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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La nada en escena

El pasado sábado vivimos otro hecho histórico, y llevamos unos cuantos estos últimos meses. El denominado Colectivo de Presos Políticos o EPPK hizo pública una declaración que había levantado grandes expectativas previas. Tuvimos la escenificación habitual marca de la casa y un run-run. Lo que dijeron es lo que dicen siempre, un vaivén de fórmulas que apenas si merece la pena contrastarlas con la realidad, esfuerzo éste agotador e inútil dado el escaso carácter descriptivo o analítico del run-run y su naturaleza fundamentalmente preformativa. Con la izquierda abertzale ya no tenemos que preguntarnos qué es lo que dicen y tratar de desentrañar esa jerga en pos de un sentido que justifique nuestro esfuerzo. No; lo que tenemos que preguntarnos es para qué dicen todo eso que representan y el papel que nos asignan en la representación y en sus objetivos. En las escenificaciones batasunas son ya más importantes el antes y el después que el hecho en sí, el público que el contenido, cuya virtualidad única reside en la ansiedad que genera.

El proceso de paz en el que dicen que nos encontramos, el tiempo nuevo de la resolución del conflicto, no es otra cosa que la rentabilidad ad infinitum de esa ansiedad. En el antes de la representación siempre es algo histórico lo que se nos anuncia, con lo que se suscitan una serie de expectativas, con amplias resonancias mediáticas, que el acto mismo se encargará de enfriar al postular su contenido como un ejercicio imposible: el acontecimiento histórico se presenta como un obstáculo que siempre lo oponen los demás. El tiempo de la resolución se convierte así en un tiempo extensible a conveniencia, un tiempo largo del que no se hacen responsables pero del que tratan de extraer la mayor rentabilidad posible. Y ese es el después de la representación, el momento de la ansiedad creada en quienes nada tienen que resolver pero en quienes se ha depositado la responsabilidad de que las cosas no vayan como debieran.

El efecto de esa estrategia es contundente. En primer lugar, han conseguido que los demás asuman que las cosas debieran ir como ellos dicen, y si aún no lo han logrado lo alcanzarán con unas cuantas representaciones más del acto histórico. En segundo lugar, el tiempo de ansiedad que han conseguido inocular en la ciudadanía en general tiene como consecuencia el de predisponerla a su favor, es el efecto-premio que ya se ha advertido en los últimos procesos electorales y que algunos tanto temen para los venideros. La conclusión es la de un bucle perverso que en realidad es una trampa, oficio en el que son especialistas. Cada acto escénico no es sino un acto de victimización que requiere de los demás un esfuerzo para neutralizarlo —no hay que victimizarlos— que redunda siempre en beneficio de ellos. No hay otra forma de salir de ese círculo que ignorando la escena, dando la espalda al acto histórico y abriendo el tiempo de la confrontación ideológica y política.

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