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El gobierno de la resignación

Solo la desmemoria puede negar que el Estado del Bienestar se debe a las autonomías

Llamados a una nueva cruzada. Acuden visionarios editorialistas, traficantes de democracia orgánica, capitanes de la industria, celadores del comercio, tribunos de las clases bienestantes y bienpensantes, manicuras de la mano invisible de los mercados, ideólogos del altruismo financiero sin fronteras, almas liberales sin más pasiones que los balances contables y heraldos providenciales del Imperio Germánico. Asisten, como adelantados a su tiempo, espíritus goethianos que prefieren la injusticia al desorden, neopopulistas que levitan por encima de izquierdas y derechas, y bonapartistas postmodernos que viven de la flora parasitaria del fin de la historia. Están animados por el triunfo sin reserva de la derecha panhispánica de hoy, de mañana y de siempre. Están convocados para hacer realidad una gran obra: la Nueva España necesita una nueva constitución.

La comisión constitucional postdemocrática comenzó ruidosamente sus trabajos. En tertulias, editoriales y columnas se modela su espíritu; en el BOE y en los comunicados de Moncloa se ensaya ya la caligrafía de su letra. Se escribe con la tinta imborrable del temor y la desmemoria. Estrenamos un nuevo período constituyente parido por el Gran Miedo de Semana Santa. El gobierno conservador, en estado de pánico por la reacción de los mercados ante su ajuste presupuestario, activó el estado de excepción. Mariano Rajoy hace buena la previsión de Walter Benjamin: en estos atribulados tiempos el estado de excepción es la regla. La nueva regla del juego político es su supeditación a los rigores de la Triple Alianza del FMI, el BCE y la Comisión Europea. En la práctica, el Partido Popular nos permite elegir entre fórmulas de sumisión: contrarreforma política o intervención económica. No hay alternativa, insiste la central de inteligencia de nuestra derecha patriótica. Fuera de la obediencia, nada se puede hacer. Un cansado rey Lear ya nos advirtió contra el gobierno de la resignación: “De la nada no vendrá nada”.

Los muchos padres de la (todavía non nata) Constitución de la Nueva España sentencian el carácter fallido del Estado de las autonomías, lastrado por su ineficacia política, por su insolvencia financiera y por su corrupción de los principios solidarios. Aventan el supuesto fracaso del Estado descentralizado y ensalzan la solidez de la nación española que conserva intacta todos sus vigores, potencias y esencias. Será la recuperación de la unidad lo que nos hará retomar la senda de la prosperidad. No se fatiguen en buscar en los atlas históricos ejemplos de estados unitarios y centralizados que aportaran bienestar y prosperidad a todos los territorios, nacionalidades y regiones de su dominio. Entre nosotros, nunca existieron. El precedente más próximo y tenebroso nació de un golpe de Estado y únicamente fue capaz de socializar la miseria y la falta de libertades. Solo rindiendo culto a la desmemoria se puede negar que, en España, el Estado de Bienestar se pudo hacer practicable gracias al Estado de las autonomías. La liquidación económica de los autogobiernos y la limitación financiera de la autonomía local traerán nuevas desigualdades y discrecionales exclusiones.

La sentencia del Tribunal Constitucional sobre el Estatut de Cataluña señaló la última frontera del ejercicio del autogobierno posible en España. La voraz crisis económica determinará las líneas de retroceso de las reformas conservadoras. Vivimos en un estado de involución. El miedo cementará la paz social y nuestras libertades se disolverán en el miedo. Zygmunt Bauman nos advirtió que el miedo es líquido, pero podemos estar seguros de que la coacción, la coerción y la represión de la crítica, el disenso y la rebeldía serán sólidas. Nuestro Código Penal se reescribirá con dureza preventiva para ahogar la protesta y cauterizar el malestar ciudadano.

Seremos invitados a aplaudir una sociedad brutalmente dualizada, en la que el darwinismo social canibalizará la solidaridad y toda igualdad de oportunidades. Intentarán igualmente convencernos de que, para que la locomotora de nuestra prosperidad pueda avanzar rápidamente, deberemos desenganchar los vagones de los más desfavorecidos. No tema, nos llamarán a las urnas para que soberanamente santifiquemos una democracia autoritaria de caudillos fuertes e incuestionables. Confío en que estas negras líneas de ficción política le hayan parecido una exagerada contrautopía. En previsión de peores futuros, cuidemos de la rebeldía democrática, seremos más felices y nuestras libertades saldrán ganando. Y hagámosle buen caso a Ulises: “Troya resiste no por su fuerza, sino por nuestra debilidad”.

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