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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El discurso y el pacto

La primera mirada será del interior, donde hay un enorme expectación por saber si ese otro modelo que propugna servirá para sacar del paro a un millón de andaluces

Cuentan que cuando el PSOE logró un acuerdo de Gobierno en el año 1996 con el PA, los andalucistas exigieron dos consejerías —Presidencia y Turismo— y una condición. La condición era que Manuel Chaves nunca asistiera a un acto de la Consejería de Turismo para no quitarle protagonismo a sus dirigentes. El PA, en vez de un pacto, firmó un reparto. Y reclamó una buena dote económica para gestionar su cuota de poder. Ese acuerdo de Gobierno nunca pasó a la historia por sus aciertos, aunque por aquel entonces le sirvió a los dos firmantes para alcanzar sus objetivos. Al PSOE, el pacto le permitió mantener la presidencia de la Junta, y al PA, crear una estructura de partido en cada provincia que nunca había tenido. Cuatro años después, todo volvió a su sitio: el PSOE, a la mayoría absoluta y el PA, a la irrelevancia.

Desde que José Antonio Griñán es presidente de la Junta, disfrutamos los andaluces de muy buenos discursos de investidura. Dicen que el que realizó en la pasada legislatura le gustó incluso a Javier Arenas, que lo elogió en un encuentro informal con periodistas al finalizar la pasada campaña electoral. Griñán es de esos dirigentes que son capaces de enhebrar una propuesta de Gobierno que le suena bien a casi todo el mundo, ya que parte siempre de una premisa a la que resulta difícil oponerse: la educación es la base de todo y no hay futuro sin ella. La educación suele ser a los discursos de Griñán lo que la segunda modernización fue a los de Chaves, pero con bastante menos parafernalia.

Con la crisis económica y un millón de parados, Griñán ha hecho estos días varios discursos acordes con las circunstancias. Poca Andalucía imparable y mucha preocupación por la Andalucía impagable, esa que deberá recortar en presupuesto, administración y recursos. De momento, Griñán ha decidido hacer de esta comunidad el poblado de Astérix sitiado por el Gobierno central, pero con una diferencia abismal con el héroe galo: no dispone de una poción mágica. De ahí que, al menos de momento, a sus propuestas les falten todavía los ingredientes y el punto exacto de cocción. El nuevo presidente de la Junta parece que tiene las ideas claras, aunque todavía no es seguro que sean las ideas que podrá llevar a cabo de una forma definitiva.

Puestos a reclamar, lo que Andalucía necesita es un Gobierno que haga justo lo que nos ha dicho que va a hacer. O al menos, algo que se le parezca. Cuando Griñán advierte a los suyos que “nos están mirando desde fuera de Andalucía porque representamos la esperanza de un camino distinto”, no debería olvidar que la primera mirada será del interior de la propia comunidad, donde hay un enorme expectación por saber si ese otro modelo que propugna servirá para sacar de las listas del paro a un millón de andaluces.

De momento, el discurso de Griñán está siendo coherente con lo que propugnó en la campaña. Ahora deberá gestionar para que del dicho al hecho no haya tanto trecho. Y en ello hay que incluir el pacto con IU, ya que de la solvencia del acuerdo y de la implicación de cada partido en él dependerá la gestión del Gobierno. Por expresarlo en los términos en los que lo hizo el PA en 1996: ¿Podrá asistir Griñán a los actos de los consejeros de IU? Quizás en ese nimio detalle esté la clave, ya que determinará si en la Junta hay un presidente del PSOE, un vicepresidente de IU, unos consejeros socialistas y otros de la federación de izquierdas. O si realmente hay un Gobierno de coalición.

Para un colectivo tan extremadamente puntilloso como el de los periodistas, el discurso de Griñán está siendo correcto en ideas pero flojito en datos. Algo parecido le pasa al acuerdo con IU, que la letra suena bien pero faltan los números. Y desgraciadamente esta va a ser una legislatura de números.

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