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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Tecnoadicción

Gente que pasa horas y horas de pie, esperando su nuevo juguete. Colas ansiosas e interminables, estampas repetidas en casi todos los países del mundo ante la salida del nuevo iPad. Gente que no duerme de la emoción, que no puede esperar unas pocas horas para tenerlo —aunque sea prácticamente igual al que ya tiene— y que dentro de un año babeará con igual fruición ante el nuevo modelo apenas remozado. En fin. Una de las cosas que me escama es que ese babeo sea debido al continente —al dispositivo electrónico— y en absoluto ya a los contenidos —libros, filmes o discos recién salidos del horno—. (De hecho, ¿cuál fue el último libro que produjo colas, el de Harry Potter? ¿Habrá otros aún, o sus versiones digitales restarán de emoción sus salidas?)

Esos tecnoadictos son la punta del iceberg, sí, pero a estas alturas que tire el primer iPhone el que esté libre de Internet y no reverencie la cacharrería que agiliza su uso… Tal vez sea cierto que hubo un tiempo sin conexión (en épocas prehistóricas, hace quince años o así), pero apenas podemos recordarlo. La red nos en-reda de mil maneras y los expertos no se ponen de acuerdo sobre si eso es bueno, o no tanto. Por el momento, la pugna entre los tecno-optimistas y los tecnopesimistas parece bastante igualada: a cada informe científico que certifica las bondades de las redes sociales y de la información ilimitada puesta a nuestra disposición, le sale otro que certifica todo lo contrario, el lado oscuro del invento.

Últimamente están de moda los autores que han pasado de esa primera posición eufórica a la escéptica o, aún, a la apocalíptica. Hace un par de años Nicholas Carr avisaba de que Internet nos estaba volviendo más superficiales: “La multitarea, instigada por el uso de Internet, nos aleja de formas de pensamiento que requieren reflexión y contemplación, nos convierte en seres más eficientes procesando información pero menos capaces de profundizar en esa información y al hacerlo no sólo nos deshumanizan un poco sino que nos uniformizan”. Otra tecnogurú que ha terminado por convertirse en Casandra es Sherry Turkle, psicóloga estadounidense que nos previene ante la incapacidad para desconectarse que muestran hoy tantos jóvenes (y no tan jóvenes): “Nuestro uso compulsivo de los teléfonos móviles y de los ordenadores responde a nuestra incapacidad de estar solos”, al tiempo que simplifica —y desvirtúa— nuestras relaciones: “amor, amistad, trabajo, que se puede controlar desde la punta del dedo, sin las complicaciones de una relación cara a cara”. Lo más llamativo es que, a su juicio, toda esa tecnología dificulta el aprendizaje de la soledad, de la soledad fértil, la soledad introspectiva que nos permite concentrarnos y conocernos.

Nada que no intuyéramos, la gloria y la miseria de Internet: picoteo del conocimiento y picoteo de las relaciones sociales. El medio convertido en mensaje.

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