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La culpa que el agua no se lleva

La Confederación Hidrográfica Miño-Sil abre un expediente sancionador a un pueblo por rescatar el campanario de una capilla durante el vaciado de Belesar

Capilla de Portomeñe, todavía con la espadaña que trasladaron los vecinos de Reiriz a la nueva iglesia del camposanto, en junio de 2011.
Capilla de Portomeñe, todavía con la espadaña que trasladaron los vecinos de Reiriz a la nueva iglesia del camposanto, en junio de 2011.NACHO GÓMEZ

Lo más prudente en Reiriz es permanecer callado. Mejor no dar muchas pistas mientras no se sepa lo que va a pasar. Y, sobre todo, lo más importante, no señalar a nadie. Porque si es que al final hay culpa, que tampoco está claro, aquí mejor será que sean todos culpables. Todos a una, salvo la persona que levantó la liebre; el tercero que se quejó a las autoridades y, según los vecinos de esta parroquia de O Saviñao, mandó a pique el sueño recién emergido de todo el pueblo.

Ahora el agua del embalse de Belesar ha vuelto a borrarlo todo excepto los recuerdos, revividos con el drenaje por obras de este verano, y un proceso administrativo que puede desembocar en multa. Fenosa ahogó en 1963, en este extremo del pantano, aldeas, caminos, puentes, bodegas, viñedos, labradíos abrigados, excepcionales, y el final de un río, el Pez, cargadísimo de truchas. Entre la primavera y el verano pasados, por primera vez en 48 años, el nivel descendió tanto que la gente pudo volver caminando sobre seco a sus casas, y se las encontró enlamadas, invadidas de caparazones de cangrejo, pero intactas. Entre tanto escenario del pasado milagrosamente conservado, volvió a tomar el sol la capilla de la aldea de Portomeñe, y aquel campanario sin campana, pero muy “feito”, que muchos mayores todavía sabían dibujar pasadas casi cinco décadas desde su hundimiento.

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En cuanto asomó la silueta de la espadaña, fechada en 1861, según se lee todavía en sus sillares, los vecinos de Reiriz, la cabecera parroquial a la que pertenecía, al menos espiritualmente, aquel templo, empezaron a imaginarse lo airoso que quedaría aquel campanario de granito en la capilla recién construida junto al camposanto. A la nueva iglesia le faltaba alma, y las viejas piedras labradas de Portomeñe, condenadas posiblemente por otro medio siglo a la vida subacuática después del verano, sabrían insuflársela. A la salida de misa, en el bar, poco a poco nostálgicos y también jóvenes de Reiriz fueron aclarando las cosas. No había que pedir permiso a la Xunta; ni a la familia del señor Daniel, propietaria de la capilla hasta la expropiación forzosa. Primero se dijo que había que tratar con Gas Natural, la nueva dueña de todo, y luego se concluyó que el permiso tendría que venir de la Confederación Hidrográfica del Miño-Sil, con sede en Ourense. Fue a esta, en concreto a la Comisaría de Aguas, según explica el presidente de la comunidad de montes, Pedro López, a quien se le pidió licencia.

Pero la respuesta nunca llegó. Y cuando ya se anunciaba en la prensa que en breve la hidroeléctrica comenzaría a reponer el caudal del embalse, el silencio administrativo se entendió como un sí. Se podría decir que a la fuerza ahogaba. Y en menos de nada se organizó en el pueblo el traslado desde Portomeñe, a través del monte, por un camino difícil y empinado, del campanario. En total, según describe López, “seis piedras” sostenidas tantos años en pie sin argamasa. Algunos en Reiriz afirman que se encargaron del trabajo “dos chavales del pueblo”. El representante del monte mancomunado asegura que fueron “un montón, aunque algunos harían más que otros”. Tampoco revelan quién fue el “revoltoso” que denunció, pero aclaran que “pidió un permiso para llevarse otras piedras” de una casa del lugar, que la Confederación se lo denegó y que, con el berrinche, reclamó dejando al descubierto la operación campanario.

“Aún no sabemos si tendremos que traer buzos para reponer las piedras”
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Entre las pocas cosas que se animan a contar, los vecinos dicen que en otoño, cuando ya era imposible reparar el daño, si es que lo hubo, la comunidad recibió una notificación de la Confederación Hidrográfica. El organismo anunciaba que estaba al tanto de la maniobra y con la misma abría un expediente sancionador. Alertaba de una multa en caso de que no se restituyese lo sustraído al fondo de las aguas. “No sabemos si al final tendremos que contratar buzos”, comenta José, que de niño bajaba siempre con las vacas a los prados de Portomeñe. En una reunión, la confederación les dijo que “todavía está estudiando el asunto”, y el pueblo, con el campanario desmontado, cruza los dedos y espera a que todo esto sea agua pasada.

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