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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El miedo

La Historia, como bien saben ustedes, ya (apenas) existe. La historiografía actual no acepta esa endiosada mayúscula y se encarga de explorar territorios por ella ignorados o rebajados a insignificantes, como la historia de la infancia, de las mujeres, de la vida privada, de los objetos cotidianos, de los ancianos, de los pobres. Como se encarga también de ensayar una historia de las emociones, siguiendo una tendencia en auge en las humanidades y las ciencias sociales de las últimas décadas. Pero, pensémoslo un momento, ¿qué es eso de la historia de las emociones? ¿Quiere decirse que éstas son productos históricos, culturales, variables y manipulables según las circunstancias y los fines? Pues sí, partiendo siempre de una base y de unos mecanismos psicosociales comunes, eso quiere decirse, y también que su análisis puede ser tanto o más revelador que la historia oficial de una época.

El miedo es, tal vez, una de las emociones más poderosas (y más manipulables social y políticamente) y mejor analizadas. Existe un estudio ya clásico (1978), recién reeditado y que podrán encontrar en las librerías: El miedo en Occidente (siglos XIV-XVIII) de Jean Delumeau. Un inventario de antiguos temores populares mezclados con los promocionados por la religión —los miedos apocalípticos, y a los “otros satanizados”, como los idólatras, los musulmanes, los judíos o las mujeres—. Para tiempos más recientes, es imprescindible el estudio de Joanna Bourke Fear: a cultural history, —todavía no traducido—, donde examina los temores preponderantes de los últimos ciento cincuenta años, especialmente en el mundo anglosajón, temores tan dispares como las fobias, el miedo a Dios y a la muerte, las pesadillas, las preocupaciones infantiles, la enfermedad, el crimen y el terrorismo.

Pero en los últimos años han sido sobre todo sociólogos como Ulrich Beck y Zygmunt Bauman los que han desmenuzado los terrores que nos embargan. ¿La modernidad no iba a ser aquella época de progreso en la que se desinflarían los temores del pasado? Hasta cierto punto, pero eso no sirve para mucho porque cada época viene con su (hiper)inflación de miedos. Como afirma Bauman en El miedo líquido, el miedo es esa “incertidumbre que caracteriza nuestra era moderna líquida, nuestra ignorancia sobre la amenaza concreta que se cierne sobre nosotros y nuestra incapacidad para determinar qué podemos hacer (y qué no) para contrarrestarla”. ¿Le suena de algo? Ese esperar con temor y ansiedad las noticias —¿Nos han intervenido ya? ¿Cómo de castigadores se han despertado hoy los mercados? ¿Qué nuevas medidas hay? ¿Conservaré mi empleo, mi sueldo, mis aspiraciones?—, una economía del miedo que se conjuga con tantos otros miedos políticos y personales, locales y globales, retransmitidos y amplificados por los medios, y que nos retratan tan bien o mejor que el relato de nuestras leyes e instituciones.

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