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La arcana resistencia del goianés

Una parroquia de Tomiño conserva una insólita variante dialectal del gallego

A finales del siglo XIX, mientras decenas de goianeses morían en el camino a Castilla procurando dedicarse al oficio de albañil, otros tantos centenares cruzaban el Atlántico rumbo a Brasil en viajes de 40 pesetas. El “Orden e Progresso”, tejido en la bandera que los recibía y con la que los retornados adornaban sus balcones en las procesiones del Corpus Christi, se invocaba insistentemente como un modismo casi autóctono. Las remesas levantaban los ánimos de un pueblo otrora señorial, orgulloso ahora de su presente trabajador. Al tiempo, el vacío de los emigrados se ocupaba con nuevos empadronamientos de acento portugués. Con un descarado índice de artistas por metro cuadrado, Goián (Tomiño) presumía como aldea cosmopolita en el inmenso yermo que era el país. Para cuando las grúas comenzaron a defenestrar a las gamelas miñotas y las parcelas solo parecían fértiles si se sembraban de hormigón, la lengua aún funcionaba allí como un cortafuego al olvido. Hoy, a ambos márgenes del serpenteante asfaltado de la C-550 que fractura en dos la localidad, los oriundos siguen percibiéndose distintos según se presenten como “eu” o se identifiquen con un “iou”. Los últimos ecos de su original habla son la memoria viva de una sociedad rural en vías de desaparición.

Aunque la riqueza de sus matices suscitó tímidos estudios en la segunda mitad del siglo pasado, las reducidas dimensiones territoriales del goianés mantienen su génesis envuelta en el misterio. Ni posee partida de nacimiento ni se le conoce paternidad. En 1969 el historiador Manuel Fernández sostenía su vinculación con “la colonización de estas tierras por gentes procedentes de Asturias o León en los primeros siglos de la Reconquista”. Pero un pormenorizado, y aún inédito, análisis morfológico y fonético presentado en 1987 por una estudiante de Filología contradijo la tentativa de mistificación. A su autora, Helena Pousa, le habían enseñado en casa que el habla de sus abuelos no precisaba de folclorismos ni epopeyas para reivindicar su valor.

Los resultados del trabajo comparativo realizado por esta profesora tomiñesa exhiben un fenómeno originado in situ, dentro del propio sistema lingüístico gallego y relacionado con algunas de sus evoluciones fonológicas. Caracterizado por la diptongación del “é” abierto tónico, su metamorfosis convierte lo “vello” en “viello”, la “festa” en “fiasta” y lo “meu” en “miou”. Aunque se trata de la única modalidad dialectal de nuestro idioma que presenta una localización espacial con marcos reconocibles y estables, su pervivencia básicamente oral impide una sistematización bajo los cánones de normas exhaustivas. En Goián cada barrio es un microcosmos y cada hablante una reliquia de colección.

Pero ahora su vitalidad se reduce a un centenar de personas de la generación surgida en los albores de la Guerra Civil. La losa del franquismo, primero, y la escolarización que privilegió el estándar normativo gallego sobre la propia dialectalidad, después, impulsaron su paulatina merma. El paralelo abandono del campo, la pesca y las costumbres acabaron de alimentar la aceleración de su desgaste. Los niños dejaron de identificar el canto de los pájaros y a todos los árboles se les llamó pinos.

La escasa dimensión territorial del goianés envuelve su génesis en el misterio

Por eso, cuando José Antonio Viña arribó a la localidad para trabajar como profesor, Goián le pareció el nuevo dormitorio aledaño de Vigo. ¿”Dónde esconden las vacas en este lugar?”, inquiría alarmado. No tardó en comprender que se las había comido “el progreso”. Preocupado ante la ruptura de la transmisión patrimonial que garante el porvenir de la cultura, aprovecha sus clases para tratar de rescatar la idiosincrasia perdida. Como muchos maestros de la Segunda República, Viña entiende las excursiones por el entorno como el mejor libro de historia.

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Su metodología fue premiada en junio por la VIII edición del “Proxecto Didáctico Antonio Fraguas” otorgado por el Museo do Pobo Galego a planes de investigación escolar relacionadas con el fomento del acervo lingüístico y cultural propio. Un espaldarazo económico que permitirá a Viña promover entre el alumnado de primaria la recogida, divulgación y conservación del goianés a través de leyendas, topónimos y apodos relacionados con las cinco fortificaciones que la Guerra de Restauración diseminó por el municipio tomiñés.

La diptongación del “é” abierto tónico convierte lo “meu” en “miou”

Como parte doblemente implicada, Pousa rechaza adelantar epitafios y receta sin complejos la clave para un optimismo con fundamento. “Si el hartazgo palpable frente al impuesto discurso de la homogeneización se transforma en un sentimiento colectivo de autoestima y orgullo por un fenómeno propio y singular como este, el goianés tiene futuro”. Y debiera tenerlo. Porque por mucho que sus habitantes bromeen con que “en Ghoián ata morrer ie bunito”, sin su habla la cultura gallega lo sería un poco menos.

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