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Los CSI de los fuegos en el monte

Unos 30 agentes del Seprona y de la Generalitat actúan como forenses de cenizas

Joaquín Gil
Miembros del Seprona (Guardia Civil) analizando un incendio para averiguar el origen y las causas del mismo.
Miembros del Seprona (Guardia Civil) analizando un incendio para averiguar el origen y las causas del mismo.

Cuando prendió el primer matorral de las 50.000 hectáreas arrasadas en Cortes de Pallás y Andilla, comenzó su titánica tarea. Investigar qué pasó. Una treintena de agentes del Seprona (Guardia Civil) y la Generalitat escrutan las cenizas de los esquilmados montes de Valencia para descubrir quién, cómo, dónde y por qué se provocó la tragedia. Los CSI del fuego combinan la investigación científica —recogida de pruebas, análisis de laboratorio— con interrogatorios y reconstrucciones con sospechosos en el bosque. Sus informes se elaboran a lo largo de un mes, tienen valor de prueba judicial y resultaron clave para señalar la mayoría de las causas de los 397 fuegos en la Comunidad Valenciana en 2011.

Gracias a sus pesquisas, los jueces supieron que el autor del incendio de Vilamarxant que quemó 200 hectáreas en 2006 era un extrabajador municipal despechado o que las llamas que arrasaron 90 hectáreas el pasado año en Cortes de Pallás se originaron tras el disparo de una traca durante un cumpleaños.

Los forenses de las cenizas siguen la pista del fuego para determinar su origen, que en el 87% tiene que ver con el hombre, según la Consejería de Gobernación, y mantienen bajo control a los cinco pirómanos que operan en la Comunidad Valenciana, según sus registros. Con su maleta cargada de instrumental y más de 300 incendios a sus espaldas, el investigador Sericio Safont dedica hasta una semana a buscar la prueba del delito. Desde una mecha con retardo hasta un avión teledirigido.

La discreción es clave en su trabajo, remunerado con 1.500 euros mensuales, y que se estrella a menudo contra el frontón del Código Penal y la Justicia. La dificultad de probar la intencionalidad de un fuego o la carbonización de la evidencia juegan malas pasadas.

El incendio en Simat en 2006 lo causó un novio despechado al quemar unas cartas

Cuando el investigador de incendios Sericio Safont recibió en julio de 2009 la alerta en su walkie talkie de que el fuego amenazaba Les Pedrisetes, una urbanización en pleno monte entre Onda y Castellón, se subió a su jeep de 14 años para dirigirse directo a casa de J. R., un conocido pirómano local al que se le atribuían ya cinco incendios. “Nos estaba esperando sentado en el sofá, junto a su madre, que fue quien avisó al 112”, recuerda Safont, de 40 años, uno de los 12 agentes de la Generalitat encargado de descubrir al incendiario y su modus operandi. Las llamas causadas supuestamente por el psicópata del fuego de Castellón en una jornada de irrespirable poniente arrasaron 300 hectáreas (cada hectárea equivale a un campo de fútbol). Las pesquisas fueron sencillas. Y el caso se cerró en un par de días. Una excepción.

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La búsqueda de la mano homicida o negligente, que el año pasado causó el 97% de las 2.500 hectáreas arrasadas en la Comunidad, según la Generalitat, se revela ingente y meticulosa. Los trabajos duran de media un mes, a veces incluso años. No siempre dan con la causa y mucho menos con el culpable. Los CSI del monte combinan las técnicas más sofisticadas de investigación científica con los interrogatorios y reconstrucciones sobre el terreno.

Miembros de la Unidad Militar de Emergencia luchan contra las llamas del fuego de Andilla.
Miembros de la Unidad Militar de Emergencia luchan contra las llamas del fuego de Andilla.CARLES FRANCESC

Amainado el último rescoldo, el trabajo de los forenses de las cenizas comienza con la señalización. ¿Dónde se originó el fuego?, se preguntan los 30 agentes de Valencia, en su mayoría guardias civiles. Sobre la zona acordonada, los investigadores reconstruyen la ruta del incendio durante dos o tres días. Señalan con banderas el recorrido de la combustión. El método de evidencias físicas, una técnica estadounidense que consiste en seguir en sentido inverso las marcas de las llamas en piedras, latas y árboles, conduce al foco, un perímetro de un par de metros, donde se recogen las pruebas que se analizarán en el laboratorio. Rara vez se consiguen huellas dactilares o restos de ADN. “Si arde el papel incendiario, desaparece la prueba”, explica Vicente López, de la empresa de Afire, que ha reconstruido más de un centenar de fuegos. “Hay veces que es imposible saber qué paso”, añade Rafael Serrada, vicepresidente de la Sociedad Española de Ciencias Forestales.

Sobre el paisaje lunar del pantano de Sitjar (Onda), donde el pasado mayo ardieron 3,5 hectáreas, Safont relata cómo averiguó que la chispa de la radial de unos ladrones de chatarra desencadenó allí las llamas. “Recogí con un imán las partículas metálicas, analicé su proyección y lo reproduje todo en un taller”, afirma este agente con 300 fuegos en su currículum. Como sus compañeros, no se separa de su maleta, donde guarda desde el GPS hasta una potente laca para solidificar hojas o restos de maleza cruciales para la investigación.

Los trabajos duran de media un mes y a veces incluso años

Colillas, petardos, mechas con retardante, aviones teledirigidos que descargan combustible. El jefe del Seprona de Valencia, el teniente Antonio Carrillo, se ha topado en ocho años con los métodos más singulares para prender el monte. “El más común sigue siendo el mecherazo”, apunta. Carrillo pilota a 20 guardias civiles. Ante la dificultad de recabar pruebas de peso para inculpar al incendiario ante un tribunal, el experimentado agente —ha dirigido más de 100 investigaciones— defiende los interrogatorios, las reconstrucciones y la confesión de testigos.

Con estos métodos, averiguó que el fuego de 1.900 hectáreas en 2006 en Simat de la Valldigna fue obra de un novio despechado que quemó unas cartas de amor. Y estrechó el cerco sobre el extrabajador de Protección Civil de Vilamarxant que pagó su ira por no pertenecer a las brigadas forestales prendiendo el monte. “Sospechamos de él desde un principio, vigilamos sus movimientos y descubrimos sus constantes contradicciones”, recuerda apasionado. El incendiario resultó ser un pirómano, un trastornado que amaba el fuego. Fue condenado en noviembre a nueve años de cárcel en una sentencia considerada “histórica”.

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Sobre la firma

Joaquín Gil
Periodista de la sección de Investigación. Licenciado en Periodismo por el CEU y máster de EL PAÍS por la Universidad Autónoma de Madrid. Tiene dos décadas de experiencia en prensa, radio y televisión. Escribe desde 2011 en EL PAÍS, donde pasó por la sección de España y ha participado en investigaciones internacionales.

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