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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Barcelona, ¿cambio de modelo?

Si se aprobase el aberrante proyecto de marina de lujo en el Port Vell estaríamos ante un lamentable cambio de modelo

Las restricciones presupuestarias, el haber heredado una ciudad que funciona y mantener una parte del equipo técnico son algunos de los factores que hacen que no se acaben de notar grandes diferencias con la gestión anterior, ni se acabe de delimitar cuál es el modelo urbano de Barcelona.

Todo lo propuesto está por ver si se hace y cómo: el proyecto Blau@Ictinea en el Morrot y las polémicas 16 puertas de Collserola, que parece que pretenden más hacer entrar la ciudad en Collserola que introducir el bosque en la ciudad. Es curioso que cuando Barcelona ha sido moderna, cosmopolita y progresista ha mirado al mar —en el Noucentisme, en la Barcelona democrática— y cuando es nacionalista y conservadora mira a la montaña, como en La Renaixença, el franquismo y ahora, aunque sea para sacar rendimiento de la sierra. No olvidemos, sin embargo, que quien tuvo la visión anticipatoria de convertir Collserola en reserva fue Pasqual Maragall, eso sí, después de haber conquistado seis nuevos kilómetros de playas democráticas. El actual Ayuntamiento ha enfatizado una apuesta por la sostenibilidad, desde una concepción tecnocrática, y existe la intención de continuar haciendo vivienda, especialmente para los sectores más vulnerables. Can Batlló puede servir de banco de pruebas: tras décadas de promesas y de luchas vecinales está a punto de desencallarse, empezando con las viviendas sociales y de realojo pendientes.

Tampoco en las cuestiones de seguridad y control hay grandes diferencias, aunque el alcalde Trias haya querido aplicar explícitamente los métodos expeditivos que hicieron famoso a Giuliani en Nueva York. Las Normas del Civismo de 2006, ya con el modelo Barcelona enfermo de reglamentación, fueron suficientemente coactivas para darle la fama de ser la ciudad más normativa y represiva de España.

En todo caso, el cambio de modelo viene auspiciado por la propia Generalitat, con propuestas descaradamente especulativas como la pesadilla de Eurovegas, que planea sobre el territorio catalán con la sombra tenebrosa de querer imponer su propia ley. Es paradójico que sea la derecha biempensante la que apueste por una ciudadela del vicio. Y es enternecedor ver como a la burguesía nacionalista, que tendría que amar tanto el paisaje catalán, lo que más les emociona sea el dinero, aunque provenga de las mafias del juego.

De ahí la apuesta por una marina de lujo en el Port Vell, encabezada por la Autoridad Portuaria de Barcelona y promovida por la empresa inglesa Salamanca Group, que compró Marina Port Vell en 2010 y que cuenta con el beneplácito municipal. Aquí sí que hay un peligroso cambio de escala, tímidamente apuntado por el anterior equipo de gobierno, tras la degradación del modelo Barcelona a partir de 2004, al tolerar el hotel W y tantear un plan de ascensores en la Barceloneta, con el riesgo de acabar expulsando a sus vecinos. Esta operación privada, por tanto, tiene antecedentes en una amplia estrategia portuaria para sacarle el máximo rendimiento a la zona, que amenaza ahora con expulsar a los pescadores.

Al principio el modelo era claro: la ciudad del espacio público para todos y todas, ganando el máximo posible de playas. Lo dijo Maragall con una frase clave: “Las playas son socialdemocracia municipal”. Y así se hizo. Ahora, proponiendo un puerto privado para superyates de grandes dimensiones, protegido de las vistas, se está pervirtiendo totalmente la tradición pública de la ciudad. Y se hace sin ningún sentido, ya que se va a ofrecer un enclave único a unos usuarios escasos e hipotéticos.

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Aún está por ver lo que se hace en Can Batlló y en Can Ricart, o las intervenciones que se vayan a realizar para mejorar la calidad de vida en los barrios. Pero si se aprobase este aberrante proyecto de marina de lujo en el Port Vell estaríamos ante un lamentable cambio de modelo: de la ciudad abierta al mar, democrática y equilibrada habríamos pasado a la ciudad privatizada, con fronteras que delimitan áreas desconectadas de su contexto, en aras de los privilegios para los desorbitadamente ricos, en unos tiempos que, para la mayoría, son de vacas flacas. Una apuesta reaccionaria contra la ciudad abierta y pública que hemos heredado.

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