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ESCENARIOS DEL CRIMEN
Crónica
Texto informativo con interpretación

El asesino bibliófilo

Un periódico francés publicó en 1836 la historia de un hombre que mataba por libros

Fachada con esgrafiados con motivos de la Metamorfosis, de Ovidio, en la calle del Call
Fachada con esgrafiados con motivos de la Metamorfosis, de Ovidio, en la calle del CallTEJEDERAS

La calle del Call es estrecha, ondulante y oscura, exactamente como el lugar donde se cuenta que fray Vicens tenía su librería de viejo. En sus años mozos había sido monje en el monasterio de Poblet, y allí se había aficionado a las letras. Pero la vocación le había durado poco, y apenas con treinta años había roto sus votos monacales y se trasladó a vivir a Barcelona.

Su negocio lo constituía un agujero oscuro abarrotado de volúmenes, mapas y papeles, con fama de acumular una selecta colección de libros valiosos. Cierto día, un rico estudiante de la Universidad de Cervera entró en la tienda y quiso comprarle un raro manuscrito. Entre ambos se entabló una reñida negociación; el joven subía su oferta, pero fray Vicens no cedía. Entonces el cliente le ofreció otra cosa: le cambiaba su joya bibliográfica por el único ejemplar conocido de los Furs de València, que estaba en posesión de otro librero de la calle del Call. Emocionado con el trato, fray Vicens aceptó. Pero pronto tuvo motivos para arrepentirse, pues el codiciado libro ya había sido comprado por su competidor Patxot, que tenía puesto en los Encantes.

Rojo de ira, el antiguo fraile decidió vengarse. A los pocos días, el estudiante de Cervera apareció muerto en su habitación del Hostal d’en Sol, y la librería de su rival Patxot se incendió. Después, un bachiller alemán apareció muerto en la calle de la Basea, un poeta fallecía en la Riera d’en Malla y el cadáver de un joven aristócrata era encontrado junto a las Drassanes. Así hasta 12 víctimas. Y hubieran sido más si no hubiese intervenido la casualidad. En una inspección rutinaria, la policía encontró varios libros propiedad de los fallecidos en el almacén de fray Vicens, que confesó de plano. Se los había vendido y les había matado para poder recuperarlos, incapaz de deshacerse de ellos. En el juicio, argumentó que algunos eran piezas únicas. En un golpe de efecto, el fiscal sacó de debajo de la toga un segundo ejemplar de su obra más valiosa y el fraile se derrumbó. El juez le condenó a morir, pero antes fray Vicens pidió ver aquel gemelo de su tesoro más preciado. Y una vez lo tuvo en sus manos, lo destrozó violentamente.

Charles Nodier viajó

—¡El mío sigue siendo un ejemplar único! —añadió con orgullo.

Esta historia apareció publicada en un periódico francés como una noticia enviada por su corresponsal de Barcelona, en el año 1836. El librero asesino fue noticia sensacional en muchos rotativos europeos, y hubo escritores de prestigio como Gustave Flaubert que la creyeron y escribieron sobre ella. Todavía en 1870, Jules Janin hizo su propia versión del famoso serial killer barcelonés. Ninguno de ellos llegaría a enterarse de que la historia era falsa, de que en Barcelona jamás existió tal librero y de que todas las sospechas de este engaño apuntan a uno de los autores más interesantes de su tiempo.

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Como fray Vicens, el escritor Charles Nodier era un gran amante de los libros; había dirigido la biblioteca parisina del Arsenal y fundado el Bulletin du Bibliophile. Era íntimo amigo de Alexandre Dumas, Alfred de Musset, Víctor Hugo, Honoré de Balzac y Théophile Gautier, que tenían tertulia en su estudio. Autor de cuentos macabros y de terror, adaptó al teatro Le vampire, de Polidori. Y se le conoce como el autor del diccionario de la onomatopeya francesa.

La venganza del librero fray Vicens alcanzó una docena de víctimas, y hubieran podido ser más

Charles Nodier estuvo unos días en Barcelona, a primeros de agosto de 1827, acompañado de su esposa y su hija María, de 16 años. Se alojaron en el hotel de las Cuatro Naciones de La Rambla. Por entonces aún ocupaban la ciudad las tropas francesas de los Cien Mil Hijos de San Luis. Nodier había viajado hasta aquí con la fantasía de comprar a buen precio los libros que —tras los combates entre liberales y absolutistas— hubieran acabado en manos de los libreros de viejo que tenían sus tiendas entre los arcos de los Encantes —que en 1908 mutiló la apertura de la Via Laietana— y las calles de la Llibreteria y del Call.

El gran autor francés apenas pudo comprar nada de valor en nuestra ciudad y se fue decepcionado. Pero años más tarde, estimulado por las noticias que llegaban de la insurrección de 1835 en Barcelona —en la que se quemaron los conventos, y sus ricas bibliotecas acabaron en los traperos y chamarileros—, debió de imaginar esta historia de incunables y manuscritos valiosos. Y tuvo la humorada de publicarla anónimamente como una noticia de verdad.

El engaño lo desveló en 1928 el bibliófilo y erudito Ramón Miquel i Planas, que señaló a Nodier como autor de la obra. Y de paso nos enseñó la fina línea que separa la ficción de la realidad periodística.

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