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Crónica
Texto informativo con interpretación

‘Blues’ de la tumba limpia

La nuestra es la ciudad para los aviones en quiebra y para los helicópteros de la policía, más que para las personas

Celebración del pasado Primero de Mayo en la plaza de la Bastilla, en París
Celebración del pasado Primero de Mayo en la plaza de la Bastilla, en ParísTHOMAS SAMSON (AFP)

París era un 15-M el domingo pasado en la noche de la iguana europea. Lo dieron por televisión en directo y lo que allí se veía, en la plaza de la Bastilla, era palpitar la ilusión de cambiar las cosas. Cada 15-M es una Bastilla urgente que nos recuerda que la vida solo va a ocurrir en directo y el resto es recesión. Cada 15-M es un rostro en la multitud. Durante la campaña alguien dijo que Sarkozy era el mejor presidente para Francia, y Hollande el mejor presidente para los franceses. Es la diferencia entre patria y ciudadanos. En Barcelona, capital del dolor, capital de la esperanza, el alcalde Trias se presentó en las municipales como “el alcalde de las personas”. Pero una persona no es lo mismo que un ciudadano, y jamás uno de esos de La marsellesa. Una persona está más cerca del hombre de orden que dice: “Pórtese como una persona”. En esto Barcelona es todo lo contrario del aeropuerto de Castellón, que se hizo para las personas y no para los aviones. La nuestra es la ciudad para los aviones en quiebra y para los helicópteros de la policía, más que para las personas si no son las de los carteles electorales. Con tanta policía Barcelona, creyendo que va a deslumbrar, se queda ciega. El algodón de los botiquines no engaña y las palabras no mienten, aunque Felip Puig las aerotransporte. Hace unos días, en medio de la reunión del Banco Central Europeo, los periódicos titularon: “La policía blinda Barcelona”, y esa era la palabra exacta, era precisamente eso lo que estaba ocurriendo; la ciudad estaba blindada, ciega como Blind Lemon Jefferson o como los Blind Boys of Alabama. (De un bluesde Lemon Jefferson, que dicen que murió de un infarto una noche perseguido por un perro, Bob Dylan hará una versión en su primer disco. “Bueno, solo te voy a pedir un favor / Mira que mi tumba se mantenga limpia”). Desengañémonos, si es que estábamos engañados: no todo hombre es una persona. Basta con repasar las conjugaciones o con ir al cine, no es lo mismo la tercera persona que el tercer hombre.

Ni todo el mundo puede permitirse ser una persona ni tampoco todo el mundo lo pretende. En las paredes de las viejas y hermosas (o por lo menos auténticas) casas que están demoliendo en el barrio de La Catalana, a orillas del río Besòs, los últimos habitantes que quedan han pintado con caligrafía de brocha gorda la frase: “Aquí vivimos gente” (de esta épica ya hablé en otra crónica reciente). Pues bien, hay una diferencia sustancial, es decir, de clase, entre escribir “aquí vivimos personas” y “aquí vivimos gente”. Está ahí concentrada toda la escala social (el ascensor social es en realidad una escalera de servicio). De modo que resulta que no da lo mismo ser el alcalde de las personas que ser el alcalde de la gente. La gente está en el núcleo duro de la democracia. Está, por ejemplo, en las palabras que pronunció Abraham Lincoln en Gettysburg, en 1863, en plena guerra civil norteamericana, cuando dijo que el suyo era un Gobierno “de la gente, por la gente y para la gente”. La frase es muy famosa en inglés: of the people, by the people, for the people, y a veces se ha traducido mal, pues en inglés people es gente, no pueblo (si no, Village People y todos sus discos serían una redundancia). Pueblo es un concepto más bien judeocristiano (el pueblo de Dios), y por tanto más bien comunista (Marx y Engels y Aarón y Moisés tienen vidas paralelas), que les viene como anillo al dedo a todo tipo de himnos, desde Somos un pueblo que camina (del maestro E. V. Mateu) hasta El pueblo unido, de Quilapayún. (Aquí lo que además se ve es que el pueblo, como concepto, está también más cerca de cualquier canción de María Ostiz que de los discos de Village People.)

La gente es siempre la gente de la calle. Es en la calle, en las plazas, en todas las Bastillas, donde empiezan siempre las cosas, esto hemos vuelto a saberlo recientemente, y ahora andamos de aniversario. Hay más democracia en una sola calle que en toda una ciudad. La ciudad, lo explican en los colegios (incluidos los públicos), es una entidad burguesa y por eso también se ha llamado burgo. La calle viene de callis, en latín, que era el sendero por donde pasaba el ganado. Es en la calle donde vive la gente que no cabe en la ciudad. La calle es de todos, y cuando la derecha dice que la calle es suya es porque considera que la gente es rebaño. Si algo conoce la derecha son las palabras, más que a la gente, que ni le importa ni le interesa. Las derechas son más dadas a defender a la persona que a defender a la gente. La derecha, como tiene mucho dinero, sabe lo que realmente vale cada palabra. Entre lo primero que hizo Rajoy al llegar al Gobierno fue quitarle el nombre al Ministerio de Trabajo, para llamarlo Ministerio de Empleo. Así se invirtió radicalmente el punto de vista. La palabra trabajo estaba más cerca de los trabajadores que de los empresarios. El trabajo tiene un retrogusto marxista asociado a conceptos como alienación, emancipación y plusvalía. El punto de vista de la patronal no es el trabajo, es el empleo. Pero también hay algo de políticamente correcto en este cambiazo, pues empleo es un término más limpio, menos grasiento, una palabra que, según el diccionario, se utiliza para designar especialmente el trabajo no manual. Claro, no es lo mismo un trabajador que un empleado. Las palabras hablan sin parar. De la doble acción combinada entre CiU y PP se entiende que dejaremos de ser un país de gente sin trabajo para convertirnos en un país de personas sin empleo. Aún hay clases.

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