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OPINIÓN

No es el 98

En Galicia, además de parados, uno encuentra empleos de bajos salarios

Cuando, a fines de los setenta, hubo las primeras elecciones generales en Galicia, la suma de UCD y AP le daba al conservadurismo local casi el 70% de los votos, dejando el 30% restante para una amalgama que iba desde el PSOE hasta el BN-PG pasando por el PC o EG, siglas que hoy solo identificarán los más provectos. Hoy, el PP, casi la única marca de la derecha, acostumbra rozar el 46 o 47% de los votos, lo que suele darle la mayoría absoluta, si D’Hondt funciona adecuadamente. Dejo al margen el resultado del 20-N del año pasado, que no hace granero. Sus opositores, PSdeG y BNG están, más o menos, en una situación de equilibrio inestable, que puede llevarles al gobierno de la Xunta. O no, que diría Mariano.

Así pues, hay competencia electoral. Pueden ganar los unos o los otros, dependiendo de la labilidad del electorado, cada vez más volátil. No es algo que sucediera en la larga época de hegemonía indiscutida del PP, cuando Fraga bloqueaba todos los caminos. Hoy, el poder en Galicia depende del canto de un duro al caer. ¿Por qué esto es así? Dicho de otro modo, ¿por qué el asombroso poder conservador está ahora en causa?, ¿por qué, según todos los indicios, cada vez lo estará más? La respuesta hay que buscarla en los datos de fondo de la estructura social. Lo que pasó entre mediados de los setenta y hoy mismo es que Galicia se convirtió en un país de trabajadores. Dentro de poco a los paisanos habrá que buscarlos con un candil. Y, como van las cosas, tal vez también a los obreros industriales. Un reciente informe de CC OO mostraba la caída del empleo no sólo en la construcción, sino también en otros sectores —el naval está al borde de la extenuación. Así que casi el 70% del empleo recae en el sector servicios.

Lo que uno puede encontrar de modo más abundante en Galicia son, además de parados, empleos de bajos salarios, muy dependientes de las rentas derivadas del sector público —sanidad, educación. No es un perfil que, a priori, devengue grandes rendimientos futuros al PP, que ha ganado en España sus enormes mayorías en el peor momento para consolidar un proyecto de fondo. Lo normal, pues, es que prosiga el giro a la izquierda y al nacionalismo, aunque no de modo inevitable. Hay que recordar que en las dos últimas décadas el PP se hizo con un gran número de electores en los barrios obreros de los cinturones de Madrid y Barcelona —aquí, con CiU. Además, en nuestro caso, la inercia ideológica juega a favor de los conservadores.

Pero de la crisis Galicia va a salir muy mal parada. La estructura social está mutando al calor de la crisis, y la política le seguirá, antes o después. Ciertas elites de A Coruña y Vigo están desapareciendo del mapa, o desinflándose. El Banco Pastor ha desaparecido, lo mismo que las dos cajas. Según todos los indicios, no tardará en salir a subasta el Novagalicia Banco. Los empresarios que encontraban en esas entidades comprensión para sus cuitas no tendrán ya, al otro lado de la mesa, un interlocutor. Muchas empresas desaparecerán, como ya lo están haciendo. Más abajo en la escala social, la crisis del capitalismo se está llevando por delante al Estado del Bienestar. Desde la cajera del Gadis al profesor de secundaria, todo el mundo se empobrecerá.

Lo normal es que eso acabe reflejándose en transformaciones ideológicas que estamos lejos de poder percibir en sus contornos. Sabemos que lo que se cuece en la olla lo hace muy lentamente, aunque la crisis acelere los tiempos de la recomposición. En medio de una desafección creciente a la política establecida, es normal que la mayoría del PP se torne frágil otra vez. Pasado el tsunami lo probable es que sus votantes refluyan. Los beneficiarios serán socialistas y nacionalistas, pero no hay que descartar la aparición de nuevas fuerzas. El nuevo partido nacionalista, para sobrevivir, ha de conseguir no solo electores del BNG, sino también votantes del PP y del PSdeG. En ese caso se removerían las estancadas aguas del sistema político vigente desde hace décadas. Pero también puede suceder que esa opción apande con el sambenito de retener el poder para Feijóo si resta en vez de sumar. Nadie lo sabe.

Galicia está, en estos momentos, en recomposición. Los que mandaban están dejando de hacerlo, pero todavía no sabemos quién los reemplazará, ni con qué criterios. No sólo es un hueco político. Es un agujero social, económico, el que se abre. También de discurso. Vivimos en uno de esos instantes que constituyen una divisoria, en los que se fragua el juego de fuerzas futuro de una sociedad. Todos los vectores, incluídos los intelectuales y morales, los marcos de pensamiento de una sociedad, están reconfigurandose. No es el 98, con su carácter agónico, pero, a un cierto modesto nivel, la depresión de hoy puede provocar una crisis de legitimidad, una desafección de diversos segmentos sociales que veremos a quién aprovecha.

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