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El hombre que nació 4.000 años tarde

Una avalancha de tierra deja a la luz una roca grabada con esvásticas en Marín y los vecinos no dudan en atribuírsela a Pepito Meijón, el último “petroglifero”

Roca tallada con esvásticas que apareció hace diez días tras producirse un desplome de tierras junto al arrollo Xesteiras en Marín.
Roca tallada con esvásticas que apareció hace diez días tras producirse un desplome de tierras junto al arrollo Xesteiras en Marín.CARLOS PUGA

Los niños escapaban a su paso. También las mujeres, y bastantes hombres. Era el hombre del saco. Una escultura de brazo fuerte, mate, gris, berroqueña, que se internaba en el monte, o se perdía en las rocas de la playa, buscando siempre las de más allá. Y desaparecía días, a veces bajo un puente o tras el muro del camposanto. Lo único que quería Pepito Meijón era piedra. Piedra para picar, porque solo escribiendo y dibujando en ella con la maceta y el puntero que llevaba siempre en el petate se comunicaba con el mundo. De vuelta a casa, traía en el pelo algo más de cuarzo, de feldespato y de mica que, por supuesto, no se sacudía. Igual que tampoco probaba a cambiar de pantalón.

Hubo quien quiso datar el momento histórico del primer remiendo, pero se aturulló con el aluvión de sedimentos y capas. El marinense llevaba parche sobre parche. Primero, de tela. Después, de papel y cartón. Y todo cosido con cuerda y alambre. Mejor con alambre. Que aguantaba más el roce con la piedra, cuando se acostaba a tallar en lugares estrechos, sin aire apenas, boca arriba. Aunque el agua del mar, en las rocas, terminaba oxidándole los pespuntes.

Pepito Meijón (1899-1980) no hablaba con nadie y murió sin explicarse. Cuentan que hubo un tiempo que asaltaba a las chicas, agazapado bajo uno de sus más importantes lienzos, el puente de la rúa Calzada, cercano a su casa. Pero otro vecino ilustre, Luis Almazán, asegura en un poema colosal que en una ocasión el propio Meijón dijo que “las piedras le habían gastado el falo”. Llegó un momento en que el cincel fue su único sexo, ya no había más apetencias. Y las sació en todas partes. Como un grafitero, pero siendo, como le han dicho, “petroglifero”.

Hace pocos días, un corrimiento de tierras sobre el arroyo Xesteiras dejó a la luz una enorme roca tallada con cruces gamadas. Los vecinos no dudan de que son obra de Pepito Meijón, que entre sus infinitos elementos cósmicos, sus animales, sus mensajes religiosos, apocalípticos, megalíticos, repetía muchas veces las esvásticas (símbolo primitivo y universal, antes que nazi), y las referencias a Franco y la Falange, no se sabe por qué, porque opinar, de palabra, no opinaba.

Llevaba la ropa remendada con papel y cartón, cosida con alambre y cuerda

Lo que cuesta imaginar es cómo la mole de granito ahora descubierta quedó oculta después por la tierra, las piedras y hasta los árboles, que se vinieron abajo en aluvión para ampliar la colección de petroglifos del siglo XX que ya cubre el musgo por todo Marín. Por el Marín que continúa y por el que ya se perdió. Como su casa, situada junto al almacén de materiales de construcción que tenía su familia y en el que ayudaba repartiendo cemento. La vivienda estaba toda tallada. Y en el patio, según recordaba el pintor Manuel Soto, había “un palomar de palomas esculpidas” y un cruceiro con un Cristo con boina. “Si no la hubieran demolido, hoy sería un museo”, aventura Laureano Mayán, autor de varios libros sobre la historia local.

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Lo llamaban loco, pero 32 años después de su muerte, en Marín aún surgen admiradores de José Meijón Area que se encienden en el debate, que piden respeto para el artista incomprendido y misterioso, que reivindican su espíritu y aseguran que no era un demente, sino un hombre que vino al mundo, por error, 4.000 años después de lo debido. “No era loco. Solo de naturaleza olvidado [...] Tiempo atrás sería un cerebro perfecto”, decía Almazán. Según él, el escultor “se sentía” heredero del autor del Laberinto de Mogor, el más célebre de los petroglifos milenarios de Marín, y estaba insatisfecho con la obra maestra de su tatarabuelo.

“No se sabe en qué momento cambió, qué acontecimiento trastocó su vida. No hay respuesta. Ni se sabe si estaba loco”, comenta Mayán, que lo conoció siendo niño y, como los demás, huía despavorido al verlo venir. “Meijón solo hablaba con las piedras. Y tampoco queda nadie de su familia para darnos una explicación. No tuvo descendencia. Sus padres, sus hermanas y él mismo están todos enterrados en el cementerio” que se empecinó en labrar durante años.

En su poema al escultor neorrupestre, Almazán fecha el cataclismo de su mente cuando le llegó la “hora de ir matar mouros”. También dice que tenía dos enemigos: “Los ojos de los santos y la electricidad”. Hay un blog con su nombre que tiene mucha actividad. Ahí se afirma que las suyas eran “un lujo de capacidades cognitivas que muchos quisiéramos tener”.

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