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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La lengua unisex

Es curiosa la forma que hemos encontrado este año para conmemorar el 8 de Marzo: enzarzándonos en un vívido debate sobre el sexismo lingüístico y las formas de aliviarlo. —Ahora que lo pienso, me encanta el verbo “enzarzar”: enredarse en las zarzas, matorrales o similares—. Y se me ocurre que es una muy buena forma de celebrarlo, así que es de agradecer que Ignacio Bosque y los demás académicos de la Lengua hayan encendido la chispa con su juicioso informe.

Que haya cada vez más gente consciente de los usos y abusos sexistas, también en el lenguaje, que esté alerta ante ellos y que los evite o los denuncie, es una buena noticia. Siempre y cuando, claro está, que no perdamos eso que una larga tradición viene llamando sentido común, ni nos carguemos las facilidades comunicativas de la lengua en pos de un igualitarismo artificioso. Es sabido que el grueso de la acusación contra el español no es por su léxico, sino por su gramática, que marca el género y utiliza el masculino también para designar los dos sexos. Evitar eso en todas las ocasiones nos volvería tarumbas, y si los textos administrativos que lo intentan son ya a menudo ilegibles y esperpénticos, no podemos ni imaginar cómo serían los textos literarios, y mucho menos su uso coloquial. Tener que estar pensando constantemente en desdoblar el género cada que vez que habláramos (“todos y todas estamos de acuerdo”) es lo más agotador y absurdo que podríamos hacer, amén de contradictorio: ¿a qué viene eso de diferenciar todo el rato el sexo, cuando precisamente queremos subrayar que es indiferente uno u otro?

Al contrario que las lenguas románicas y muchas no románicas, el euskera no marca el género. Así, ante el esforzado “los trabajadores y las trabajadoras” o, mucho peor, “l@s trabajador@s”, nosotros ponemos un sencillo “langileak”. Casi todos los nombres y adjetivos flotan en ese cómodo y neutro genérico que no visibiliza a las mujeres, pero tampoco a los hombres. Pregunta: ¿tener una estructura gramatical tan propicia ha hecho que los vascoparlantes —imagínense, si quieren, a nuestros antepasados monolingües— hayan sido menos sexistas que sus vecinos? Evidentemente no.

En euskera, como en el resto de idiomas, la discriminación existente en la sociedad se ha reflejado (reforzándolo) sobre todo en el uso de la lengua, en los contenidos de los mensajes, en las expresiones y el tratamiento asimétrico dirigido a ambos sexos. Es obvio que podemos y debemos corregir algunas de esas cosas, aunque los límites los marque el uso y el sentido común. Hay un gran consenso, por ejemplo, en sustituir “gizona” (“hombre”, “varón”) por “gizakia” para designar al ser humano; a algunos, sin embargo, no les parece suficiente pues ambas palabras comparten una misma raíz (giz-), presuntamente masculina… En fin, el purismo lingüístico antisexista resulta tan insaciable como cualquier otro purismo.

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