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“Pensaba que me moriría si dejaba de consumir coca”

Antonio pasó de consumir 300 euros diarios del polvo blanco a rehabilitarse Hoy repasa su “etapa infernal” en una terapia de grupo

Joaquín Gil
Laura y Antonio, tras una sesión de rehabilitación.
Laura y Antonio, tras una sesión de rehabilitación.TANIA CASTRO

Cuando Antonio amenazó con una pistola a su mujer “descendió al infierno”. “De repente me dio una paranoia y estuve a punto de hacer una locura”, remarca gesticulante y mirando al suelo. Corría 2010 y Antonio (nombre figurado), de 48 años y con tres hijos adolescentes, se metía a diario a escondidas 300 euros de cocaína. Cuatro gramos, 48 rayas y “decenas de mentiras” a compañeros de trabajo y familia. “Engañaba porque pensaba que me moriría si dejaba de consumir”, recuerda este valenciano.

Son las seis de la tarde y, como cada lunes, Antonio sale junto a una veintena de adictos de la terapia de la clínica privada Marenostrum. La secuencia se desarrolla durante tres horas en un diáfano piso de la calle Pintor Sorolla de Valencia. Sonrientes, los pacientes se sienten satisfechos. La mayoría lleva meses sin probar el polvo blanco. Y ha pagado cerca de 30.000 euros por desintoxicarse. Sus vidas se han transformado. Predominan los hombres (35%), casados (39%) y con un nivel adquisitivo alto, según datos de este centro. Médicos, abogados notarios y directivos. Algunos han muerto y otros están en prisión, según los asistentes.

El alcohol y los porros que descubrió como estudiante a mediados de los noventa en la ruta del bakalao bascularon pronto hacia la cocaína. Antonio se inició en su consumo con conocidos y noctámbulos de Valencia. Su sueldo de 5.000 euros como profesional sanitario le permitía comprar sin levantar sospechas. Poco a poco su dosis se disparó. El gramo diario inicial dejó de hacerle sentir “lo más parecido a un orgasmo”. Y el coqueteo se le fue de las manos. Se gastó 40.000 euros en dos años y “estuvo a punto” de hundir el negocio heredado de su madre. También de perder a su familia, que descubrió su “otra vida” por mensajes de teléfono. Engañó a su mujer. “Mi futuro pasaba por el psiquiátrico o la cárcel”, relata. Cuando no había dinero, este licenciado sanitario sustituía la coca por la anfetamina, “que conseguía por su trabajo”.

El dinero y la 'ruta del

Antonio no es una rara avis. El dinero y la conexión con la ruta del bakalao son una constante en una buena parte de la generación de cocainómanos de 40 años de la Comunidad Valenciana, según Marenostrum. “Se trata de un fondo heredado por un acontecimiento que atrajo a muchos jóvenes”, explica la terapeuta de la clínica Elena Vergés al ser preguntada por la relación entre la droga y la provincia de Valencia. El nexo se confirma en un reciente estudio, realizado en 19 ciudades, que sitúa a Valencia entre las cinco urbes con mayor consumo de Europa. La central de la clínica se encuentra en Mollet del Vallés (Barcelona) y, tras Cataluña, la segunda procedencia de sus pacientes es la Comunidad Valenciana (14%).

Salir del pozo es un proceso lento. Comienza con el ingreso en el centro de Barcelona en régimen abierto durante 10 ó 12 semanas. Los médicos combaten el síndrome de abstinencia y transforman las conductas. “Se trata de formatear el cerebro para evitar las recaídas, ya que la dependencia física se elimina a los 15 días”, dice Fidel Riba, director médico.

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"Mi futuro pasaba por el

Se prohíbe visitar a antiguos amigos o beber alcohol, la “puerta de entrada” al resto de drogas, según el centro. La terapia es la piedra angular del tratamiento. Vergés se desplaza semanalmente a Valencia para realizar un seguimiento. Se muestra “muy orgullosa” de los resultados. Ha tratado con éxito “casos muy graves”, como el de un treintañero rentista valenciano que tomaba a diario ocho gramos de coca (96 rayas).

Aunque el caso resulta extremo, todos los consultados por EL PAÍS han sufrido brotes de agresividad y paranoias asociadas al consumo. Y todos dijeron basta y comenzaron su rehabilitación tras un “susto” que pudo abocarles al abismo.

Laura es viuda, tiene 54 años, y pertenece a la clase alta valenciana. Licenciada en Económicas y con un máster en Logística, se “asomó al precipicio” cuando el resto de socios de su empresa de transportes la echó. Esnifaba a todas horas y en el trabajo. Era directiva de empresas, como uno de cada cinco adictos, según el centro. Pasó de ganar 5.000 euros más incentivos a deambular como un zombi por Las Cañas, el híper de la droga de Valencia. Esta mujer descubrió la cara amable de la coca en su adinerado círculo de amigos. Comenzó a consumir “muchísimo” en cumpleaños y fiestas privadas de una conocida urbanización de Rocafort. Acabó enganchada, tomando rayas sola, traficando (compraba el gramo a 36 euros y lo vendía por 60). Se metió por la nariz más de 40.000 euros en tres años. Y se “olvidó” de sus hijos adolescentes. “Me pidieron que eligiera entre ellos y la farlopa y me quedé con la droga”, relata. Laura “perdió el norte” con la coca, pero su relación con los tóxicos —es así como le llaman los exadictos— se remonta a su etapa de estudiante en la Universidad de Valencia, cuando fue detenida en una redada por consumir heroína. Sus padres disfrutaban de una holgada posición económica y la enviaron a un internado de Suiza para que se olvidara de los ambientes que la habían precipitado al pozo. Cuando regresó a Valencia “volvió a las andadas” y se adentró en la cocaína tras consumirla en pubs del centro de Valencia. “La droga está en todas las partes. Hay quien de día es frutero y de noche pasa coca”, dice.

Laura: "Me pidieron que

Laura y Antonio llevan meses sin probar ni un gramo y han recuperado su vida normal. Dicen que son felices. “El problema más grave de ahora es una tontería comparada con nuestra vida anterior”, coinciden. Al tratarse de una adicción es posible la recaída. Se sienten “fuertes” y siguen las estrictas normas del tratamiento, que desaconsejan salir por las noches, frecuentar a antiguos amigos e, incluso, beber la cerveza del aperitivo. El primer paso para desengancharse es querer hacerlo. Las terapias de grupo se prolongarán tres años. “Son enfermos, tal y como reconoce la Organización Mundial de la Salud (OMS)”, cuenta por teléfono Sol Bacharach, directora del centro, cuyos tratamientos “ofrecen un 82% de altas terapéuticas” (evitan la palabra curación). Bacharach se muestra “comprensiva” con sus pacientes. Ella misma superó su adicción al alcohol, que se potenció el asesinato por ETA de su marido, el jurista Manuel Broseta.

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Sobre la firma

Joaquín Gil
Periodista de la sección de Investigación. Licenciado en Periodismo por el CEU y máster de EL PAÍS por la Universidad Autónoma de Madrid. Tiene dos décadas de experiencia en prensa, radio y televisión. Escribe desde 2011 en EL PAÍS, donde pasó por la sección de España y ha participado en investigaciones internacionales.

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