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Castelao, esa “piltrafa” comunista

El profesor Alonso Montero documenta la etapa prosoviética del intelectual

Castelao, ante el micrófono, en el salón Prince George´s Hall de Buenos Aires, el 18 de agosto de 1940.
Castelao, ante el micrófono, en el salón Prince George´s Hall de Buenos Aires, el 18 de agosto de 1940.

“Conviene que haga una pequeña aclaración”, le advirtió Castelao a Luís Soto en una supuesta entrevista, quizá redactada por él mismo, que difundieron las páginas de Nueva Galicia en junio de 1938. “Yo no soy comunista. No sé si tengo condiciones para serlo. No sé si pesan sobre mí prejuicios adquiridos en la infancia y en la lectura de libros venenosos”, matizó más adelante. “Pero llamándome modestamente republicano, puedo afirmar que tengo un espíritu abierto, dispuesto a todo sin pedir nada, y que en mi viaje a la URSS he adquirido la convicción de que allí se está engendrando una nueva vida que ha de ser el molde de los demás pueblos del mundo”.

El autor de Galicia mártir acababa de regresar de un periplo de 26 días por la federación, y ese “mes mal contado”, como le llamaría años después su amigo Valentín Paz-Andrade al recordarlo en Castelao na luz e na sombra (1982), biografía sentimental reeditada hace poco por Galaxia, le había dejado una huella profunda. A él y a algunos de sus contemporáneos, por lo que se ve. Ramón Suárez Picallo todavía le escribía así a Blanco Amor en una carta de 1942: “Desde que fue a Rusia, se ha entregado por entero. Lo han aplebeyado. Está hecho una piltrafa política”. Y otro tanto, desde Nueva York, decía Guerra da Cal: “Es lástima que un hombre tan grande sea así de pequeño en algunas cosas. Aquí, estuvo diciendo misas estalinistas de pontificial todo el tiempo”.

A esa “piltrafa” le ha dedicado Xesús Alonso Montero las poco más de 200 páginas de su último libro, publicado en junio por Xerais. Castelao na Unión Soviética en 1938 no se esconde. Al contrario, gasta un subtítulo más que elocuente, Filocomunismo e prosovietismo de Castelao nos anos da Guerra Civil, y comenta un conjunto de textos, algunos inéditos y otros poco conocidos, “exhumados tardíamente y con deficiencias”, insiste el compilador, que retratan el periodo “marxistizante” de un artista e intelectual que sin embargo jamás militó en un partido proletario.

El dibujante “demótico”, sensible y solidario con los pobres del mundo, se convirtió en otra cosa durante el trienio bélico, explica el profesor. Aunque fiel al Frente Popular, Castelao tensaba las costuras del discurso de la izquierda burguesa. Lo demuestran, por ejemplo, estas palabras pronunciadas ante 30.000 personas en La Habana en diciembre de 1938: “El pueblo español no está derramando su sangre para restaurar los inocentes avances sociales y políticos de la República del 14 de abril. (...) En España se lucha por la democracia y la libertad. Pero nuestra democracia ya no es aquella tapadera del viejo absolutismo que solo reconocía la soberanía del pueblo en el día de las elecciones, limitando su acción en el campo de la política y excluyéndolo del poder económico”.

No fue el concepto de nación de Stalin, con el que probablemente se había familiarizado un año antes en Valencia a través de una tradución al catalán, argumenta Alonso Montero, sino el contacto directo con el país lo que fascinó a aquel intelectual católico del Partido Galeguista. El trabajo en cadena, la higiene, las casas de reposo, el metro de Moscú, la demostración de fuerza en el Primero de Mayo, el estajanovismo, la aparente felicidad de las gentes... Todo, y en particular, lo que él veía entonces como la solución definitiva al problema de las nacionalidades que “Hespaña” debía importar: el federalismo. “Se ha cumplido mi predicción”, le confesaba a su amigo Rodolfo Prada en una carta escrita durante el viaje de vuelta. “De la URSS no se regresa jamás”.

Alonso Montero cree que las simpatías de Castelao por la Unión Soviética y el proyecto comunista empezaron a apagarse con la derrota de la República en abril de 1939 y recibieron un duro golpe, tal vez decisivo, el 29 de septiembre de ese mismo año, aquel día “desconcertante para millones de antifascistas del mundo entero” en el que Hitler y Stalin firmaron el pacto germano-soviético. Si en 1937, mucho antes de embarcarse en el Cooperatzia rumbo a Leningrado, As tres plagas que asolaban “Hespaña” eran para el de Rianxo el clericalismo, el militarismo y el capitalismo, en la versión retocada y “mejorada en lo posible” de ese mismo texto que incluyó después en Sempre en Galiza (1944) la tercera se había reencarnado en un tibio “semifeudalismo”.

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En todo caso, Castelao había blindado su entusiasmo prosoviético contra los insondables meandros de la posteridad. Se le podrá reprochar, y el libro procura hacerlo, que en sus notas y crónicas del viaje hubiese ignorado las “terribles purgas” de Stalin en la época. Es cierto también que buena parte de sus impresiones parecen ahora ingenuas, e incluso impropias de quien llegó a referirse a los guerrilleros antifranquistas, antes “héroes” y “hermanos”, como indeseables “manadas de lobos”, pero hay que reconocer que su análisis no estaba falto de cautela. “Si la experiencia soviética hubiese fracasado”, escribía entonces, y resultó profético, “siempre deberíamos quedar agradecidos a un pueblo que hace experimentos en su propia carne, no en la carne de los demás”.

“En la URSS soy el dibujante revolucionario más admirado”

La mayor parte de los testimonios de la experiencia soviética de Castelao se deben al protagonista, a sus apuntes de viaje, sus cartas —alguna todavía inédita— y sus declaraciones al regreso, publicadas por Nueva Galicia, Frente Rojo y La Vanguardia. Las interpretaciones no siempre coincidían, como es obvio, y el artista parecía consciente. De hecho, se quejaba de que Suárez Picallo lo acusase de estar a sueldo de la URSS —“¡Imagínate a qué extremos conduce la pederastia!”, exclama en una descalificación claramente homófoba de su detractor— y llega a dulcificar su propio relato en una carta que le envía en marzo de 1940 a su amigo Rodolfo Prada. Teme no ser admitido en Argentina.

Esas líneas repletas de disculpas —“No fui más que diputado”, le dice a Prada— contrastan con las impresiones desbordantes de entusiasmo difundidas en junio de 1938: “En Moscú expuse mis dibujos (treinta obras). En el Museo de Arte Occidental Moderno (uno de los mejores museos del mundo, basta con decir que tiene una sala de Picasso) me destinaron una sala. Tuve un éxito rotundo”, escribía a bordo del Cooperatzia mientras atravesaba el canal de Kiel rumbo a España. “Desde luego puedo augurar que en la URSS soy el dibujante revolucionario más admirado”.

Castelao se refiere en esa carta a las veinte estampas de Galicia mártir y Atila en Galicia, series ambas de 1937, y a las diez todavía inéditas entonces de Milicianos. La exposición era una de las citas obligadas del viaje que el artista había emprendido junto a su esposa, Virxinia Pereira, desde el número 28 de la Rambla de Catalunya, donde vivían entonces en plena Guerra Civil, hasta la capital soviética, como parte de una delegación española para compartir con la “nación amiga” el Primero de Mayo de 1938.

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