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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

En el fondo

Las cosas empiezan a verse de otra manera y los otros a figurantes pueden tratar de cambiar roles y exigir control ciudadano

Joan Subirats

Cada semana se deteriora la situación. Las malas noticias se agolpan y son muy pocos los resquicios positivos que aparecen. No logramos sacarnos de encima la idea que esto solo es una crisis que algún día pasará, y nos cuesta aceptar que estamos cambiando de época y que ya nada será igual. De aceptarlo, sabemos que deberíamos cambiar muchas cosas, muchas actitudes y muchos hábitos y, evidentemente, ello no es fácil. Sobre todo si aún te quedan agarraderas. Estamos en el fondo de lo antiguo, y lo nuevo apenas si se vislumbra. Desde el fondo y ya totalmente escépticos sobre las posibilidades del otrora poderoso Estado, a algunos les da por rezar al Todopoderoso Dios y a otros por implorar a la Bastante Poderosa UE de habla alemana. Pero, deberíamos preguntar, como en el chiste, “¿hay alguien más por ahí fuera?”. No podemos seguir imaginando que las cosas van a mejorar desde fuera de nosotros mismos. La preocupación de muchos de nuestros gobernantes en la actualidad se basa en la sensación de que cada vez tienen menos cosas que decir y menos alternativas que ofrecer ante un escenario en el que les toca el papel de comparsas. Su gesticulación aumenta en la medida que baja la significación real de sus decisiones. No es lo mismo que gobiernen unos u otros, es cierto. Pero, cada vez más, la dureza del interregno en el que estamos nos exigirá no solo mejores representantes institucionales, sino también más iniciativas sociales autónomas e innovadoras. Más entramado de complicidades personales y sociales. Más mutualidad de objetivos y de procesos.

En momentos como los actuales las desigualdades se notan mucho más. Los diferentes contenidos en cantidad y calidad de las mochilas de cada uno permiten a unos disponer aún de alternativas y a otros apenas si les permiten subsistir. El mercado sigue ofreciendo protección a quien se la pueda pagar y, en cambio, los poderes públicos han visto muy reducida su capacidad de compensar a los que menos tienen. No parece previsible que esa situación cambie en los próximos meses y años. Los políticos que afirman gobernarnos deberían hacer una cura de humildad y reconocer ese nuevo escenario. Una alternativa es dejar actuar sin cortapisas al mercado y a quien pueda pagárselo, y mientras, las instituciones se limitan a aminorar la tragedia de quien no pueda permitírselo y a controlar el aumento del conflicto. Otra alternativa sería aprovechar las mermadas fuerzas y capacidades de las instituciones públicas para facilitar y reforzar las potencialidades de las personas y de las comunidades y grupos en que se integran, para así hacer frente de manera colectiva y descentralizada a la nueva época en la que estamos entrando. Es evidente que en ese nuevo escenario, Internet representa tanto un nuevo espacio de conexión y de dinámicas globales, como un potente recurso que favorece la expansión y articulación de experiencias alternativas que, de otra manera, tienden a ser marginales y vulnerables.

Entiendo que necesitamos reconstruir una idea de lo público que no se confunda con el actual monopolio institucional de lo que entendemos por “intereses generales”. Si apostamos por una concepción de lo público entendido como capacidad colectiva para afrontar problemas comunes, e incorporamos en ese objetivo las instituciones públicas, evitamos la lógica delegativa y clientelar que ha marcado buena parte de estos 30 años de democracia. La cultura de la transición, de la que hablan Guillem Martínez y tantos otros, ha contribuido a que lleguemos al fondo, viendo como van explotando escándalos y corruptelas de diverso grado y enjundia, fruto del apaño por el cual se intercambiaban olvido y reconocimiento de protección mutua entre los que han ido turnándose en las diversas instituciones a lo largo de estos años. Nos han hecho creer que la democracia que tenemos es la única realmente posible, y así los Fabra, Millet, Camps, Baltar y Bankias de diverso tipo y nombre han ido llevándonos al huerto actual. En ese fondo en el que estamos, las cosas empiezan a verse de otra manera y los otrora figurantes pueden tratar de cambiar roles y procesos, exigiendo transparencia, control ciudadano, capacidad de acción y de asunción de responsabilidades. Nadie mejor que nosotros mismos para reconocernos en el fondo y emprender nuevas rutas.

Joan Subirats es catedrático de Ciencia Política de la UAB.

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