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UISO ALEMANY | ARTISTA PLÁSTICO

“Necesito expresarme, no comunicar ”

Es uno de los pocos invitados especiales a la Bienal de Casablanca, que se inaugura el día 15 Expondrá una obra de gran formato de la serie ‘L’homme en construction'

El pintor Uiso Alemany con una de sus realizaciones en medio de la huerta de Alboraia, donde tiene su estudio.
El pintor Uiso Alemany con una de sus realizaciones en medio de la huerta de Alboraia, donde tiene su estudio.JESÚS CÍSCAR

“Todo tiene una voluntad de ser pero todavía no es”. Esta es la sustancia de L’homme en construction, el último trabajo del pintor Uiso Alemany (Valencia, 1941). Aunque en este nuevo relato plástico subyace su inconfundible lenguaje, el resultado no tiene que ver con nada de lo que ha hecho antes. “Son esquemas de tipos que pueden estar construyéndose, pero que distan mucho de lo que tiene que ser el hombre”. En esta serie, el pintor ha ido a “una esencia muy pura”, al “esquema de la pintura”.

Y para aproximarse a ese ser humano en estado de gestación pictórica ha tenido que exfoliar todo el barroquismo en su pulsión creativa y hacer un profundo ejercicio de depuración narrativa como nunca había hecho. “Estoy hablando en otro lenguaje, y siempre buscando la pintura. Solo me interesa la pintura. No soy filósofo, no soy escritor, no cuento historias… Yo pinto, pero dentro de la pintura estoy construyendo un mundo en el que creo que tenemos mucho que mejorar”. “Ahí hay un mundo caótico”, refiere mientras muestra algunas de sus últimas obras, en su estudio en medio de la huerta de Alboraia. “Es que esto no es un cuadro: va más allá. No necesito pintar un cuadro. Los cuadros los pintan los pintores”.

Pregunta. Y usted ¿qué es?

Respuesta. Yo soy un gato serval. Pintar bien lo hace cualquiera. Es fácil. Lo difícil es esto, hacer algo que te ponga la piel gallina. Estoy muy contento de lo que estoy pintando porque no tiene ningún respeto a nada.

Alemany empezó L’homme en construction en su estudio de São Paulo y lo ha culminado en Marruecos, frente al océano Atlántico, en la aislada Residencia de Artistas Ifitry, a 40 kilómetros de Esauira. Es uno de los pocos “invitados especiales” a la Bienal de Casablanca, que se inaugura el 15 de junio, y para la que ha realizado una obra, de esta misma serie, de seis metros por dos cincuenta. Su anfitriona, la fundación del grupo de comunicación Maroc Premium, le ha pedido asimismo una exposición y prepara la publicación de un libro sobre su obra. “He estado un mes trabajando a muerte. Doce horas diarias. Y he dejado una exposición para el Centre d’Art Contemporain de Casablanca, que luego irá a Madrid, Lisboa y Montecarlo”.

P. Desde que a finales de los cincuenta se autoexilió a Alemania no ha parado.

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R. Estoy saltando por los riscos, como las cabras. Es lo que me gusta: trasladarme. Ahora he estado depurándome frente al Atlántico. Me he quitado mucho barroquismo, mucha mierda. Me he limpiado ante una playa sin huellas humanas, afilando mi instinto con la furia de las mareas.

P. ¿Ha influido ese entorno en lo que ha hecho?

Pintar bien lo hace cualquiera. Lo difícil es poner la carne de gallina

R. En efecto. He soltado mucho lastre. El aire no tenía ni una micra de contaminación y nada más despertarme ya estaba loco por empezar a pintar. Es cierto que hay una caligrafía, que es como tu timbre de voz, y está impresa en toda tu obra, pero ha habido un giro maravilloso en el que me he desprendido de mucha innecesidad. Hay cosas que son necesarias, como tu grito personal y la forma de expresar tus sentimientos. Y hay matices que pueden ser cambiados en función del entorno. Mozart no hubiese hecho la misma música en medio de la selva brasileña porque era un artista y era receptivo. Uno consigue aceptarse a través de sus cambios. No se puede estar siempre tocando las mismas campanas, comiendo la misma comida y hablando el mismo idioma.

P. ¿Qué es L’homme en construction?

R. Lo que estamos viviendo es vomitivo y ahí me asalta la idea de que el hombre está muy lejos de lo que podría llegar a ser el ser humano. No tenemos ni comparación con muchos animales que consideramos inferiores. El hombre tiene que construirse, tiene que subir escalones. La mierda nos está llegando tanto al cuello que ya no nos podemos ni reconocer. De ahí surge la idea de la serie, que la empecé en São Paulo, y cuya eclosión se ha producido en Marruecos.

