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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Sevilla tiene dos partes

Estamos hartos de que nos cuelguen el disfraz del topicazo y de pasar por matadores y flamencas, simpáticos y dicharacheros

Conocí a Rafael Cobos, el guionista de Grupo 7, hará la friolera de 15 o 20 años. Da la casualidad de que habitualmente percibo las películas que él firma junto a Alberto Rodríguez (Siete vírgenes, After,y ahora esta) como algo muy propio y cercano porque prácticamente crecimos juntos, en una zona del extrarradio de Sevilla que suele salir retratada en sus libretos, unas veces con sus brillos y otras, las más, con sus oscuridades. Los productos del tándem Rodrígez-Cobos producen en el espectador, por lo general, una inmediata sensación de empatía, de proximidad: la minuciosa búsqueda de la expresión callejera, del gesto trivial, trata de eliminar las barreras entre la ficción y sus bordes (algo que, de cualquier manera, caracteriza a toda clase de arte), de saltar la zanja entre el proyector y la butaca para persuadirnos de que lo que sucede ahí es cierto sin paliativos, un testimonio, un bocado de la vida misma, y no una colección de mentiras urdida por los actores. Ese hiperrealismo convence a todo el mundo: uno abandona la sala con la certeza de que sabe algo más, de que ha aprendido algo nuevo sobre las miserias humanas, al menos las que tienen lugar en esta ciudad nuestra de la torre y los puentes. Porque, al fin y al cabo, el gran protagonista de los guiones de Cobos es la ciudad de Sevilla: pero la Sevilla de verdad, la de nuestro extrarradio, la de la alcantarilla y el porro, la litrona y la casa de vecinos, donde son compatibles, por exótico que resulte, lo grosero y lo sublime. Hay quienes prefieren mirar a otra parte; refugiarse en la Giralda, y la Campana, y los cristos, y los faralaes, y esas cosas que huelen a alcanfor. Y otros miran de frente y descubren lo que hay: que es lo que le pasó a Pérez-Reverte.

Podrá discutirse mucho acerca de la figura y el temple de esta estrella de nuestras letras, pero lo que no puede negársele es que sabe poner el dedo en la llaga y detectar dónde sangra. Para los que no estén al tanto, Pérez-Reverte salió el otro día del cine de ver la película de Rodríguez y Cobos, y experimentó una epifanía. Tanto le gustó, que corrió a Twitter y escribió allí que por fin alguien se había atrevido a enmarcar la Sevilla de veras y no la del Ateneo: nada de claveles, sacristía y corbatas, sino yonquis, putas y policías corruptos. Como era de esperar, la red social echaba humo al cabo de pocos minutos: convertidos en jaguares, los de la Giralda y la Campana saltaron a la yugular del escritor acusándole de desviado, de ignorante, de mala bestia: fuera de aquí. En fin. La cosa me hizo pensar en la cara que se le quedó al alcalde Zoido cuando, después de declarar que pretendía dedicar un cuadro a Sevilla, otro clásico del hiperrealismo, Antonio López, le pidió que le llevara a ver las chabolas de la periferia; allí, dijo, estaba la Sevilla auténtica, la que nadie ve. Pata Negra, el grupo de Raimundo Amador, lleva 30 años cantándolo: Sevilla tiene dos partes bien diferentes, una la de los turistas y otra donde vive la gente. No hay por qué llegar a los extremismos (bastante ramplones, por otra parte) de Pérez-Reverte, pero sí es preciso recalcar que la ciudad no acaba en la calle Sierpes y que las sábanas tendidas, el sinvergüenza y el drogadicto son personajes de tanta prosapia local como el tipo de las patillas y el nazareno. Estamos hartos de que nos cuelguen (de que una parte de nuestra propia población se cuelgue) el disfraz del topicazo y de pasar por matadores y flamencas, simpáticos, abiertos y dicharacheros, amantes de las tradiciones, de la amistad y del beber en la calle, encantados de tendernos al sol bajo los monumentos más rancios del sur de la península. Sevilla es mucho más que todo eso: agradable y desagradable, pero sobre todo distinto. Y es mérito de Rodríguez y Cobos ponérnoslo delante de las narices, aunque haya quienes prefieran volver la vista.

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