_
_
_
_
_
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Esclavitud

Ha dado la vuelta al mundo la noticia de que una joven alemana ha vivido en una localidad bosnia, durante ocho años, en condiciones de auténtica esclavitud, obligada a dormir en un cobertizo, a comer y trabajar como un animal (maltratado), incluso a golpe de látigo. Que en un lugar habitado, no en un paraje remoto alejado de la civilización, en el centro mismo de Europa, puedan suceder cosas así y durante tanto tiempo resulta increíble y, en cualquier caso, invita a reflexionar sobre lo que no vemos, aunque esté sucediendo a nuestro alrededor, al alcance de nuestro ojos; y sobre las trágicas realidades que, en el seno de nuestras sociedades, van cubriéndose, encerrándose, como en un juego de muñecas rusas, por debajo de las coloridas apariencias.

Cuando pienso en realidades cercanas y encubiertas y en trato inhumano, la primera imagen que me viene a la cabeza es la de la prostitución, término y práctica que acepto que puedan englobar hoy fenómenos distintos, pero entre los que desde luego hay que incluir la trata de mujeres o, lo que es lo mismo, una auténtica esclavitud. Como muy bien describe, por ejemplo, la escritora finlandesa Sofi Oksanen en su novela Purga, cuya versión teatral produce en estos momentos en Euskadi la compañía Vaivén.

Bajo apariencias más o menos inofensivas como anuncios de contactos —aunque ¿se puede considerar realmente inocua, sin consecuencias sociales la representación de lo humano que esa publicidad exhibe abiertamente y al alcance de un público de todas las edades?— o clubs de nombres líricos, se esconde una realidad muy poco romántica, que en ocasiones es además atroz. E incluso peor, como de repente, cualquier día, revelan las noticias. Convivimos en nuestras sociedades con formas actualizadas de esclavitud. Conviven nuestras sociedades con mujeres esclavizadas, tan cerca de ellas como los vecinos de ese pueblo convivían con esa joven alemana que ahora conoce todo el mundo.

Hay quienes defienden la prostitución en nombre de la libertad. No comparto ese punto de vista. Me hago una idea muy distinta de lo que la libertad significa y permite y no la circunscribo, desde luego, a acumular “pases” sin cesar, recluida en un cuarto —¿cuántas de las capacidades, anhelos, intuiciones, decisiones de lo humano encuentran expresión plena en esa actividad?— Y tampoco interpreto así ninguna las acepciones de la palabra éxito, aplicada a la larga causa de la liberación y la igualdad de las mujeres. Asumo que no es la posición mayoritaria en este asunto, pero soy abolicionista. Considero que la prostitución debe ser abolida como lo fue la esclavitud y por las mismas razones. Por una cuestión de dignidad fundamental de las personas, y de dignificación así de las sociedades. Y que, en cualquier caso, la importancia del asunto merece un debate integral, capaz de revelar, capa a capa, las realidades inhumanas con las que convivimos. Las esclavitudes que podemos llevar por dentro.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_