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Morais desciende al ‘Bronx’ de Natzaret

El director rueda en el barrio valenciano ‘Los chicos del puerto’ Es un filme sobre la periferia olvidada

Joaquín Gil
Omar Krim durante el rodaje de 'Los chicos del puerto' en Natzaret.
Omar Krim durante el rodaje de 'Los chicos del puerto' en Natzaret.

El sol cae a plomo y, en un solar transformado en campo de fútbol, Miguel reposa sobre una desvencijada portería. Se muestra ausente, pensativo, mientras sus colegas desafían la exclusión entre regates y chutes a puerta. Miguel (Omar Krim) tiene 13 años y es un chico “especial”. Fue seleccionado entre 600 niños de 15 colegios de Valencia para protagonizar Los chicos del puerto (Olivo Films), la tercera película del realizador Alberto Morais, que retrata los efectos perversos de nacer donde no toca, la periferia olvidada y atenazada por las drogas. La trama aborda la historia de un niño empecinado en restablecer la dignidad de su abuelo emprendiendo un viaje. La misión es llevar una cazadora guerrera, un retazo sentimental que sirve de nexo entre dos generaciones.

Es mediodía, el calor atonta, y la treintena de técnicos del equipo se disuelve en busca de sombra y un bocadillo. El director suda y su voz adolece por los gritos. Da la orden de descanso. “Aquí hay que funcionar con un sistema militar porque si no…”, disculpa Verónica García, productora ejecutiva y pareja de Morais, que fue reconocido el pasado año por Las Olas en el Festival de Cine de Moscú.

La secuencia se desarrolla en las Casitas de Papel, el Bronx de Natzaret, un antiguo enclave marginal frecuentado en los ochenta por tironeros y delincuentes de baja estofa. Se trata de un paisaje de demacradas porterías y casas bajas que el director conoce por referencia de su padre, que pasaba consulta como médico de cabecera en el ambulatorio que hoy lleva su nombre.

La secuencia se desarrolla en un antiguo enclave marginal

El protagonista, el joven Omar, explica en un descanso entre retoques de maquillaje que se siente identificado con su personaje. Los dos comparten la aversión por las cosas normales. Ni les gusta el fútbol ni jugar a la play. Omar prefiere la naturaleza y, desde los tres años, quiere ser biólogo molecular. Además, tras su coqueteo con el cine, no descarta estudiar interpretación para ser actor. “Mi hijo será lo que quiera porque es superinteligente”, defiende su madre, Ángeles Alapont, que ha contratado a sus dos sobrinas para que vigilen al chaval mientras ella trabaja como estibadora en el puerto de Valencia. Omar lleva un mes trabajando el guión con un actor profesional. Y cada mañana antes de pisar el set ejercita la vocalización con un boli en la boca.

El rodaje se prolongará durante 10 horas diarias hasta septiembre y transcurre a “buen ritmo”, según García, que vigila con precisión los tiempos para que no se dispare el presupuesto, que no rebasa el millón de euros (se niega a revelar la cifra exacta). La producción estará lista en febrero y ha salido adelante gracias a sendas subvenciones del Ministerio de Cultura y el Instituto Valenciano de Cinematografía (IVAC), que cubrirán hasta la mitad del presupuesto. “Si tuviéramos que rodarla ahora, con todos los recortes, sería imposible”, augura Morais, de 36 años, que por primera vez ha tenido que recurrir a la tecnología digital para ahorrar costes. Los chicos del puerto es una de las 10 películas que se ruedan en España. Y también un reflejo de la asfixia que atenaza al sector. “Parece que en el país existe una campaña para desmantelar la cultura”, sentencia el director. Fin del descanso. Miguel (Omar) vuelve a la desvencijada portería.

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Sobre la firma

Joaquín Gil
Periodista de la sección de Investigación. Licenciado en Periodismo por el CEU y máster de EL PAÍS por la Universidad Autónoma de Madrid. Tiene dos décadas de experiencia en prensa, radio y televisión. Escribe desde 2011 en EL PAÍS, donde pasó por la sección de España y ha participado en investigaciones internacionales.

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