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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Teoría del enemigo

Hay que disipar la tentación de pensar que la brutal actuación policial sobre lo que en un principio era una protesta de estudiantes de instituto y casi acaba convertida en un drama hunde sus raíces en la mentalidad de aquel ministro de la Gobernación que, poco después de la muerte de Franco, proclamó “la calle es mía”. El hecho de que el recientemente fallecido Manuel Fraga fuera el fundador del partido de la delegada del Gobierno en la Comunidad Valenciana, Paula Sánchez de León, no tiene que llevar a la conclusión fácil de que la política del palo a quienes protestan “de manera no autorizada” es un rasgo congénito de la derecha actual. Lo ocurrido en las calles de Valencia durante cuatro jornadas de febrero exige otro enfoque con la ayuda, tal vez, de alguna noción de psicología social.

Porque no es explicable el despliegue de testosterona policial, que ha convertido por unos días las calles de Valencia en una pesadilla, sin una aguda percepción egocéntrica de la realidad social. El jefe superior de policía, Antonio Moreno, a quien la delegada del Gobierno convirtió gentilmente en portavoz cuando el estropicio corría por periódicos, radios, televisiones y redes sociales como un espectáculo calamitoso, lo dejó bien claro al referirse a los manifestantes como “el enemigo”. Fue un desliz ingenuo, si bien se mira, porque delataba una manera de enfocar algo tan habitual como el malestar estudiantil ante una realidad educativa cada vez más precaria como si se tratara de una batalla campal.

El miedo a la contestación, desde luego, no puede dar lugar a algo tan estrepitoso como lo que se ha visto estos días de febrero, con adolescentes aporreados, jóvenes empujadas contra vehículos con gran violencia o estudiantes sangrando entre las botas de los antidisturbios. Sin entrar en la película de ciencia ficción que el atestado de la propia policía refleja, con heridos que se hicieron daño al tropezar, ni caer en la trampa de los palmeros mediáticos del poder, que encuentran provocadores e instigadores donde no los hay, el reflejo que tuvo Sánchez de León tal vez fue consecuencia de un efecto espejo, ese fenómeno perceptivo intergrupal que tiende a proyectar en un grupo contrapuesto las características negativas del propio.

La teoría consiste en que la inflexible visión de las cosas adquirida en los años de hierro del caso Gürtel y de Francisco Camps en la presidencia de la Generalitat habrían pasado factura a Sánchez de León, su más fiel escudera, que habría interiorizado la repugnancia y el desprecio por esa gente de izquierdas que se opone al PP hasta el punto de ver una grave amenaza en el alumnado del veterano instituto Lluís Vives. No hay que descartar, sin embargo, que lo ocurrido obedezca, pura y llanamente, a una incompetencia difícil de subsanar.

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