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Entre tapas y copas, libros

La ribera de Córdoba recupera su vida gastronómica y cultural

Daniel Rodríguez en El Laberinto.
Daniel Rodríguez en El Laberinto.FRANCIS J. VARGAS

Como si hubiese estado perdida en sus propias calles laberínticas, Córdoba llevaba décadas sin encontrar el río. La ciudad daba la espalda al mismo Guadalquivir que fue su germen. Su ribera se terminó entregando a los murallones para evitar las inundaciones y a las carreteras, que la usaron de eje vial. Nada de peatones. Nada de vida más allá del tubo de escape.

Hasta ahora. El paseo de la ribera de Córdoba está a punto de reabrirse casi en su totalidad. La margen derecha del río, la misma de la Mezquita y la Plaza del Potro, lleva ya unos años recuperando poco a poco su vida ciudadana, abriéndose negocios e iniciativas, la mayoría de ellas, hosteleras. Y hace 15 días se inició una nueva aventura, una librería de viejo que abre con vistas a la alameda que crece a la orilla del río, entre el puente de Miraflores y el romano. Esa librería se llama, precisamente, El Laberinto.

Como pasa cuando uno se adentra en la Judería y el casco viejo cordobés, al asomarse a esta librería, es muy fácil perderse. Los libros que habitan los anaqueles son solo una muestra de los 80.000 títulos que engrosan los fondos reunidos por su propietario, Daniel Rodríguez (Salamanca, 1952) a lo largo de casi dos décadas de una autodiagnosticada “bibliofilia galopante”. No obstante, él mismo es facultativo de bibliotecas y responsable de la biblioteca de la facultad de Ciencias de la Educación de Córdoba.

Hay distintas formas de perderse en El Laberinto. En sus anaqueles, uno se puede optar por ir saltando desde la Biblioteca Infantil publicada en 1940 para explicar a los más pequeños las glorias franquistas de la guerra civil —Navarra se incorpora' o ¡Asturias por España!, escritas por El Tebib Arrumi, pseudónimo con el que firmaba el periodista Víctor Ruiz Albéniz—, a otra estantería repleta de volúmenes históricos relativos al evolucionismo, o a los tebeos de los años cuarenta (Flechas y pelayos) o ejemplares del siglo XVIII con las obras completas de Garcilaso de la Vega. La cosa es perderse. Pero, a diferencia de la ciudad, uno puede hacerlo sentado en tres mesas donde los curiosos pueden ojear durante horas los ejemplares que quieran. Y luego comprarlos, o no, antes de seguir camino por la ribera.

“Este sitio es clave. ¿Dónde puedes tener una librería en una calle con paisaje, con los Sotos de la Albolafia al lado, con su fauna protegida?”, se pregunta alegre Daniel Rodríguez. En unos meses, el paseo donde se encuentra la librería anticuaria se prolongará hasta el Alcázar de los Reyes Católicos. Junto a los cordobeses, los turistas son los que más lo circulan. Y ellos son, curiosamente, los menos sorprendidos de encontrar un establecimiento así. “En Europa, en América, hay cultura de librerías de anticuario. En Córdoba, cerró la última hace más de 20 años, se llamaba Sierra. Y desde entonces, las librerías, en esta ciudad, no hacen más que cerrar”, lamenta.

La suya es una iniciativa que coincide en un momento en que empresarios y comerciantes de la zona tratan de reivindicar esa privilegiada zona de Córdoba que es el río. Lo tienen fácil, cada vez hay más negocios. Han abierto establecimientos que combinan gastronomía tradicional y de vanguardia con terrazas al aire libre y el ambiente más nocturno, festivo y ruidoso.

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El Laberinto tiene en común con ellos que mantiene un horario que, afirma el propietario, es puramente cordobés. “Abrimos por la noche, a partir de las ocho, hasta que nos dé por cerrar. Y los fines de semana enteros. Incluidos los domingos”. Pero entre restaurantes y bares de tapas, El Laberinto es una cuña que reivindica un punto de sosiego a ese vaivén acelerado, una pausa de cultura impresa, de lentitud, de historia, literatura y conversación. Al menos, hasta encontrar la salida.

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