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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

En defensa de la democracia

En poco tiempo millones de personas han hecho un curso acelerado sobre las contradicciones del capitalismo

Joan Subirats

Este puede ser un buen día para hablar de la necesaria resurrección de la política y de la democracia. Se va alargando la agonía del viejo mundo. Y como bien afirmaba Keynes, “la dificultad no reside en las nuevas ideas, sino en escapar de las viejas”. Otro economista, Karl Polany, en su obra La gran transformación (publicada en 1957), decía que los mercados autorregulados nunca funcionan, y que no solo sus deficiencias funcionales, sino también sus consecuencias (respecto a la desigualdad y pobreza que generan) son tan grandes que se hace necesaria la intervención gubernamental. Como afirma Stiglitz en el prólogo del libro, “si él (lo) hubiese escrito hoy, habría más pruebas que sustentarían sus conclusiones”. Estamos en pleno “capitalismo mundial del riesgo” (Beck). Un riesgo sin cobertura posible. El sistema financiero opera como las centrales nucleares: los beneficios son privados, los costes de la posible catástrofe los dejan a los contribuyentes. Cuando los algoritmos no funcionan, nadie se hace responsable. Y si la incertidumbre y las crisis se suceden, y nadie es capaz de explicar ni dónde estamos, ni adónde vamos, la ciencia, la economía, la política, pasan de ser proveedoras de certezas y de confianza, a ser sospechosas de formar parte del problema.

Crecen los temores, los miedos, las inseguridades. La frase de Roosevelt en la Gran Depresión sigue siendo actual: “no tenemos nada que temer, sino el temor mismo”. Ya que es precisamente en esa atmósfera de temor y de miedo en la que se mueven mejor los que buscan en el autoritarismo la respuesta a tanta desazón. A medida que las instituciones gubernamentales pierden su capacidad de redistribución, su capacidad de equilibrar los impactos del cambio de época, los conflictos se agudizan y la desesperación aumenta. Loïc Wacquant en su libro Castigar a los pobres, relaciona desregulación económica y retroceso en la protección social con el aumento del securitarismo punitivo, demostrándolo con la evolución del gasto en policía y en cárceles en Estados Unidos. Tenemos poderes públicos debilitados, con crecientes dificultades para seguir asegurando ingresos, sea por la capacidad de “irse” que tienen los que más recursos poseen, sea por las consecuencias de las políticas de austeridad extrema que imponen los que buscan la mejor posición posible en los nuevos escenarios. Y si no hay con que repartir ni pan ni circo, se debe reforzar la seguridad entendida en singular como orden público. Frente al desorden del sistema económico, el orden y la seguridad al servicio de ese sistema.

Pero, no todo es negativo. Ante lo constante del riesgo, la gente puede refugiarse en la ignorancia, en la apatía o apostar por la transformación. Y el cambio de época no solo es económico. Incorpora asimismo la capacidad de conexión global y el aprendizaje cruzado, el conocimiento compartido y nuevas posibilidades de acción colectiva, nuevas maneras de hacer política y defender la democracia. En poco tiempo millones de personas han hecho un curso acelerado sobre las contradicciones estructurales del capitalismo contemporáneo. Y van pasando cosas. Cierra la edición en papel de la Enciclopedia Británica, y Wikipedia está más fuerte que nunca. Los bancos se blindan, pero crecen los mecanismos sociales de crowdfunding. La política institucional parece capturada, pero se extienden las nuevas formas de hacer política. Y aquí, mientras el viejo orden anuncia una web para que se denuncie a los alborotadores, otros ya tienen en marcha un blog en el que se recogen las extralimitaciones de los cuerpos de seguridad. Y suma y sigue. Problemas globales necesitan respuestas globales. Pero, también locales. Son ya muchos los que van organizando maneras alternativas de funcionar, con autoorganización social, con formas de compartir, distribuir y vigilar horizontales, en red, sin jerarquía ni comité central. Con capacidad de adaptación, buscando que cada experiencia vaya más allá de su entorno, creando inteligencia colectiva. Defendiendo los valores democráticos. Sin violencia. Porque, como dijo José Luis Sampedro, no tienen derecho a recurrir a la violencia los que tienen razón y futuro. Eso es para los que carecen de ambas.

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