevo en la situación inicial. El Códice vuelve a estar secuestrado en la catedral por sus dueños. Si de ellos depende es muy posible que no vuelva a ver la luz del día. En realidad, aunque muchos no quieran confesarlo, no eran demasiados los que sabían que la catedral compostelana albergaba esa joya artística y literaria. Es natural que así fuese, el libro estaba en el archivo catedralicio y la única forma de acceder a él era tener buena mano con las autoridades eclesiásticas o con el antiguo electricista, dueño y señor de todos los rincones del templo.

Televisión de Galicia ha anunciado que va a rodar una película sobre los hechos. Lo tienen realmente difícil porque si hacen una versión realista de lo sucedido probablemente nadie les creerá. El argumento sería más o menos así: un electricista que ha sido despedido de su trabajo aprovecha que tiene las llaves de todas las puertas de una gran catedral europea para llevarse el valioso Códice Calixtino. Durante un año la policía le sigue de cerca pero no se atreve a detenerlo hasta que comprueba que no va a confesar y puede haber vendido el libro. Finalmente es detenido y además del Códice se descubre que tiene cerca de dos millones de euros en metálico, al parecer procedentes de limosnas de la propia catedral. Lo más complicado es definir el género de la película: más bien sería una cosa a medio camino entre Sospecha y La escopeta nacional.

Ya hablando más en serio, lo peor de todo este dislate es que ni siquiera un hecho tan grave como la desaparición del Códice ha permitido abrir un debate serio sobre qué hacer con este tipo de bienes culturales. Lo sucedido evidencia que deberían ser objeto de un control más riguroso por parte de los poderes públicos. Sabemos que la Iglesia es una institución única a la que se le permiten cosas como no pagar impuestos por sus posesiones o hacer lo que le venga en gana con los millones de euros que recauda de sus fieles, sin dar cuentas a Hacienda. Quizás sea ir demasiado lejos permitirle también que mantenga escondido para uso y disfrute particular objetos tan importantes como el Códice.

Lo peor de todo este asunto es que quienes nos gobiernan no parecen haberse dado cuenta de que aquí hay un problema. La actuación desde los poderes públicos se ha limitado a dirigir el trabajo policial y entregar de nuevo el Códice a sus dueños. Además, se supone que han ejercido una cierta presión para que los responsables de la catedral hayan presentado un plan para mejorar la seguridad del templo, que incluye el cambio de las cerraduras (parece otro chiste pero aún no se han cambiado todas, se supone que las del Archivo sí). Así será más difícil que aparezca otro personaje como el inefable electricista aunque en toda película puede haber un nuevo giro que nos sorprenda. Pero lo que se echa de menos por parte de nuestros gobernantes es una acción decidida para que la Iglesia permita a los ciudadanos contemplar un patrimonio cultural único en el mundo.

El libro ha vuelto a donde estaba, en poder de la Iglesia y lejos del público

La solución más sensata la daba un lector en una carta publicada en este mismo periódico. En ella se decía que cualquier país en el que la cultura fuese realmente importante lo que se haría es levantar un museo en torno al Códice en el que el propio libro fuese expuesto (en las mejores condiciones de conservación y seguridad) acompañado de toda una serie de objetos y material pedagógico sobre el Camino de Santiago y otras cuestiones relacionados con el propio libro.

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La idea parece buena e incluso se puede mejorar ubicando ese museo en uno de los múltiples inmuebles dedicados a la cultura que languidecen por falta de contenido y presupuesto en Santiago. En la cima del Gaiás hay unos cuantos edificios con espacio de sobra para acoger un proyecto de este tipo. Lamentablemente la idea se quedará en eso y, si nadie lo remedia, el Códice seguirá secuestrado y escondido en el lugar donde permanece desde hace muchos años. A nuestros gobernantes habría que exigirles que al menos intenten hacer entrar en razón a quienes han demostrado que no son capaces de custodiar adecuadamente el Códice ni tienen interés en difundir los tesoros que esconde un libro que, paradójicamente, está considerado la primera guía de viajes del mundo. Nunca se ha visto otra menos usada que esta.

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