_
_
_
_
_
CRÍTICA | POP
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

La sirenita lánguida

Los murmullos de Charlotte Gainsbourg pretenden sugerir y seducir, pero solo adormilan

Charlotte Gainsbourg, en su concierto en el Circo Price.
Charlotte Gainsbourg, en su concierto en el Circo Price.CARLOS ROSILLO

La maldita crisis nos ha privado de muchas cosas, pero anoche nos arrebató también las estrellas. Después de dos décadas largas de los Veranos de la Villa al aire libre, primero en Conde Duque y últimamente en Puerta del Ángel, se hacía rarísimo ayer inaugurar una nueva temporada bajo techo, en un Teatro Circo Price de acústica razonable y programación a menudo sabrosa, pero insólito en estas semanas de calorina. Es lo que hay, como tantas veces nos repetimos a diario con casi todo, y alguien se lo explicaría —confiemos— a la buena de Charlotte Gainsbourg, que compareció en un recinto más bien desangelado. Porque ni a ellos, ni a los programadores ni a la municipalidad podemos culparles, eso sí, de que Fàbregas sea un muchacho excelente y a la misma hora nos ayudara a reeditar glorias balompédicas patrias.

Gainsbourg se reconoce como una artista atormentada por la timidez y lo demuestra sentándose a media altura en una banqueta, descalza y encogida en un escorzo poco favorecedor para quien aspire a erigirse en dueño de un escenario. Por lo demás, la hija de Serge Gainsbourg y Jane Birkin canta exactamente como cabría presuponer aunque no la hubiésemos escuchado jamás: murmurando con esa voz de sirenita lánguida que pretende sugerir y seducir, pero solo consigue adormilar.

La vivacidad tampoco consta entre las virtudes del cantante neozelandés Connan Mockasin y sus cuatro acompañantes masculinos, todos vestidos de blanco y con más aire de congregación religiosa que de simpáticos jipis demodés. Y el repertorio pretende encuadrarse en el pop oscuro y experimental, pero no pasa de lo anodino. Ni siquiera cuando los firmantes son tan ilustres como Beck Hansen o Jarvis Cocker, sobre los que pesa la sospecha de hacer caja con sus descartes.

Más Veranos de la Villa en el Price

  • Orquesta Mondragón (29 de junio).
  • Carminho (2 de julio).
  • Luis Fonsi (3 de julio).
  • Nneka (4 de julio).
  • Russian Red + Jero Romero (6 de de julio).
  • Earth, Wind & Fire Experience (7 de julio).
  • Arnaldo Antunes, Toumani Diabate y Edgar Scandurra (8 de julio).
  • Regina Spektor (9 de julio).
  • John Hiatt (10 de julio).
  • Franco de Vita (11 de julio).
  • Jethro Tull's Ian Anderson (12 de julio).
  • Julieta Venegas (13 de julio).
  • Miguel Poveda (14 de julio).
  • Jill Scott (15 de julio).

Con la ciudad abrasándose bajo la canícula, Charlotte ejerció de involuntario sistema de refrigeración. Me & Jane Doe desarrolla una melodía tan elemental como una clase de Geografía de la ESO, Heaven can wait no logra aportar el coraje que se le intuía a su marcado ritmo binario y la versión de Ashes to ashes, de Bowie, sustituye la sensualidad original por una serena modorra. Las cosas empeoran cuando nuestra protagonista recurre a la lengua de Molière y descubrimos el pop sintetizado de Ouvertures eclair con tan poca circulación sanguínea como una banda sonora de teleserie descolorida a finales de los setenta. O Pour ce que tu n'étais pas, canción embadurnada con unos teclados que harían furor en las cenas de marisquería.

Confesaba la merecida musa del cineasta Lars von Trier que solo había pasado en una ocasión por Madrid, con seis años, y que la cita de ayer tenía algo de bautismo. Habrá que sugerir la anulación y repetir la ceremonia, preferiblemente. En un contexto general de abulia, el oyente debía aferrarse a los pequeños destellos: la inquietante y sinuosa melodía de All the rain (ahí sí, Beck); la encantadora elegancia de Memoir, del irlandés Conor O'Brien, líder de Villager, o la muy sorprendente Forever dolphin love, de Mockasin, con cambios de ritmo y una enfervorecida aceleración final. Curioso que el rubísimo guitarrista hubiese perpetrado pocos minutos antes un dúo dulzón, Got lo let go, con aburridísimas voces al unísono. Al final, más de un espectador actualizaba con denuedo la pantalla de su móvil por si la chavalería de Del Bosque aportase algún motivo de excitación. Gracias, Cesc.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_