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Simon Finn: “Echo de menos al flamenco viejo sentado en su taburete”

El pionero de la psicodelia folk revisó su cancionero en Santiago

La rica y documentada tradición anglosajona ofrece muchas versiones del desamparo en clave folk. En 1968, por ejemplo, Tim Buckley parodia en directo la resistencia pasiva y a John Lennon prescribiendo, en vez de peace (paz), smack (heroína). A finales de 1970, el millonario exbeatle critica el desclasamiento de los jóvenes trabajadores en Working class hero.

Para Simon Finn, autor unos meses antes de Pass the distance, fronstipicio de la psicodelia folk en las Islas Británicas, “Pass the distance salió un año antes que Working class hero; si hubiese visto la luz un año después quizá habría ido mejor”. “O no”. No son cuestiones que le preocupen, según responde por correo un día antes de su actuación, el pasado domingo, en el Teatro Principal de Santiago. Por si acaso, recuerda que los 35 años de silencio que median entre las canciones que compuso a los 19 años y el retorno de Magic moments (2005), tras el rescate de David Tibet (Current 93), no tienen una respuesta mística como las que adornan las reseñas de aquel debut: “No tuvo nada que ver con la música o con el acto de escritura. Me encontré con mis padres por separado y ninguno de los dos quería seguir con la relación. Aquello me descompuso un poco”.

Los ángulos de entrada de Pass the distance, tanto tiempo después, remiten al reflujo del swinging-London y a la devastación de algunos de sus protagonistas. En comparación con otras poéticas, era como si aquella voz , con la guitarra de David Toop, diese soporte a un cristianismo primitivo pasado por los acid-tests. Con un relato afectivo que anticipaba el vacío existencial inscrito, también, en la vida brava. “En Dinamarca soy el Leonard Cohen inglés, eso de acid-folk me lo llaman en Nueva York”, apunta. “Y tampoco sé qué es la Americana. No me influyó demasiado el folk de la Costa Oeste, a mí me gustaban los primeros Pink Floyd, Bert Jansch o Ron Geesin, a quienes conocí un poco”. Como guitarrista, también otras músicas de los oprimidos: “Extrañamente viví en Barcelona durante tres meses de 1968 y en cualquier tasca de entonces había alguien cantando flamenco con una vieja guitarra. Aquello sí me influyó! El flamenco viejo sentado en el taburete de la esquina no volverá, y echo de menos eso”.

Algo de toda esa nostalgia, pasado por el tamiz de alguien que la combate, hubo en el teatro compostelano. Acompañado por Jolie Wood (violín) y Maja Elliot (piano), Finn empezó por Silence city creep y Strict, Straight & Gorgeous, de Accidental life (2007) y el reciente Through stones, respectivamente. La aceleración del respetuoso público se hizo carne en Jerusalem o Big white car, del cancionero viejo. No cambia la responsabilidad del artista en épocas posfunerarias, dice Finn, que nunca ha sido escritor político adrede: “Encontrar lo que buscas es una sensación muy especial, mientras que actuar es una sensación separada, catártica. Entre las dos te pueden mantener cuerdo, si tienes suerte”.

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