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CANCIÓN | LUIS PASTOR
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Voz que se alza con orgullo

Luis Pastor no solo canta sino que también se subleva en '¿Qué fue de los cantautores?' El cantante extremeño presenta su último disco en la sala Galileo Galilei

El bueno de Luis Pastor, directo a la yugular. En un momento en que el común de los mortales no alza la voz por temor a que terminen de apretarle la soga en la garganta, el bardo cacereño reivindica el papel de los cantautores desde su más canónica acepción, la de quienes aportan lírica, rebeldía y compromiso frente a la fuerza bruta (y burda) de los poderosos. Pastor no puede hoy limitarse a ser el autor que canta, sino el que también se subleva.

Llamémoslo concienciación, indignación o puro hastío, pero en ¿Qué fue de los cantautores?, además de buenos versos, hay bilis para quienes pretenden manejarnos como dóciles marionetas. Lástima que la insumisión sea hoy una mecha tan ardua de prender.

Seis años llevaba el ahora vecino de Rivas Vaciamadrid sin entregar canciones nuevas, así que la presentación de anoche en la Galileo Galilei tuvo algo de reencuentro y mucho de acontecimiento. Veinte discos después, y por mucho que el maestro bordee la condición de sexagenario, un estreno siempre es un estreno. Impone. Pastor compareció con voz desgastada y algo dubitativa. Nerviosa y sin la calidez de antaño. Pero la fuerza de la palabra permanece incólume. Y la palabra de Luis sigue siendo bien poderosa.

El extremeño quiso plantear la velada como una puesta de largo sin margen a las concesiones. Los 13 nuevos temas brotan a pecho descubierto, en el mismo orden que en el disco y sin piezas clásicas intercaladas. Pastor asume este planteamiento a sabiendas de que puede enfriar a una parroquia aún poco familiarizada con el repertorio. Y hubo afecto entre las mesas de la Galileo, pero un afecto algo agarrotado.

En realidad, el trovador y sus fieles no acabaron de sintonizar hasta el último tramo del concierto, con esa pegadiza morna eléctrica que es Borra de mí esta tristeza y con la pintoresca Dama cañí, chotis posmoderno y multicultural que su firmante dedicó, con toda la guasa que la ocasión requería, “a la señora Botella”.

Antes habíamos escuchado un fado más bien ligero (Fado destino de mar), un acercamiento a la música popular extremeña (Flor de cerezo) o un homenaje a Saramago, En balsa de piedra, en forma de swing no ya lento, sino monótono, rutinario. Y que corroboraba la sensación de que nuestro protagonista anda estos días más fino en la parte literaria que en la melódica.

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Cartas de arena constituye una bella apología del lápiz y la libreta en los tiempos del guasap, y Amor que me dueles tanto testimonia con trazo hermoso los recurrentes desatinos del corazón (“A veces pierdo el sentido / a veces parezco idiota”). Pero, en general, no se advierten grandes aportaciones al estupendo cancionero del firmante de Aguas abril, que sonó como propina acústica en formato familiar: junto a mujer (Lourdes Guerra) e hijo (Pedro Pastor).

Luis Pastor es hombre orgulloso, un atributo siempre más honesto que el de la falsa modestia. Ha escrito para grandes intérpretes (Cesária Évora, João Afonso, Carmen Linares) y construido las mejores conexiones con la lusofonía que se han trazado a este lado de la Península. ¿Qué fue de los cantautores? queda lejos de ser un disco redondo, pero aporta poesía e inconformismo. Y tanto la una como el otro se nos antojan hoy extraordinariamente necesarios.

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