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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Las élites y sus comparsas

Nada hace tanto daño a la política como tratar a los ciudadanos como niños, como ignorantes incapaces de decidir su destino

Josep Ramoneda

Desde las ocho de la noche del domingo el establishment político europeo y la mayoría de los medios de comunicación se apresuraron a declarar un gran triunfo del euro y de las políticas de austeridad en Grecia. Las élites saben que en política es más importante lo que parecen los acontecimientos que lo que son. Y se trataba, por tanto, de conseguir desde el primer momento que se impusiera la idea de un éxito del orden establecido, aunque fuera a costa de forzar sensiblemente los datos que ofrecía la realidad.

¿Qué ha ocurrido en Grecia? Que los partidos que defienden abiertamente el acuerdo de rescate con Europa, los dos partidos sistémicos que se han repartido el poder en los últimos 40 años y que son responsables principales del actual estado de las cosas, suman el 42% de los votos. Que la mayoría de los griegos han votado contra el rescate. Y que el partido de izquierda Syriza, exponente de la reacción crítica ante la Unión Europea, ha ganado 10 puntos respecto al mes de mayo, colocándose en un 27%.

La legislación griega, como ocurre en casi todas las europeas, es conservadora, de modo que privilegia la estabilidad frente a la representación democrática. ¿Cómo lo hace? Otorgando 50 escaños de regalo al partido que llega primero: Nueva Democracia, en este caso. Es este ejercicio de magia contable el que convierte la minoría electoral a favor del rescate en mayoría parlamentaria. Este es el gran éxito que celebra Europa. Después de un mes en que los dirigentes políticos y los medios de comunicación especialmente alemanes han vulnerado todas las normas del respeto a los ciudadanos de otro país con una penosa campaña de amenazas y presiones sobre los griegos, Europa celebra, sin ningún rubor, que ha ganado uno de los políticos que mejor representa la corrupción del sistema griego, Andonis Samaras. Por eso, resulta ofensivo tener que oír que en Grecia ha ganado Europa. Este es el eslogan que hoy toca repetir. Triste Europa. Un engaño, como tantos otros, condenado a durar tres días, porque la realidad es tozuda y siempre acaba emergiendo por alguna rendija. Ni Tsipras es un loco, como se han permitido decir algunos con arrogancia imperial, ni Samaras es la solución de nada. Al revés, hace años que forma parte del problema. Pero los que mandan en Europa solo ven lo que les conviene. En el espejo griego las élites europeas se han retratado.

Resulta ofensivo tener que oír que en Grecia ha ganado Europa. Este es el eslogan que hoy toca repetir

Acaba de publicarse Política para apolíticos, un libro del departamento de Ciencia Política de la Universidad Autónoma de Barcelona que analiza los tópicos sobre la política y su descrédito. Lo que ha ocurrido en el último mes en torno a Grecia es un ejemplo de cómo una parte sustancial de los políticos trabajan sin desmayo por el desprestigio de la política. Con la aplicada colaboración de buena parte del poder económico y mediático. Nada hace tanto daño a la política como tratar a los ciudadanos como niños, como personas ignorantes incapaces de decidir su destino si no les llevan de la mano los iluminados dirigentes que nos gobiernan. Y esto es lo que hemos visto en Grecia, desde que, en el mes de mayo, las elecciones dieron un resultado que no correspondía a las expectativas europeas.

Es verdad que, a menudo, se emiten juicios injustos con los políticos. Es verdad que su imagen está siempre muy expuesta por tres razones: porque la crítica es la base de una democracia verdadera (por tanto, tienen que estar siempre en posición de visibilidad); porque las buenas noticias no acostumbran a ser noticia y sabemos de ellos por los errores que cometen más que por sus aciertos; y porque la sociedad ha otorgado al político el papel de chivo expiatorio social. Y en estas circunstancias es fácil la amalgama: todos son iguales, todos son corruptos, no son de fiar, solo les interesa lo suyo, han secuestrado la política, no les importan los problemas de la gente, y un largo etcétera de lugares comunes que merecerían muchos matices. Pero es cierto que lo que ofrecen los políticos hoy no favorece en absoluto el clima de responsabilidades compartidas que permite hablar con propiedad de democracia. El desprecio absoluto por la verdad, la impunidad con que se desentienden de sus propias promesas, la sensación de una agenda paralela que nada tiene que ver con las prioridades de la ciudadanía, la cultura de casta cerrada y el desdén con los ciudadanos, hacen de la política hoy una actividad antipática y lejana. Y cunde la idea de que la democracia está secuestrada por unas élites políticas y económicas que solo quieren a los ciudadanos como comparsas.

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