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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Imágenes

"Casi medio siglo después la misma estúpida insania, ahora y entonces contra un enemigo inerme a la vez que entusiasta del presente y del futuro"

Las nueve de la mañana de un día de octubre de 1962. Patio del Instituto Lluís Vives, de Valencia. El camarada Licinio ordena la formación por cursos, los de Primero delante, los de Preuniversitario al fondo. El lamentable estruendo, desafinado, de los himnos y gritos de ordenanza acompañan el izado de las banderas victoriosas, las tres: Falange, Comunión Tradicionalista, y la vencedora. Al fondo, toses, susurros y carraspeos.

Días más tarde, en el otoño siempre benigno, Albatros, la inocente, inocua hasta el momento, publicación de los alumnos. Uno escribe sobre el final de la bota militar, otro, en valenciano (¡!) sobre los jóvenes y el mundo o un cuento sobre el Seiscientos, icono del milagro económico español del momento. Malo todo ello si uno de los condiscípulos es hijo del capitán general Ríos Capapé, de entre cuyas heroicidades destaca la de dejar sordo a un recluta a pie firme y de un guantazo. “Hasta aquí podíamos llegar”.

La amenaza terrible para los de Preu: la expulsión podría impedir el acceso a la Universidad. Media el padre Corbín, la terminal de su enlace con el padre Ypas y el Opus Dei. La penitencia, unos truculentos ejercicios en el Convento de Santo Espíritu y así las ovejas, más bien cabritos, volverán al aprisco en la primera semana de 1963, y abandonarán toda veleidad de escritura.

En la calle de la Nau, Aula 41, la pléyade profesoral y los universitarios de Filosofía y Letras, de Derecho, y sus amigos de Medicina o Ciencias. Liquidaban más tarde, con elecciones, el sindicato obligatorio, el SEU, y algunos cantaban a Brassens, Ferré o coreaban Al Vent, recién estrenado por Raimon. Y Asturias, patria querida, en aquel largo invierno de las huelgas mineras, el de mi Preu. Imágenes de las que apenas queda rastro, y sí un recuerdo cierto.

Algunos de aquellos díscolos, y éramos pocos, han sido notarios y registradores, abogados del Estado, jueces y magistrados, policías, funcionarios políglotas, profesores y catedráticos, y los más irreductibles incluso, en democracia, diputados, eurodiputados, rector, regidores, e incluso alcalde. La nómina profesoral ayudaba, tras la pertinaz sequía dictatorial. Carola Reig, Julio Feo, Díaz Regañón, Ribelles, Fernando Montero y tantos otros empujaban a las ganas de aprender con el debate a la apertura de las ideas.

En mis estudios, que fueron siempre azarosos, aunque no es el caso de explicar los porqués, fue el único curso académico al que hube de asistir como alumno oficial. Inolvidable.

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Como las primeras carreras en el encierro de universitarios de la calle de la Nau, alejado por nuestros congéneres mayores. Casi medio siglo después la misma estúpida insania, ahora y entonces contra un enemigo inerme a la vez que entusiasta del presente y del futuro.

Supe hace unos días que mi admirado Manuel Castells fue condiscípulo del Lluís Vives. Mi respeto se ha agrandado pues su magisterio iluminó con Weber, Mumford y otros, más de una página de mi retardado doctorado. Suscribo su Primavera valenciana (La Vanguardia, 25/2/2012), de la cruz a la raya.

Parece que a quienes dicen gobernarnos les inquieta la imagen de algarabía callejera protagonizada por estos jóvenes, por cierto y fortuna de ambos sexos, que el Lluís Vives rememorado albergaba sólo varones, las mujeres al amparo del taumaturgo converso y santo patrono.

Exigíamos libertad. Y enseñanza pública, gratuita y algunos, además, laica. Como ahora. Y la respuesta es la misma, la repetición hecha farsa

Exigíamos libertad; los de ahora, y sus padres, ya la tienen desde 1978. Y enseñanza pública, gratuita y algunos, además, laica. E instalaciones dignas y eficientes. Como ahora. Y la respuesta es la misma, la repetición hecha farsa.

A diferencia de nuestros gobernantes, me preocupa otra imagen. Así, Zagreb, Croacia, en el tránsito hacia la Unión Europea se insta a los responsables políticos a que corten con malas prácticas (comisiones, adjudicaciones de obras, nepotismo): “¿y lo dice, Ud.? Mire primero a su casa, en Valencia”. Roma, ante un avezado banquero turinés, con ironía: “Creo que están Uds. entre el paralelo de Nápoles, con quien tuvieron gran relación cultural e histórica, y Palermo”. O Nueva York y Panamá: “Lo más insólito es siempre más fácil: en Valencia nos dicen siempre que sí”. O más cerca, en Madrid: “Chico, ¿qué sucede?, es el único sitio en que las oportunidades se hacen reales, incluso con la crisis”.

Esta imagen, sin pantallas de televisión las más de las veces, nos está carcomiendo. Se suma al desmantelamiento sistemático de bienes públicos, en este caso de un derecho fundamental, la educación.

Los estudiantes británicos protestaron y protestan contra las tasas académicas de otro Gobierno conservador. Sus indignados, desalojados cuando escribo, ocuparon durante semanas St. Paul. El Reino Unido no parece dispuesto a clausurar la Olimpiada. Ni a devolver Gibraltar, como insiste el émulo de camarada Licinio, eso sí, con un tono diferente a las canciones de la época.

Tal vez, ahora que conmemoramos el bicentenario de La Pepa podrían exhumar la orden de aquel monarca y, al grito de vivan las caenas, cerrar este y todos los institutos. Dejaríamos de tener esta, al parecer, infame imagen.

Ricard Pérez Casado, exalcalde de Valencia, fue alumno del Instituto Lluís Vives de Valencia (1962-1963).

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