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OPINIÓN
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

España no es así

"Esta disposición negativa generalizada crea culpa, nos reduce las fuerzas que deberíamos de tener para defendernos"

Un reciente artículo de Soledad Gallego-Díaz en El País,”!Ojalá el 15-M!” denunciaba las corrupciones continuas, la falta de claridad en los cargos públicos, las grandes retribuciones a altos cargos, las irresponsabilidades, la benevolencia con la que se los juzga etc., y decía que “los ciudadanos están abochornados por decisiones que les han sido ajenas, pero cuyas consecuencias tendrán que pagar”. Y así es, lo tendremos que pagar, y no solo en dinero sino también de otras maneras, pues desgraciadamente es mas que bochorno lo que sentimos. Me explicó.

El ciudadano español, por diversas causas, ha tenido desde hace muchos años un cierto complejo de inferioridad. Su desgraciada historia de hace por lo menos quinientos años, a la que vino a sumarse los cuarenta años de franquismo, es una de las bases, y no la menor, de este sentimiento. Y este complejo de inferioridad tiene sus consecuencias. El hombre de la calle cree que “España es así”, que la corrupción y la falta de claridad en los políticos han sido, con escasa excepciones – la segunda República, por ejemplo- la tónica general.

Esta disposición negativa generalizada crea culpa, nos reduce las fuerzas que deberíamos de tener para defendernos, nos da un cierto grado de pasividad, nos crea desconfianza en la justicia y en las instituciones y nos produce un pesimismo que se traduce muchas veces en nuestros propios chistes, en la aceptación resignada de las injusticias y en esa horrible frase de “España siempre ha sido así”, pues estamos convencidos que la corrupción es un mal endémico en nuestra nación; y este negro sentimiento se estanca en nuestra conciencia social.

La otra arraigada disposición de la que participamos, y que está muy emparentada con la anterior, es la falta de confianza en nuestros políticos, y por amplificación y simplificación en la propia política, de la cual cada vez nos distanciamos más.

Y no carecemos de razón: los continuos piques entre los partidos gobernantes, el echarse mutuamente la culpa, su falta de acuerdos, sus mentiras, las propuestas nunca cumplidas y que manifestaron en sus discursos electorales etc. Pero además nos hemos convertido en meros votantes. Solo ejercemos la política cada cuatro años, votando a unas listas cerradas en las que no elegimos a personas sino a grupos que se han constituido según sus propios intereses, no los de la nación. Y con una estructura, gracias a la Ley D’Hont, que desfavorece totalmente a los partidos minoritarios.

Y sin embargo y a pesar de todo, la política es absolutamente necesaria. Es ahí donde se hacen los presupuestos generales, donde se toman las decisiones importantes y donde mal o bien se distribuyen los bienes y los impuestos. Es la “cosa pública”, como decían los griegos.

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Deberíamos por el bien de todos (también por el de los políticos, aunque muchos de ellos llenos de grosera autosuficiencia y ciegos con su poder no lo comprendan), recuperar el juicio y la palabra, la acción y el interés por la política, ejercer nuestras opiniones contra viento y marea, ingeniárnosla para que nos escuchen, conquistar nuestra confianza propia, ser activos, críticos y positivos, y arrojar esa falta de confianza en nosotros mismos y esa odiosa y paralizante culpa que llevamos a rastras.

Extraña culpa que ni tenemos ni nos merecemos, y que si miramos atentamente a nuestro alrededor quizá lleguemos a descubrir de dónde proviene y quiénes nos la proporciona.

Trini Simó es profesora de Historia de la Arquitectura y del Urbanismo.

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