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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

España no es Grecia...

Cuando se va por estos mundos, los dos principales obstáculos a la confianza son el engaño y la arrogancia

Evidentemente, España no es Grecia, aunque pienso que se están haciendo demasiados esfuerzos para parecerse a ella. La primera parte de la frase se repite machaconamente desde hace dos años, y es cierta. No se trata de hacer comparaciones, pero la economía española y la griega son fundamentalmente distintas, por su volumen, por su diversidad, por su solidez, por su nivel de desarrollo tecnológico, por la tasa de internacionalización de sus empresas… Por todo ello, su capacidad de reacción ante situaciones difíciles como la actual es muy superior. Pero hay que advertir que algunas cosas que están ocurriendo nos acercan a un punto que permite muchas comparaciones que no nos interesan.

Quiero referirme, sobre todo, a lo que ocurre en nuestras relaciones con la Unión Europea. No lo digo como consecuencia de un estudio científico. Hablo solo a partir de intuiciones que son fruto de experiencias personales y que no tienen más valor que el de haber aprendido de los éxitos y los fracasos vividos u observados. Esta experiencia me hace pensar que nos estamos equivocando peligrosamente. ¿Por qué?

Aparte de sus problemas reales, Grecia o, mejor, los Gobiernos griegos cometieron dos grandes errores que ni la UE ni ninguna Administración seria perdona: ocultación y arrogancia. Ocultaron la situación real de las finanzas públicas —por cierto, con la ayuda de asesores privados del sector financiero— y chantajearon con arrogancia al pretender convocar, sin haberlo avisado, un referéndum después de haber negociado y pactado un programa de ayudas y de ajustes. La pérdida de confianza global que supuso la ocultación se completó con la de confianza personal que creó la arrogancia de Papandreu. Y ya conocemos el resto de la historia, cuyo final aún no está claro, pero no será feliz. Podríamos hacer un relato paralelo referido a Italia con los intentos de engaño y los compromisos incumplidos de Berlusconi, pero no hace falta. También sabemos la continuación y tampoco el final.

La visión que en estos momentos están dando España y su Gobierno se parece demasiado a la de Grecia. Ha habido frente a Europa ocultación de muchos déficits. La disculpa inicial de que fueron generados y ocultados por el Gobierno anterior era válida. Pero ahora resulta que los mayores provienen de Administraciones (Valencia, Madrid…) y de entidades financieras (Bankia) controladas por el Partido Popular y, por tanto, perfectamente conocidas por el Gobierno desde antes de su toma de posesión, pero ocultadas sistemáticamente durante los primeros meses de mandato, por razones electorales.

Esto ha afectado a la credibilidad exterior del país. Y a ello se han unido algunos incidentes provocados por la arrogancia que ha usado en algunos momentos nuestro presidente. Negarse sistemáticamente a las peticiones de Bruselas de no retrasar la presentación de los presupuestos para 2012 y ocultar en la reunión de jefes de Gobierno su intención de no aceptar las indicaciones de la UE sobre el déficit (aunque luego tuvo que rectificar), alegando en ambos casos razones de “soberanía nacional”, son dos episodios de los que tal vez deberemos arrepentirnos. Más recientemente, insistir en que España no necesita la ayuda de la UE para el rescate de Bankia, pero exigir al mismo tiempo la colaboración del Banco Central Europeo, provocó la semana pasada una reacción dura de la Comisión Europea, y aún más dura del BCE, que de momento dejan abiertas las puertas a actuaciones de ayuda. ¿Ha sido nuevamente una explosión de “soberanía nacional” o es que hay temor a que la ayuda pudiera suponer una intervención externa que hiciera aflorar otros problemas? Estoy seguro de que la desconfianza que levanta la deuda española no es ajena a esta pregunta.

Cada vez más en Europa las soluciones no dependen de un solo país, sino de conseguir colaboración y establecer acuerdos. Para ambas cosas, la confianza institucional y personal desempeña un gran papel, a veces determinante. No sería malo recordar, cuando se va por estos mundos, que los dos principales obstáculos a la confianza son el engaño y la arrogancia.

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Joan Majó es ingeniero y exministro.

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