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Los herederos de los Omeyas

Un libro repasa la vida de Al Mutamid, el rey guerrero y poeta, culmen del esplendor de la corte de los abadíes en la Sevilla del siglo XI

Blas Infante, en Agmat (Marruecos), en la tumba de Al Mutamid (1924).
Blas Infante, en Agmat (Marruecos), en la tumba de Al Mutamid (1924).

Tras la desaparición del Califato de Córdoba y la desmembración del Estado Omeya en un mosaico de taifas independientes, todas ellas quisieron, en lo político y en lo cultural, emular los tiempos del califa Abderramán III. Pero uno de los reinos musulmanes destacó en este sentido por encima del resto: la corte sevillana de los abadíes.

El tercero de sus monarcas, Al Mutamid se convirtió en un mito, no solo por conseguir la increíble expansión de sus dominios, desde el Algarve hasta Murcia, sino por convertir su corte en foco de intelectuales y artistas que llegaron a tener cargos de responsabilidad. El propio Al Mutamid cultivaría la poesía —fue discípulo del cordobés Ibn Zaydun— a la par que la espada y la contienda.

Pilar Lirola, profesora de Estudios Árabes e Islámicos de la Universidad de Cádiz ha publicado un exhaustivo libro sobre la figura de este jerarca andalusí y su familia, titulado Al Mutamid y los abadíes. El esplendor del reino de Sevilla (siglo XI), editado por la Fundación Ibn Tufayl de estudios árabes y el Instituto de Cultura y Artes de Sevilla (ICAS), del Ayuntamiento hispalense.

Pilar Lirola estudia la figura del jerarca andalusí y la llegada de los almorávides

La obra tiene la intención de ofrecer una visión realista e histórica, basada y contrastada en fuentes fiables, de una figura que se ha visto alterada y tergiversada por la procedencia de muchas de las crónicas, especialmente las cristianas, que relataron su vida, así como de las leyendas que la continuaron. Un personaje que en el siglo XX siguió estando presente en autores y artistas como Antonio Gala, Rafael Alberti, Fernando Quiñones, Carlos Cano, Enrique Morente o Lole y Manuel, que escribieron y cantaron sobre él. Incluso Blas Infante fue a visitar la tumba de Al Mutamid en 1924, en un viaje a Agmat (Marruecos) y le daría pie a una obra propia.

"Las cortes de taifas, y más concretamente la sevillana, con su pléyade de sabios, literatos, músicos y, especialmente, poetas, nada tenían que envidiar en su refinamiento a las orientales que les sirvieron de modelo o a la del mismo califato de Córdoba, que había gozado de un gran desarrollo del género poético a finales del siglo X. Al producirse la guerra civil o fitna y la consiguiente descentralización del poder, se extendió la cultura por todo Al Ándalus", escribe Lirola en la introducción de su obra.

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Al Mutamid llevaba la espada y la pluma en la sangre. Su padre, conocido como Al Mutadid, quien hizo territorialmente fuerte al reino, fue además de un "guerrero sanguinario y colérico", como recuerda Lirola, un hombre que mostraba una especial sensibilidad por la poesía. "Se mostró protector y promotor de literatos, especialmente de poetas, cultivando él mismo este género, al igual que había hecho su padre, el cadí. Durante su reinado la poesía logró un alto grado de exquisitez, que llegó a la cumbre en la corte de su hijo; quien instituyó, incluso, una casa dedicada a la poesía y a los poetas", escribe la arabista.

Pero el verdadero culmen se logró bajo el reinado de Al Mutamid. Lirola no ahorra elogios sobre él: "hombre candoroso, noble, cultivado y erudito, excelente poeta, espléndido mecenas, protector de las ciencias y de las letras". Aunque la vida del rey, que habitó el Real Alcázar de Sevilla, fue terriblemente trágica. Le tocó vivir un periodo de largas convulsiones políticas y bélicas que derivó en la muerte de algunos de sus hijos, cuyos asesinatos llegó a presenciar.

Y aunque durante dos décadas Al Mutamid fue el más poderoso de los reyes de taifa, no dejó de pagar las parias (tributo anual) que su padre había empezado a entregar religiosamente a Alfonso VI. "Esas parias, que el rey de Sevilla libraba, se fueron haciendo cada vez más costosas y difíciles de satisfacer y, acosado por esa carga económica y por las acometidas militares cristianas, Al Mutamid fue uno de los monarcas andalusíes que solicitó el auxilio de los almorávides", recuerda la historiadora.

La llegada de los almorávides desde el norte de África cambió el tablero hispano. Frenaron a los cristianos, pero también se quedaron en los territorios que fueron a liberar, acabando por anexionarse toda Al Ándalus. El final de Al Mutamid es triste. Murió prisionero en Agmat, al sur de Marraquech. Tenía 55 años. Entonces, comenzó la leyenda.

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