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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Quiero y no puedo

CiU vive en la duda existencial de congelar el proceso del pacto fiscal por la crisis o avanzar para forzar una ruptura

Josep Ramoneda

La estabilidad de un Gobierno viene generalmente garantizada por tres factores: la hegemonía ideológica en la sociedad; el proyecto político, es decir, la capacidad de transmitir a la ciudadanía un rumbo preciso, y la eficacia en la resolución de los problemas. No por ser el último este tercer factor es el menos importante. De hecho es la causa directa de la caída de los Gobiernos. Nada desgasta más al que manda que la sensación de estar desbordado por los acontecimientos. Esta sensación puede producirse por incapacidad de dar con las soluciones adecuadas, por la emisión de señales contradictorias sobre lo que se tiene que hacer o por ambas cosas a la vez. Cuando cunde esta impresión ya no tiene ninguna importancia lo que el Gobierno haga: está muerto.

Pero a pesar de todo, este es un factor coyuntural. Lo que da solidez a un Gobierno es la hegemonía ideológica y el proyecto político, que es lo que le permite aguantar al máximo las tempestades o volver al gobierno pronto si la coyuntura se lo lleva por delante. ¿Quién tiene la hegemonía ideológica? El que actúa de imán. El que crea un campo magnético que atrae a todos los demás y les obliga a ir a remolque. En Cataluña está claro que la tiene CiU, asentada en un amplio espacio de la ciudadanía, con capacidad de creación de espacio comunitario. La ganó Pujol con dura y prolongada batalla, frente a una izquierda que amaneció en la transición excesivamente confiada y que tardó en entender los muchos matices que separan el momento mayoritario del momento hegemónico. Pujol y Maragall escenificaron una muy seria batalla ideológica, que pareció terminar en tablas. El momento Maragall-Carod que dio la Generalitat al tripartito hizo pensar, por un rato, en un cambio de hegemonía. Pero pronto se desvaneció el espejismo. Pujol había conseguido dar una inclinación al campo, creando una trama por todo el país para arrinconar a Maragall en Barcelona, que el tripartito nunca compensó. Cuando, defenestrado Carod, Esquerra Republicana empezó a mirar de reojo a CiU, la suerte estaba echada.

CiU, por tanto, tiene una hegemonía ideológica, fundada en el nacionalismo y en un conservadurismo moderado siempre preocupado por no ofender, muy asentado en Cataluña. Esquerra Republicana no ha aguantado el tirón y se ha replegado en el bastión independentista dejando en sordina la condición de izquierda. El PSC hace tiempo que ya no sabe dónde está. Y en los últimos meses, con la proliferación de las contradicciones internas, da la sensación de que está en todas partes y en ninguna. Solo Iniciativa sigue en sus trece.

Le llamaron soberanismo, para situarse de camino entre el autonomismo y la independencia

Las dudas de CiU están en los otros dos factores: el proyecto político y la gestión de la crisis. Puesto que la situación económica no mejora, que los milagrosos recortes, por los que tan fervientemente ha apostado el presidente Mas y su homónimo consejero, en un contexto recesivo no disminuyen la deuda y cargan el peso de la crisis sobre las clases medias y populares, el desgaste del Gobierno es lento pero constante. CiU necesita más que nunca un proyecto político con el que mantener la ilusión en medio de los hachazos.

Naturalmente, este proyecto solo puede venir de dar un paso adelante en el proyecto nacional. Le llamaron soberanismo, para situarse de camino entre el autonomismo y la independencia. Y apareció el pacto fiscal como señuelo político para esta fase del proyecto.

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CiU ha demostrado siempre un uso adecuado de los ritmos, aunque a veces parezcan de una lentitud agotadora. Sabe que tiene un electorado conservador que a veces parece más cómodo con la ilusión de la meta que con la posibilidad real de alcanzarla. Pero el pacto fiscal se está revelando un objetivo imposible, por la nula voluntad de la otra parte contratante. Y CiU vive en la duda existencial de congelar una vez más el proceso con la coartada de la crisis o de dar un paso adelante para forzar una ruptura. La estrategia de priorizar el acuerdo sobre el pacto fiscal en el interior de Cataluña da la medida de la escasa confianza en el éxito, descafeína inevitablemente la propuesta y prepara el terreno para compartir otra frustración. Frenar una vez más a media carrera el proceso soberanista supone confiar en la resignación de sus bases sociales y confirma el tópico extendido en Madrid: los catalanes gesticulan mucho, pero a la hora de la verdad se contentan siempre con poco. ¿Será que el gusto por la apariencia (quiero y no puedo) es la segunda naturaleza de CiU y de una parte de la ciudadanía todavía mayoritaria en Cataluña?

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