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Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Una historia griega

Yorgos Lanthimos filma con presupuesto cero una película mordaz y catártica sobre el presente

Mercè Ibarz

¿Puede uno rebelarse por su cuenta cuando las cosas están fuera de quicio? Pienso en Dimitris Christoulas, de 77 años, farmacéutico jubilado suicida en la plaza de Sintagma de Atenas, ante el Parlamento, pero no conozco su historia y en estos casos imaginar es un abuso. La pregunta surge al hilo del último filme de su compatriota y vecino, Yorgos Lanthimos, de 39 años, una historia desconcertante e imprevisible, estimulante de tan rara y de una acidez de aquí te espero, una comedia negra no sin relación con el tajante sacrificio del señor Christoulas. La película se titula Alpsy la dan en el Verdi Park. Quizá por poco tiempo, tal como va el asunto de qué podemos ver y qué no en sala, o sea, que no dudo en sugerirles que le hagan un hueco, pues lo que se llevan entre manos el director y su grupo de intérpretes y técnicos, filmando en sus propias casas, con presupuesto cero, lo vale. Es, en gran medida, el relato nada obvio ni tópico de una rebeldía sin paliativos en estos tiempos de renovadas lógicas arbitrarias.

A media película empecé a reír quedamente. Es como si El Roto fuera el guionista, que te atiza el ingenio y te hiela el humor al tiempo que te brota la sonrisa. Las imágenes iniciales son bellas: una joven gimnasta rítmica danza al son del O Fortuna del Carmina Burana, de resonancias épicas medievales, un estándar efectista de lo culto y lo bello que siempre queda bien. Pero la chica quiere bailar música pop. El entrenador se niega, en unos planos tan cerrados de su cara y de la de la muchacha, con una voz tan lenta y precisa el uno en sus órdenes y la otra en su acatamiento, que empiezas a notar que la desobediencia está penada, como en efecto irás viendo que lo está en el filme y como puede que pronto lo esté en nuestras calles con los retoques que propugna el Ejecutivo central para el código penal de la crisis, un género legal nuevo. Si la resistencia pasiva, la desobediencia civil, puede ser declarada un atentado; imagínese usted lo que puede ser no seguir las instrucciones del entrenador, sea este la señora Merkel o uno de sus enviados, en Grecia o donde sea. Pero sigamos con la peli.

En efecto, la gimnasta adolescente y su entrenador de mediana edad son algo más que lo que aparentan. Forman parte de un grupo, junto a una enfermera y a un conductor de ambulancia que están en la treintena. Por decisión del conductor, su jefe máximo, sin que nadie diga por qué lo es, se llamarán Alps, a imagen de la cordillera que recorre Europa occidental tantas veces asociada, en el imaginario popular del pasado siglo, al lujo y esplendor, esquí y todo eso. Sin discusión posible, el jefe se otorga el nombre del Mont Blanc, el pico más alto. No son gente sin trabajo, no es que el filme enfoque así de directo el tapiz en el que fue filmado, el año pasado, ese 2011 clave para los griegos (y nosotros). Ni nadie explica por qué forman ese grupo que, como no quiero desvelarles el asunto, digamos que parece una versión sofisticada de una ONG desvariante y alienada, un grupo terrorista de las emociones, un invento que funciona porque, al cabo, sus clientes están dispuestos a pagar con tal de no aceptar la realidad de lo que les está sucediendo.

Los cuatro integrantes de Alps tienen 15 reglas decididas por su jefe (pueden consultarlas en el programa de mano). Deben seguirlas cuando consiguen un cliente y entran en su casa con la excusa de ayudar. Rescate, ya saben, esa palabra, esa tendencia, esa cosa. Esa espada de Damocles, así llamada por el nombre del tipo que pasó a la posteridad gracias al historiador Cicerón, que narró la anécdota de la suculenta cena en que el tirano, al que el magnate Damocles (también era rico) criticaba por su ostentación, le puso sobre su cabeza una espada pendiente de un hilo y le obligó a juzgar si la riqueza en esas condiciones era felicidad. Damocles, claro, convino que no.

Una de las mujeres actuará por su cuenta, la otra no. El entrenador jugará a las dos bandas, bien cubierto de espaldas. Y el líder, el Mont Blanc, machacará a la rebelde con un instrumento contundente (algo así como una buena y estilizada porra) que presenta como si de un suero de la verdad se tratara y él se limitara a aplicar con ella el código penal. La rebelde seguirá en sus trece. Me perdí la anterior película de Lanthimos, Canino, he descubierto aquí a Aggeliki Papoulia. Si en Grecia una actriz puede hoy representar a una mujer como esta, haciendo de su mímica corporal y de su cara el mapa y la catarsis de estos momentos grotescos, es un alivio.

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