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MÚSICA | POP

Desolador y hermoso

Kurt Wagner, líder de Lambchop, hipnotiza la Joy Eslava con su voz y su guitarra

Kurt Wagner en concierto.
Kurt Wagner en concierto.JORDI VIDAL (GETTY)

El hombre que, desde media hora antes del concierto, revisa personalmente en el escenario de la Joy Eslava la afinación de su guitarra y garabatea notas en un bloc no es otro que Kurt Wagner. Y sí, el líder de Lambchop se mantiene fiel al aspecto con el que le retratan las imágenes promocionales: americana oscura, gafas de pasta y esa gorrita ridícula o, como poco, incoherente. Pero el torpe aliño indumentario, que diría el poeta, se lo disculpamos en cuanto comienza a obsequiarnos con esa garganta suya de barítono a punto del desvanecimiento. De tan inconfundible, Wagner se ha convertido en una voz esencial para comprender la música popular estadounidense de las dos últimas décadas. Algunas sílabas le suenan cavernosas, otras desvencijadas y no pocas casi imperceptibles. Más que acariciar la guitarra, tiembla sobre sus cuerdas. Y el resultado es tan desolador y hermoso que los 400 espectadores casi ni se atreven, durante la primera hora de concierto, a humedecerse los labios de cerveza. Porque el repertorio cadencioso del undécimo disco de la banda (Mr. M.), entre compungido y tristísimo, solo puede paladearse desde el más reverencial de los silencios.

Kurt nunca ha sido hombre risueño, pero en los últimos años ha encontrado buenos argumentos para apuntalar su poética taciturna. Primero fue el bloqueo creativo tras OH (Ohio), un disco que en 2008 pasó más inadvertido de lo que merecía su queda belleza. Y un año más tarde, el cruel adiós del amigo Vic Chesnutt, que optó por borrarse del mapa y dejarnos un poco más huérfanos de talento. Su recuerdo gravita por todas las nuevas canciones de Wagner; sobre todo en ese tema central, entre críptico y hastiado (“La pérdida nos hizo idiotas / El miedo nos hace críticos”), que fue recibido con gran ovación.

Ensimismado en un extremo de las tablas, el de Nashville navega entre la canción de autor y el jazz tenue, pero apenas recala en el country alternativo, por mucho que la steel guitar comience a gemir en The good life (is wasted); paradójicamente, un tema más animoso que su título. El batería, Anders Holm Jensen, destaca por su exquisito mimo con las escobillas y ese sombrero que parece haberle prestado Leon Russell. Y la segunda voz corre por cuenta de la espléndida Cortney Tidwell, siempre entre la fragilidad y la experimentación. Solo al final aflora el desparpajo, con un par de versiones deliciosas: una rareza de Brian Wilson, Guess I'm dumb, y I threw it all away, de Dylan. “Somos Lambchop. Si no han pasado un buen rato, imaginen que somos los Kings of Leon”, nos despidió con sonrisa malévola el pianista, Tony Crow. Humor, dolor, lamentos: la vida misma.

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