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MÚSICA

Extraños entre los violines

La Sinfónica vasca permite a un grupo de periodistas mezclarse con sus músicos en el penúltimo ensayo de la temporada

San Sebastián -
Arantza Garijo, periodista de RNE, registra el sonido de uno de los violines de la OSE.
Arantza Garijo, periodista de RNE, registra el sonido de uno de los violines de la OSE.JAVIER HERNÁNDEZ

“Menudo jaleo, no”. Una de las violines primero de la Orquesta Sinfónica de Euskadi (OSE) no acierta a definir mejor los momentos previos a que el director tome la batuta y se haga el silencio. Es el penúltimo ensayo de la formación antes de ofrecer los recitales con los que cerrará la temporada 2011-2012, y su nueva compañera, la periodista, no puede hacer más que asentir. El maestro todavía no ha salido a escena y en la sede de la OSE, entre las sillas que poco a poco van ocupando los músicos, la organización ha dispuesto otras para los empotrados, una veintena de periodistas que por primera vez tendrán la oportunidad de compartir con los profesionales los últimos minutos antes de salir a escena.

La OSE ofreció su último recital de la temporada el pasado viernes, en el Kursaal de San Sebastián, dos días después del experimento con los periodistas. Cuando los outsiders toman el escenario, un par de músicos ensayan sus partituras, el resto —la formación la componen 83 personas y 100 instrumentos—, apuran los últimos minutos de la pausa del café. Comienzan a sonar unos cuantos violines desperdigados, luego les siguen los vientos y la percusión. Todos los integrantes de la formación se hallan dispuestos, pero sin ningún orden prueban sus instrumentos en una suerte de torre de Babel sinfónica.

El orden se apodera de la escena cuando el concertino empuña y levanta el arco de su violín. Ha llamado a filas y la tropa ya está lista para seguir las directrices de Andrés Orozco-Estrada, el director de la OSE.

El concertino pone orden y el director comienza a guiar a los profesores

“Cada uno tiene su personalidad, su historia, su universo y hay que ponerlo todo junto. La combinación siempre te sorprende, al final se consigue, son casi fenómenos paranormales que no logras entender muy bien, pero es maravilloso, una mezcla entre escuchar, sentir, es impresionante”, reflexiona el director en un encuentro posterior al ensayo con los periodistas, y en referencia a ese momento inicial.

“Buenos días a nuestros invitados, bienvenidos, es un placer”, arranca Orozco-Estrada, natural de Colombia. “Al parecer algunos decidieron quedarse en casa porque veo algunas sillas vacías. Es entendible porque esto de estar en medio de una orquesta no es una cosa sencilla. Es siempre una gran aventura, una gran experiencia, pero es interesante”, añade.

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“Buenos días a nuestros invitados, es un placer”, dice Orozco-Estrada

La orquesta comienza a tocar las danzas sinfónicas de West Side Story, una de las piezas que componen el programa de los dos últimos conciertos de la OSE, junto a Escudero y Ravel, entre otros. El director advierte a los de fuera, que es un ensayo, y las interrupciones y correcciones serán constantes. De hecho, la primera no tarda en llegar, “El saxofón, por favor, tal vez se haya despistado porque tiene una cámara delante, puede intentar hacerlo más jazzístico, quizá si...”, y Orozco-Estrada emite una onomatopeya difícil de reproducir. “Otra vez”, insiste el director, mientras el resto de miembros de la orquesta chasquean los dedos. La pieza elegida para compartir con los periodistas no suele formar parte del reportorio habitual de una orquesta sinfónica y permite mayores libertades a los músicos, que gritan mambo en uno de los puntos álgidos de la composición.

Experimentando

La OSE acaba de cerrar una temporada en que ha propuesto una serie de iniciativas novedosas. Entre ellas, el sonido de la txalaparta se ha colado en el repertorio sinfónico de la formación. La orquesta interpretó junto al grupo Oreka Tx la obra Txalaparta, creada para la ocasión por el músico italiano Iván Fedele.

Además, la OSE programó una serie de actuaciones en colaboración con el escritor Kirmen Uribe, en el que la música daba paso a la lectura de algunos de los pasajes de su premiada novela Bilbao-New York-Bilbao.

 “Toririá, tariro”, exclama el director, imitando el sonido que tienen que reproducir los violines. Ya sea por la presencia de periodistas, o por el margen de diversión que permite la pieza, las risas y murmullos se extienden por la formación de vez en cuando. Los músicos, atentos a cualquier instrucción o variación para anotarla en sus partituras, echan incluso una mano a los periodistas cuando el director les encomienda gritar mambo o chasquear los dedos.

Observar a Orozco-Estrada dirigir a sus músicos interpretando West Side Story viene a ser parecido a verle en plena clase de aerobic. No sé está quieto, contornea el cuerpo, las manos y pierde en algún momento la batuta, mientras guía a sus músicos con cualquier tipo de gesto. De vez en cuando tiene que echar mano de una toalla que reposa en su atril para secarse el sudor de la frente. “Si empieza el mambo no puedo hacer otra cosa que bailar, trato de controlarme porque no estoy de paseo, no estoy de fiesta, estamos ensayando”, aclara luego a los periodistas.

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