P. ¿Qué características tiene ese nuevo lenguaje?

R. Estoy todavía sorprendiéndome con ese lenguaje. Estoy descubriendo que tiende a lo esquemático, a lo más simple, pero sin perder la perspectiva de la búsqueda de la pintura, que es lo que me interesa. Si no pinto, me muero. El arte es la necesidad de expresión del ser humano, no es comunicación. Necesito expresarme, no comunicar.

P. ¿Es cierto que pinta desnudo o es una leyenda?

R. Trabajo desnudo, pero no físicamente. Pinto desnudo porque me tiro desnudo a lo que estoy haciendo. No tengo ningún esquema previo, ningún diseño, ningún papelito… Voy al toro desnudo, a ver si me rompo la cabeza. Pero es cierto que hace años, durante una estancia en un cortijo andaluz en medio de la nada, sí pinté algunos días desnudo.

He soltado mucho lastre. Me he desprendido de mucha 'innecesidad'

P. Tiene una página web en blanco. ¿Le da vértigo?

R. La tengo desde hace diez o doce años. Nunca tuve el tiempo para dedicarme a ello. Mucha gente me ha estado diciendo que debería tenerla y que tenía que catalogar mi obra. Ahora el diseñador Canya está preparando la web y la restauradora de arte portuguesa Susana Mendes está ordenando y catalogando unas 4.000 obras de mi propiedad, de las 12.000 que he hecho. Con ello el galerista Ricardo Tenreiro da Cruz quiere hacer un libro razonado.

P. ¿Se ha puesto en manos de un galerista finalmente?

R. La única vez que me puesto en manos de alguien ha sido de un cirujano que me tenía que intervenir. No estoy en manos de un galerista, pero sí que hay una simbiosis y una complicidad muy buena con su galería, la Art Lounge de Lisboa, desde hace ocho años.

Lo que estamos viviendo es vomitivo. El hombre está muy lejos de sí mismo

Uiso Alemany está siempre en paradero desconocido, pero donde más tiempo pasa es entre sus estudios de São Paulo y Alboraia. Desde hace varios años ha centrado su actividad productiva en el emergente Brasil, donde ha establecido un potente vínculo desde que mostró su trabajo por primera vez y fue descubierto por el crítico brasileño Emmanuel Araújo, que dirigía la Pinacoteca de São Paulo. Araújo le propuso que pintara en Brasil para hacer una gira por diversos museos y ese trabajo, a partir de la serie Meninos da rua, se sustanció, a partir de 2004, en exposiciones en el Museo do Estado de Pernambuco, en el Óscar Niemeyer de Curitiba o en el Instituto Tomie Ohtaka de São Paulo.

Luego, el galerista Paulo Darzé le propuso mostrar su obra en Salvador de Bahía, la ciudad más africana de Brasil, lo que suponía un excelente caldo de cultivo para el pintor, que ya había profundizado en ese filón en la Cuba más negra y menos turística. Darzé le preparó un estudio en la Ladeira do Desterro, colindante con el barrio de Nazaré, uno de los menos seguros de la ciudad, donde durante tres meses, produjo una serie con el mismo nombre de Ladeira do Desterro.

P. ¿En la Comunidad Valenciana tampoco veremos L’homme en construction?

R. Complicado. Ahora estoy centrado en los itinerarios de mi galerista, que me ha llevado a las ferias de Montecarlo, de Dubai, de Hong Kong, de Shanghai... Luego, mi agenda pasa por Casablanca, Madrid, Lisboa, São Paulo y Montecarlo. En Valencia no hay nada previsto. Hace lo menos 15 años que no hago una exposición personal aquí, aunque recientemente se ha expuesto Un espacio, un tiempo, la recuperación de la obra que hice con Vicente Peris en el Matadero de Valencia en los años setenta y que en estos días se mostraba en la Fundación Frax, en L’Alfàs del Pi.

P. Sin promotores inmobiliarios ni cajas de ahorro, ¿queda mercado para el arte?

R. En la burguesía valenciana, el que tiene pasta se la está guardando y no la ve ni el sol. O la está sacando del país.

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Sobre la firma

Miquel Alberola
Forma parte de la redacción de EL PAÍS desde 1995, en la que, entre otros cometidos, ha sido corresponsal en el Congreso de los Diputados, el Senado y la Casa del Rey en los años de congestión institucional y moción de censura. Fue delegado del periódico en la Comunidad Valenciana y, antes, subdirector del semanario El Temps.

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